sábado, noviembre 12, 2022

LOS FACTORES, EL ORDEN Y LA AMBIGÜEDAD

Hay cosas, le digo a Zalabardo mientras paseamos, que una vez aprendidas no se olvidan nunca. O casi nunca. Por ejemplo, del estudio de la aritmética en mis años de colegial se me quedó bien grabado lo que el maestro llamaba, a mí me sonaba a nombre pomposo, propiedad conmutativa; dicha propiedad, según la memoricé, afirma que el orden de los factores no altera el producto. Y así, si 2x3x4 da como resultado 24, 3x4x2 o 4x2x3 siguen dando idéntico resultado de 24. El tiempo me hizo ver que lo que en un principio pudo parecerme mágico es algo muy simple.

            Me contesta Zalabardo que su experiencia le indica que ese principio que puede ser inobjetable en las matemáticas no acaba de valer en la lengua, donde una mínima alteración puede ser origen de un cambio del producto. Elogio la agudeza de mi amigo. Lo que me dice es verdad. No en vano se aconseja que, para alcanzar una precisión en lo que deseamos transmitir, conviene respetar en cuanto sea posible, el llamado orden lógico de las palabras. A todos nos enseñaron que, en la oración, sujeto, verbo y complementos aparezcan ajustándose a esta secuencia como orden lógico: Los niños hacen las tareas; y si nos centramos solo en el sintagma nominal, este orden nos pide que el núcleo, es decir, el nombre, ocupe el lugar principal; que a su izquierda se coloquen los determinantes (artículos, posesivos, numerales…) y, a su derecha, los complementos (adjetivos, complementos preposicionales…): Dos hombres con corbata.


            Pero, aunque este principio parece incuestionable, la verdad es que existen bastantes matizaciones o excepciones a la regla general. Porque nos encontramos con que la construcción de una frase no es tan sencilla y, si en un sintagma hay varios complementos, deberá primar el principio de la claridad, el que tiene como objetivo que el receptor de nuestro mensaje no tenga dudas respecto a lo que le queremos decir. Se dice en estos casos que unos elementos «pesan» más que otros y, en consecuencia, habría que darles prioridad al colocarlos. Y le pongo un ejemplo a Zalabardo. En una información sobre los recientes atentados contra cuadros en diferentes museos, leía: ¿Para qué sirven los ataques a los museos de activistas medioambientales? Más de un lector puede sentirse confundido, porque pueden entenderse dos cosas, que alguien ataca museos de activistas o que unos activistas atacan museos. Para evitar la ambigüedad, debería escribirse ataques de activistas medioambientales a museos.

            Otro ejemplo le pongo a mi amigo. Informando sobre un episodio de la trágica guerra que se libra en Ucrania, el reportero hablaba de una zona casi dominada en su totalidad por los invasores. Así redactada, la frase dice que una zona (toda ella) no está completamente dominada; sin embargo, la lectura del reportaje nos hacía entender que los invasores dominaban una parte importante de esa zona, pero no su totalidad. Por tanto, hubiese sido más correcto hablar de una zona dominada en casi su totalidad por los invasores.

            No obstante, es posible la construcción de un enunciado con el orden de sus elementos alterado sin que podamos condenarla por ambigua. Incluso hay ocasiones en que la alteración se valora positivamente y se le concede categoría de recurso estilístico que embellece la expresión. En la literatura, llamamos hipérbaton a una alteración del orden de la frase que persigue un efecto estético. Cuando Bécquer escribe Volverán las oscuras golondrinas / en tu balcón sus nidos a colgar…, o cuando coloca el arpa Del salón en el ángulo oscuro…; o cuando, complicando algo más la cosa habla Góngora De este, pues, formidable, de la tierra / bostezo, el melancólico vacío…, nadie habla de error, sino de recursos estilísticos y de lenguaje poético.

            Pero el hipérbaton no se da solo en literatura; es casi recomendable en las oraciones exclamativas, ¡Cuántos libros ha escrito este hombre!  y en las interrogativas, ¿Esa poca vergüenza ha tenido Luis? E incluso resulta frecuente en la conversación coloquial: Del partido de ayer, no me hables… En ninguno de esos casos diremos que son recursos retóricos ni tendremos duda al interpretar el significado de los que se dice. Lo que hay que evitar son aquellas alteraciones de orden en que cambiar los factores puede cambiar el producto; es decir, aquellas en las que no queda claro lo que se quiere decir y el emisor tiene dificultades para entender lo que desea comunicarle el emisor. Por ejemplo, cuando un elemento que complementa a otro se inserta entre dos elementos que deben ir unidos y provoca conflictos como el del siguiente enunciado: Se comprometió a terminar el trabajo la semana pasada. ¿Alguien se comprometió la semana pasada a terminar un trabajo o se comprometió a que ese trabajo quedaría concluido la semana pasada?

            Las ambigüedades de interpretación no nacen solo de una alteración del orden de las palabras. Hay también otras causas, como, por ejemplo, el uso de nombres que expresan acción, menos claros que los verbos de que proceden. Así, en Me gusta la elección de Pepe, ¿me gusta que haya sido elegido Pepe o lo que Pepe ha elegido? Pero meternos ahora con todas las posible construcciones ambiguas nos alargaría demasiado este apunte. 

No hay comentarios: