Hay personas que dejan en nosotros una huella imborrable, aunque sea por un detalle que se podría considerar mínimo o que, para otros, pudiera pasar inadvertido. A Julia Uceda la conocí el año 1964, si la memoria no me falla. Aún faltaba bastante para que conociese a Zalabardo y se lo comento a mi amigo. Como le comento que decir que conocí a Julia Uceda es una afirmación que merece una matización.
Andaba yo finalizando el primero o iniciando el segundo de los
cursos de Filosofía y Letras en la Universidad de Sevilla. Profesores de indudable
prestigio impartían clases en aquella Universidad: puede que el nombre más
sonoro sea el de Agustín García Calvo, profesor de Latín y de Griego.
Pero otros nombres constituían aquel claustro: José Luis Comellas,
profesor de Historia, Juan de Mata Carriazo, profesor de Historia
y figura importante en el estudio de los descubrimientos de El Carambolo, Francisco
López Estrada, profesor de Literatura... De todos ellos fui alumno y estoy
orgulloso de ello. Sería ingrato si al mostrar mi agradecimiento a cuantos me
fueron formando intelectualmente olvidase a mis profesores en el instituto de
Enseñanza Media de Osuna: Francisco Olid Maysounave, Aniceto Gómez
Esteban, José Sánchez Romero…
Ni en el instituto ni en la Universidad se hablaba apenas de la
literatura del siglo XX. El velo de la censura ocultaba a Antonio Machado,
a Lorca, a Cernuda; Juan Ramón era Platero y
sanseacabó. Pues bien, durante unos días de 1964, no recuerdo cuántos, aunque
fueron pocos, Julia Uceda sustituyó a López Estrada y nos
impartió un brevísimo curso sobre Réquiem por un campesino español,
novela de Ramón J. Sender. Fue algo fuera de lo común: un republicano
exiliado y una novela ambientada en la guerra civil. Bastantes años después
supe que, en 1958, Julia Uceda había organizado o dirigido un homenaje a
Juan Ramón Jiménez y, en 1959, otro a Antonio Machado. Había que
echarle valor a la cosa.
Le digo a Zalabardo que aquellas pocas clases me abrieron los ojos
a una realidad escondida y me inocularon la curiosidad por traspasar puertas
que permanecían cerradas, despertaron en mí el interés por conocer a Sender
y su novela, entonces inencontrable en España. Estaría ya en Málaga cuando
hallé, en Librería Proteo, donde de tapadillo era posible hacerse con libros
censurados en España, un ejemplar del Réquiem…, de Editores
Mexicanos Unidos, S. A. Lo que no esperaba fue encontrarme con que esa
edición venía precedida de un estudio de Julia Uceda, que a la sazón se
encontraba en la Michigan State University.
La casualidad hizo que bastantes años después accediera al muro de Julia Uceda en Facebook. Le escribí para agradecerle aquellas pocas clases sobre Sender, en Sevilla. Le hablé del ejemplar de la novela que encontré cuando llegué aquí a Málaga. Me dijo que ese era un libro ya descatalogado, difícil de hallar y que ella misma no lo tenía; me ofrecí a regalárselo, pero muy amablemente rechazó mi ofrecimiento. Si hubiese conocido su dirección, se lo habría mandado.
Julia Uceda, a sus 97 años, sigue siendo una poeta de
primerísima fila, aunque muchos no la conozcan. No es la poesía actividad que
proporcione muchos seguidores. Hija Predilecta de Andalucía, Hija Adoptiva de
El Ferrol, Autora del Año en Andalucía, en 2017, Premio Nacional de Poesía en
2003, Medalla de Oro al Mérito de Bellas Artes, en 2021… Y no le falta el
sentido del humor.
Procuro ver sus apariciones en Facebook. A veces contesto a lo que
sube y no es raro que ella, a su vez, responda a lo que se le dice. Siempre
sorprende por un motivo u otro. Como la red nos incita a participar con la
pregunta «¿Qué estás pensando?», Julia Uceda suele ser sumamente
lacónica, además de lógica, en sus aportaciones. Hace unos días, en su muro,
escribía: «En Gilgamesh». ¿Qué podría estar pensando Julia Uceda del
héroe de la epopeya sumeria? Se me ocurrió responderle algo así: «Lo que me
hace pensar en la pena que lo embargó por sentirse culpable de la muerte de su
amigo Enkidu». Todo podía haber quedado ahí, pero ella reaccionó: «Pero eso
sucedió hace mucho tiempo», a lo que añadió un emoticono de una cara que reía a
carcajadas. Yo insistí: «Sí, pero al final quedamos en que desde tiempos
remotos se nos ha inculcado, con el objetivo de someternos, un sentimiento de
culpabilidad por cualquier cosa y una esperanza de inmortalidad. ¡Qué
inteligente fue quien inventó la culpa y la esperanza y las grabó unidas en
nuestros cerebros!». A partir de ahí, ella mencionó la edición que tiene del Poema
de Gilgamesh y, no sé por qué, yo callé y no le pregunté cuál es, solo
por saber si coincide con la que tengo yo.
Le cuento todo esto a Zalabardo, porque estos breves contactos con Julia
Uceda, ver las fotos de José Ramón San José o los extraordinarios
dibujos de Carlos Rodríguez, leer el saludo diario, con unos versos, de José
Infante, seguir la ascendente trayectoria de Aurora Luque, aprender
de los casi increíbles conocimientos que atesora Carlos Karlitros sobre
lagares, y cortijos, de los Montes de Málaga y otros muchos lugares (podría citar
algunos amigos más), me ayudan a permanecer en esta plataforma, pese se suben
tantas cosas insustanciales que dan ganas de salirse.
A Julia Uceda, y a todos aquellos que me hicieron y me
siguen haciendo aprender cosas, les envío mi agradecimiento.
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