sábado, noviembre 19, 2022

JULIA UCEDA

Hay personas que dejan en nosotros una huella imborrable, aunque sea por un detalle que se podría considerar mínimo o que, para otros, pudiera pasar inadvertido. A Julia Uceda la conocí el año 1964, si la memoria no me falla. Aún faltaba bastante para que conociese a Zalabardo y se lo comento a mi amigo. Como le comento que decir que conocí a Julia Uceda es una afirmación que merece una matización.

            Andaba yo finalizando el primero o iniciando el segundo de los cursos de Filosofía y Letras en la Universidad de Sevilla. Profesores de indudable prestigio impartían clases en aquella Universidad: puede que el nombre más sonoro sea el de Agustín García Calvo, profesor de Latín y de Griego. Pero otros nombres constituían aquel claustro: José Luis Comellas, profesor de Historia, Juan de Mata Carriazo, profesor de Historia y figura importante en el estudio de los descubrimientos de El Carambolo, Francisco López Estrada, profesor de Literatura... De todos ellos fui alumno y estoy orgulloso de ello. Sería ingrato si al mostrar mi agradecimiento a cuantos me fueron formando intelectualmente olvidase a mis profesores en el instituto de Enseñanza Media de Osuna: Francisco Olid Maysounave, Aniceto Gómez Esteban, José Sánchez Romero

            Ni en el instituto ni en la Universidad se hablaba apenas de la literatura del siglo XX. El velo de la censura ocultaba a Antonio Machado, a Lorca, a Cernuda; Juan Ramón era Platero y sanseacabó. Pues bien, durante unos días de 1964, no recuerdo cuántos, aunque fueron pocos, Julia Uceda sustituyó a López Estrada y nos impartió un brevísimo curso sobre Réquiem por un campesino español, novela de Ramón J. Sender. Fue algo fuera de lo común: un republicano exiliado y una novela ambientada en la guerra civil. Bastantes años después supe que, en 1958, Julia Uceda había organizado o dirigido un homenaje a Juan Ramón Jiménez y, en 1959, otro a Antonio Machado. Había que echarle valor a la cosa.

            Le digo a Zalabardo que aquellas pocas clases me abrieron los ojos a una realidad escondida y me inocularon la curiosidad por traspasar puertas que permanecían cerradas, despertaron en mí el interés por conocer a Sender y su novela, entonces inencontrable en España. Estaría ya en Málaga cuando hallé, en Librería Proteo, donde de tapadillo era posible hacerse con libros censurados en España, un ejemplar del Réquiem…, de Editores Mexicanos Unidos, S. A. Lo que no esperaba fue encontrarme con que esa edición venía precedida de un estudio de Julia Uceda, que a la sazón se encontraba en la Michigan State University.


            La casualidad hizo que bastantes años después accediera al muro de Julia Uceda en Facebook. Le escribí para agradecerle aquellas pocas clases sobre Sender, en Sevilla. Le hablé del ejemplar de la novela que encontré cuando llegué aquí a Málaga. Me dijo que ese era un libro ya descatalogado, difícil de hallar y que ella misma no lo tenía; me ofrecí a regalárselo, pero muy amablemente rechazó mi ofrecimiento. Si hubiese conocido su dirección, se lo habría mandado.

            Julia Uceda, a sus 97 años, sigue siendo una poeta de primerísima fila, aunque muchos no la conozcan. No es la poesía actividad que proporcione muchos seguidores. Hija Predilecta de Andalucía, Hija Adoptiva de El Ferrol, Autora del Año en Andalucía, en 2017, Premio Nacional de Poesía en 2003, Medalla de Oro al Mérito de Bellas Artes, en 2021… Y no le falta el sentido del humor.

            Procuro ver sus apariciones en Facebook. A veces contesto a lo que sube y no es raro que ella, a su vez, responda a lo que se le dice. Siempre sorprende por un motivo u otro. Como la red nos incita a participar con la pregunta «¿Qué estás pensando?», Julia Uceda suele ser sumamente lacónica, además de lógica, en sus aportaciones. Hace unos días, en su muro, escribía: «En Gilgamesh». ¿Qué podría estar pensando Julia Uceda del héroe de la epopeya sumeria? Se me ocurrió responderle algo así: «Lo que me hace pensar en la pena que lo embargó por sentirse culpable de la muerte de su amigo Enkidu». Todo podía haber quedado ahí, pero ella reaccionó: «Pero eso sucedió hace mucho tiempo», a lo que añadió un emoticono de una cara que reía a carcajadas. Yo insistí: «Sí, pero al final quedamos en que desde tiempos remotos se nos ha inculcado, con el objetivo de someternos, un sentimiento de culpabilidad por cualquier cosa y una esperanza de inmortalidad. ¡Qué inteligente fue quien inventó la culpa y la esperanza y las grabó unidas en nuestros cerebros!». A partir de ahí, ella mencionó la edición que tiene del Poema de Gilgamesh y, no sé por qué, yo callé y no le pregunté cuál es, solo por saber si coincide con la que tengo yo.

            Le cuento todo esto a Zalabardo, porque estos breves contactos con Julia Uceda, ver las fotos de José Ramón San José o los extraordinarios dibujos de Carlos Rodríguez, leer el saludo diario, con unos versos, de José Infante, seguir la ascendente trayectoria de Aurora Luque, aprender de los casi increíbles conocimientos que atesora Carlos Karlitros sobre lagares, y cortijos, de los Montes de Málaga y otros muchos lugares (podría citar algunos amigos más), me ayudan a permanecer en esta plataforma, pese se suben tantas cosas insustanciales que dan ganas de salirse.

            A Julia Uceda, y a todos aquellos que me hicieron y me siguen haciendo aprender cosas, les envío mi agradecimiento.

No hay comentarios: