domingo, marzo 13, 2022

QUE “USTED” LO PASE BIEN

 


No estoy despidiéndome de nadie, le aclaro a Zalabardo; tan solo deseo que el pronombre personal usted no sufra demasiado en su tránsito hacia la sima en la que se pierden las palabras. Porque, a nadie se le escapa, a usted le va pisando los talones, y a qué velocidad, el aparentemente más campechano .

            En su artículo El obispo, el sumercé y Brigitte Bardot, incluido en Lo uno y lo diverso, publicación del Instituto Cervantes, Daniel Samper, colombiano y español de adopción, cuenta una anécdota que debería hacernos pensar. Habiendo entrado en una tienda, lo atendió una señorita muy amable que en todo momento lo tuteaba (Samper tiene ya 77 años) pese a que él siempre se dirigía a ella usando usted. Terminada la compra, en tono distendido, solo por curiosidad, preguntó a la joven: «¿Podría explicarme por qué me tutea?» Ella respondió: «Los vendedores tenemos la obligación de tutear a los clientes para generar un clima de confianza que favorezca las ventas». Él insistió: «O sea, que si el señor obispo viene por aquí, usted lo tutea». Respuesta: «Exactamente como dices. De otro modo, podría perder mi puesto».

 


           Hace veinte años, aclara Samper, era impensable que un vendedor tuteara a un cliente como hoy se hace. ¿Ha cambiado la lengua porque la colombiana se ha convertido en una sociedad más igualitaria? No, sigue siendo tan injusta y desigual como antes. Ha cambiado porque así lo determinan los gerentes de ventas. Y yo, le digo a Zalabardo, hago también mi reflexión: que quienes ocupan niveles preeminentes de la sociedad ―políticos y gobernantes, periodistas, radios, televisiones, jerarcas religiosos― nos están «robando» una lengua que pertenece al pueblo. Y así, cuando hablan de llevar a cabo cualquier tipo de mejora social, lo primero que hacen es modificar la estructura y el modo de funcionamiento de la lengua sin tener en cuenta que lo que hay es que cambiar la sociedad. Ya sabemos, aquello de «Hace falta que algo cambie para que todo siga igual». Por eso, lo que se necesita es que alcancemos mayores cotas de igualdad; si esto se consigue, la lengua cambiará sin que nadie tenga que forzar nada. Esta mañana he leído un artículo de Máriam Martínez-Bascuñán, en el que, a propósito de las divisiones del feminismo al celebrar el pasado 8M, dice: «Se nos hurta por la vía del lenguaje el debate que merecemos sobre los puntos débiles de una ley necesaria». Es decir, que se modifica la lengua sin actuar sobre la realidad.

            Pero vamos al tuteo. La Gramática de la Academia reconoce que se va imponiendo el tuteo y que, si atendemos a la evolución de las formas de tratamiento, comprenderemos mejor los cambios que la lengua va experimentando a lo largo de los siglos. Evolución compleja, pero esclarecedora. Como no quiero soltar un rollo erudito, me limitaré a unas breves pinceladas. El latín disponía de dos únicas formas para el tratamiento: tu, en singular y vos, en plural. El primero se utilizaba entre toda clase de personas; hacia el siglo IV, vos cobró un sentido reverencial, forma de respeto para dirigirse al emperador; aunque luego se aplicara a otras autoridades.

            En la Edad Media, seguió empleándose entre las clases bajas. Era, digámoslo así, la forma marcada del paradigma. En cambio, ya en el siglo XV, el uso de vos se fue practicando entre los nobles y para dirigirse respetuosamente a alguien. Para evitar ambigüedades sobre su uso singular o plural, se le añadió otros, de donde nació vosotros. En el XVI, hubo una pequeña revolución con la aparición de vuestra merced o vuesa merced. Con ello, el sistema de las formas tratamiento quedaba así: Para el singular, vuestra merced /vos y ; para el plural solo había dos formas: vuestras mercedes / vosotros. Además, vos comenzó a usarse entre iguales. Eso explica la existencia de vos en el español de América para dirigirse a un igual. Y vuestra merced, a causa de un desgaste fonético, se convirtió en usted.

            En un interesante artículo de Miguel Calderón, Las formas de tratamiento, nos abre nuevas ventanas para analizar el proceso. Por lo pronto pide despojar de su valor reverencial, respetuoso a usted, porque si alguien quiere ser respetuoso, lo que debe hacer es utilizar la forma de tratamiento esperable en cada situación. Es decir, que si admitimos que usted supone deferencia y respeto, , el otro polo de este pronombre, significaría ausencia de deferencia, falta de respeto, lo que no es así.

            Por ese motivo propone suprimir la separación entre formas de respeto y formas familiares y crear tres nuevos grados de proximidad: Solidaridad (cercanía mínima, sin confianza ni intimidad; Confianza (cercanía media); e Intimidad (máxima proximidad). Y nos deja estas tres ideas en defensa de : que, en el siglo XX, se ensanchó el concepto de solidaridad hasta permitir el empleo de en todos los casos; que en la actualidad, se valora como positivo porque “reduce distancias”; y tres, que son precisamente los jóvenes y las personas de mayor nivel cultural quienes emplean más el tuteo.

            Y termina diciendo sobre la extensión de los tratamientos que, si el hablante se sale de lo convencional (es decir, de la convención o acuerdo social), la distancia mayor o menor de lo esperado por el interlocutor puede interpretarse de dos formas: una forma puede resultar irrespetuosa, por exceso de confianza, y una forma usted puede parecer fría por excesivamente distante.

 

           Zalabardo sabe que yo soy un poco chapado a la antigua (estoy más cerca de los cien que de los cincuenta) y por eso creo que el respeto no se gana ni se manifiesta en el uso de una palabra u otra, sino en lo que la Gramática de la Academia llama tratamiento simétrico / tratamiento asimétrico; en el primero, los hablantes utilizan la misma forma (ya sea o usted); en el segundo, en cambio, un interlocutor utiliza la forma y el otro responde con usted. El hablante normal, no contaminado, sabe muy bien cuándo usar una forma u otra.

            Quiero decir: no entiendo que un camarero, una empleada de comercio, un sanitario, un empleado de banca, etc., me tutee cuando entre nosotros no existe ni confianza ni intimidad. En esos casos, suelo responder siempre con usted. Lo que en definitiva defiendo es la adopción de la forma esperable en cada situación. Por eso, nunca me escandalizó, durante mis años de profesor, que los alumnos me tutearan. Con eso quería crear un grado de confianza tal que no me vieran como el rígido profesor que tenía el poder de suspenderlos o aprobarlos, sino que me vieran como alguien dispuesto a ayudarles en sus problemas de aprendizaje.

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