sábado, noviembre 05, 2022

¿'DAR LA MATRACA’ O ‘DAR LA LATA’?

Hace unos días, Zalabardo lo sabe, tuve la oportunidad de ver una matraca de campanario. Conocía su existencia, pero nunca vi una de cerca. Estaba, le cuento, en el cuerpo de campanas de la torre de Santa María la Mayor, en Arcos de la Frontera. Una matraca, bien lo sabemos, es un instrumento de madera compuesto por un tablero liso y una o más aldabas o mazos que, al sacudirlo, produce un ruido desagradable. La matraca de campanario, de mayor tamaño, es una rueda de tablas fijas en forma de aspa entre las que cuelgan mazas que al girar producen un sonido grande y desapacible. En algunos casos, así es la que vi en Arcos, sus brazos forman una caja de resonancia que aumenta dicho sonido. Como ya dice Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana, la usaban los religiosos para convocar a maitines o en las iglesias para tañer en los días de Semana Santa en que las campanas permanecen en silencio.

            Aunque la palabra nos viene del árabe mitraqah, ‘martillo’, hay evidencias de que las matracas ya existían en otras culturas orientales anteriores. Pero no me interesa aquí la cuestión etimológica ni la procedencia de estos instrumentos de tan molesto sonido. Me quiero centrar en la expresión dar la matraca, con la que entendemos la actitud de quien resulta molesto, pesado e incluso insoportable, por la reiteración de lo que importuna provoca cansancio y hastío en quien lo ha de soportar.

            Quien haya leído hasta aquí estará pensando que dar la matraca es una forma diferente de decir dar la lata, quizá más extendida y que el Diccionario académico define como ‘molestar, aburrir, importunar con exigencias continuas’. Y no estará desacertado quien tal piense. Lo que sucede es que sobre dar la lata se ofrecen diferentes orígenes, muchos de los cuales pueden considerarse desacertados. Y alguno de los que pudieran admitirse nos hacen dudar de su sentido. Por ejemplo, cuando en Archidona, el día de Reyes, los niños corren por el pueblo arrastrando sus hileras de latas atadas para llamar la atención de los Magos, ¿podemos decir que son molestos o inoportunos? Tal vez esa opinión sobre el sentido de molestar valiese si pensamos en las cencerradas que han de padecer aquellos viudos que contraen matrimonio por segunda vez, a quienes se persigue haciendo sonar campanas, cencerros y latas.


            ¿Qué une dar la matraca y dar la lata? La cuestión podríamos resolverla si atendemos al significado de lata, que se nos presenta como difuso. De hecho, le comento a Zalabardo, el DLE le asigna un origen incierto y da como primera significación la de ‘envase fabricado con hojalata’, para, de inmediato y en las acepciones siguientes, decir que lata es ‘tabla delgada sobre las que se aseguran las tejas’, ‘madero, por lo común en rollo y sin pulir’ y ‘discurso o conversación fastidiosa, cosa que causa hastío y disgusto’. Conviene tener en cuenta que María Moliner, más precisa en su Diccionario del uso del español, afirma que lata procede de un término latino antiguo, latta, ‘vara o palo largo’ y le asigna el significado de ‘lámina de hierro recubierto de estaño’ y ‘envase hecho de hojalata’, aunque habla también de ‘tabla delgada’ y ‘madero, generalmente en rollo’.

            Unamuno, en un artículo que cita José María Iribarren en El porqué de los dichos (de aquí tomo otros datos para este apunte), habla de que la primera persona a la que se ocurrió coger un envase vacío de petróleo y arrastrarlo por las calles los días de carnaval, generando un ruido molesto, posiblemente fuese la primera en dar la lata. En ese mismo libro se cita otro artículo, del poeta y profesor Dámaso Alonso, a quien considera ser el primero en llamar la atención acerca de que el origen de lata estaba en el latta latino y que lata significaba, al igual que en otras lenguas romances, ‘madero, palo’, por lo que dar la lata no era sino ‘dar el palo, molestar’.

 


           ¿Cómo entender que lata pueda designar a la vez algo metálico, el envase, y algo de madera? La explicación la encuentro en que en un momento indeterminado se relacionó lata con latón, creyendo que esta palabra no era sino una forma derivada, error semejante al de considerar que majara fuese una forma simple del árabe maharon, pues, en estas palabras, -on no es un sufijo comparable al de salón, sillón, etc. El latón, aleación de cobre y zinc, de color amarillento, susceptible de ser abrillantado y pulimentado fue introducido en occidente a través de la antigua Ruta de la Seda y la palabra se cree propia de una lengua anterior a la turca hablaba en las regiones de Uzbekistán, Tayikistán y regiones próximas, alatón, que designaba un material utilizado en joyería y orfebrería y que, en la España medieval, fue conocida como azófar, ciní y similor, ‘semejante al oro’.

            Por tanto, nada tiene que ver lata con latón, salvo que un día, la primera de las palabras se asimilase y confundiese con la segunda. Con esto quiero llegar a la conclusión, es lo que le digo a Zalabardo, de que dar la lata es exactamente lo mismo que dar la matraca, es decir, ‘dar el palo, molestar, fastidiar’ y no solo por el ruido que se pueda producir, sino por la insistencia.

            Esto último llevaría a pensar que dar la lata o dar la matraca pudieran estar relacionados con dar el rollo o soltar un rollo. ¿Por qué? Porque hubo un tiempo en que quienes pretendían que se les reconociese un derecho o se les concediese un beneficio alegando los méritos acumulados, solían ir de oficina en oficina, cansinamente, presentando la relación de sus méritos y trabajos enumerados en un papel enrollado guardado en un cilindro hueco, de madera o metal, que entregaban en el negociado en que pretendían que se atendiese su petición. Pero esto requeriría un estudio más profundo.

            Dar la matraca, dar la lata, soltar un rollo, en definitiva, sea cual sea la relación que establezcamos entre los tres dichos, no son sino formas de molestar, de causar un fastidio indeseado.

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