lunes, octubre 31, 2022

EL PAJARILLO MUERTO

Escribo en lugar, día y hora desacostumbrados. Es lunes, estoy en Puerto Serrano y, por mor de una disposición administrativa que no acabo de entender, el reloj me dice que son las cinco menos cuarto, como si estuviera en nuestra mano cambiar el flujo del tiempo y su duración; pero nos hacemos la ilusión de poder tal cosa, moviendo caprichosamente las manecillas de ese artilugio llamado reloj. En fin, que me veré obligado a ajustar mi reloj biológico para liberarme de estos madrugones.

            Mi compañía en Puerto Serrano no es Zalabardo; aunque él pudiera molestarse, que no lo hará por su bondad y por su naturaleza comprensiva. Quienes están conmigo me llenan con su calor más que mi amigo, con todo lo que él me da. Esto lo sabe y no se molesta. Sin embargo, escribo dirigiendo a él mis reflexiones porque sé que hacerlo así me ayuda a que lleguen a otras personas con mayor facilidad.

            Por todo eso, sabe Zalabardo que hoy sería natural que hablase de la casi inimaginable belleza de los jardines de la Casa-Palacio de los Ribera en Bornos, o de que el reloj del Ayuntamiento de esta población parece rebelarse contra los caprichos administrativos perdiendo sus manecillas, o de la tranquila paz que se disfruta caminando por la Vía Verde que une Puerto Serrano con Olvera mientras el oído goza oyendo solo el rumor de las aguas del Guadalete y la vista se extasía con el majestuoso vuelo de los buitres. Como sería natural que le hablase de lo que hoy esperamos hallar en Arcos de la Frontera.


            Sin embargo, mi mente vuelve una y otra vez a un hallazgo de ayer junto a la boca de uno de los túneles de la Vía Verde: el cadáver de un pajarillo. No soy experto, pero su brillante color verde-amarillo me inclina a creer que se trataba de un verderón. En medio de tanta belleza, nos topamos de bruces con la muerte, representada por aquel pequeño animal.

            Recordé en ese momento que, días atrás, había leído un artículo, A favor de las poetisas, de la filóloga e historiadora de la lengua, catedrática en la Universidad de Sevilla, Lola Pons, en el que de forma sencilla nos explica la diferencia entre denotación y connotación. Venía a decir esta joven profesora, no ha llegado a la cincuentena, que las palabras señalan asépticamente lo que las cosas son, eso es la denotación, y luego los hablantes ―al cabo, ellos son los que van haciendo la lengua― les van añadiendo una carga positiva, o negativa, eso es la connotación, que, por lo común, acaba prevaleciendo. Como no es mi intención hablar del caso de poetisa, me limito a aconsejar su lectura.

            Vuelvo a la imagen del pajarillo muerto. Y recordé también las palabras de Epicuro sobre la muerte, a la que no debemos temer porque mientras vivimos la muerte no está y, cuando ella aparece, somos nosotros quienes no estamos. La muerte, la visión del verderón de cuyo cadáver iban dando cuenta las hormigas, nos causa tristeza; pero la contemplación de la naturaleza, ayer estaba inmerso en ella, nos recuerda que toda muerte no es sino un anuncio de nueva vida. ¿Qué, si no, son otoño e invierno, un acabar para resurgir con mayor fuerza en primavera?


         Hay quienes rechazan al buitre por carroñero. Pero olvidan la majestuosidad y belleza de su vuelo y el hecho de que ellos son quienes se encargan de limpiar la naturaleza de la podredumbre de lo que muere. Siempre estamos enfrentando lo que nos causa fastidio, lo que cargamos de significados negativos, con lo que de positivo pueda haber en aquello de lo que queremos huir.

 


           En la Vía Verde de la Sierra abundan los túneles, creo que son 30 en sus pocos más de 36 kilómetros. El cadáver de este verderón estaba junto a la boca de uno de los más largos, el Túnel del Esqueleto, que tiene una longitud de 500 metros. Aunque estos estén iluminados, el túnel, le digo a Zalabardo―le diré cuando lo vuelva a ver―, nos da la sensación de oscuridad y nos provoca miedo porque pensamos que en la negritud no hay nada; esas son connotaciones que añadimos y que nos la convierten en palabra negativa. Pero el túnel, su sentido más aséptico, es positivo, porque nos permite salvar una dificultad horadando el duro terreno que nos corta el paso. Esa oposición entre denotación y connotación, entre su sentido negativo y el positivo, la observamos en la expresión ver la luz al final del túnel, equivalente a otra, siempre que llueve escampa, que nos avisan de que por mal que las cosas nos vayan, siempre queda un resquicio que nos dirija hacia un final feliz.

 

           Catulo, el poeta latino, lloraba la muerte del gorrión que hacía feliz a Lesbia. Podríamos quejarnos de la muerte del verderón de ayer. O de que las rosas del jardín de los Ribera, en Bornos, se ajarán. Pero digo a Zalabardo que mejor nos iría si enfocásemos todo desde la mejor perspectiva que nos sea posible, que carguemos los episodios de nuestras vidas con connotaciones positivas, aunque la aséptica denotación señale hacia algo menos agradable.

No hay comentarios: