Me contesta Zalabardo que su experiencia le indica que ese principio
que puede ser inobjetable en las matemáticas no acaba de valer en la lengua,
donde una mínima alteración puede ser origen de un cambio del producto. Elogio
la agudeza de mi amigo. Lo que me dice es verdad. No en vano se aconseja que,
para alcanzar una precisión en lo que deseamos transmitir, conviene respetar en
cuanto sea posible, el llamado orden lógico de las palabras. A todos nos
enseñaron que, en la oración, sujeto, verbo y complementos
aparezcan ajustándose a esta secuencia como orden lógico: Los niños hacen las tareas;
y si nos centramos solo en el sintagma nominal, este orden nos pide que el
núcleo, es decir, el nombre, ocupe el lugar principal; que a su izquierda se
coloquen los determinantes (artículos, posesivos, numerales…) y, a su derecha,
los complementos (adjetivos, complementos preposicionales…): Dos hombres
con corbata.
Pero, aunque este principio parece incuestionable, la verdad es que existen bastantes matizaciones o excepciones a la regla general. Porque nos encontramos con que la construcción de una frase no es tan sencilla y, si en un sintagma hay varios complementos, deberá primar el principio de la claridad, el que tiene como objetivo que el receptor de nuestro mensaje no tenga dudas respecto a lo que le queremos decir. Se dice en estos casos que unos elementos «pesan» más que otros y, en consecuencia, habría que darles prioridad al colocarlos. Y le pongo un ejemplo a Zalabardo. En una información sobre los recientes atentados contra cuadros en diferentes museos, leía: ¿Para qué sirven los ataques a los museos de activistas medioambientales? Más de un lector puede sentirse confundido, porque pueden entenderse dos cosas, que alguien ataca museos de activistas o que unos activistas atacan museos. Para evitar la ambigüedad, debería escribirse ataques de activistas medioambientales a museos.
Otro ejemplo le pongo a mi amigo. Informando sobre un episodio de
la trágica guerra que se libra en Ucrania, el reportero hablaba de una zona casi
dominada en su totalidad por los invasores. Así redactada, la frase dice
que una zona (toda ella) no está completamente dominada; sin embargo, la
lectura del reportaje nos hacía entender que los invasores dominaban una parte
importante de esa zona, pero no su totalidad. Por tanto, hubiese sido más
correcto hablar de una zona dominada en casi su totalidad por los
invasores.
Pero el hipérbaton no se da solo en literatura; es casi
recomendable en las oraciones exclamativas, ¡Cuántos libros ha escrito
este hombre! y en las
interrogativas, ¿Esa poca vergüenza ha tenido Luis? E incluso
resulta frecuente en la conversación coloquial: Del partido de ayer, no
me hables… En ninguno de esos casos diremos que son recursos retóricos
ni tendremos duda al interpretar el significado de los que se dice. Lo que hay
que evitar son aquellas alteraciones de orden en que cambiar los factores puede
cambiar el producto; es decir, aquellas en las que no queda claro lo que se quiere
decir y el emisor tiene dificultades para entender lo que desea comunicarle el
emisor. Por ejemplo, cuando un elemento que complementa a otro se inserta entre
dos elementos que deben ir unidos y provoca conflictos como el del siguiente
enunciado: Se comprometió a terminar el trabajo la semana pasada.
¿Alguien se comprometió la semana pasada a terminar un trabajo o se comprometió
a que ese trabajo quedaría concluido la semana pasada?
Las ambigüedades de interpretación no nacen solo de una alteración del orden de las palabras. Hay también otras causas, como, por ejemplo, el uso de nombres que expresan acción, menos claros que los verbos de que proceden. Así, en Me gusta la elección de Pepe, ¿me gusta que haya sido elegido Pepe o lo que Pepe ha elegido? Pero meternos ahora con todas las posible construcciones ambiguas nos alargaría demasiado este apunte.
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