sábado, enero 21, 2023

NI DE POLÍTICA, NI DE RELIGIÓN, NI DE FÚTBOL

Es opinión extendida que, si se está en grupo, debe evitarse hablar de política, de religión y de fútbol, porque son temas generadores de conflictos y discordias. No es necesario que le explique a Zalabardo, de mi misma generación, que tal creencia se nos imbuyó con la educación represiva y colmada de tabúes que recibimos en los años de la dictadura. Claro que, si de religión y de política no podía hablarse, nadie impedía entonces hablar de fútbol, que actuaba como espita por la que dar salida a todas las represiones que se sufrían. Tal vez por eso, digo a mi amigo, aún quede ese resabio de preocuparse más por lo que se le paga a un futbolista que por lo que cobra una mujer que desempeña idéntica función a la de un hombre, valga de ejemplo.

            Lo malo no está solo en que se nos obligase a tal barbaridad; lo malo, y en esto coincidimos Zalabardo y yo, es que aún permanezca vigente tal creencia y sigan existiendo apóstoles de su defensa. Será, pues, buen momento para recordar las palabras de Antonio Machado quien, por boca de Juan de Mairena, afirmaba que quienes nos instan al apoliticismo solo buscan hacer política sin nosotros.

            Hace unos días, leía un artículo de Luis García Montero en el que defendía que todo lo que se habla es política y que quienes buscan deslegitimar la actividad política y adoban sus palabras con constantes alusiones a patria, a nacionalismo, a tradición, a traición a las esencias y cosas así, lo hacen desde una óptica que los lleva a separar lo que consideran «su nación ideal» de lo que es «la nación real». Y dice García Montero que poner en duda la legitimidad de un Gobierno democrático o el resultado de las urnas implica negar a la nación real el derecho a tomar decisiones. Podríamos citar bastantes ejemplos de esto.

            La tesis de García Montero, y que comparto, es que hablar de política es hablar de tomar decisiones, de preocuparse por los derechos y deberes, de pensar en la forma de vida de la gente. ¿Cómo, entonces, aceptar que no hay que hablar de política y quedarse tan tranquilo? Y esta mañana, a poco de levantarme, leo que escribe Elvira Lindo que «la distancia entre las palabras y los hechos es enorme» y que «los políticos no toman medidas de gran calado, pero nos sermonean sin tregua». Y no hace diferenciación de ideologías ni de partidos

            Le pido a Zalabardo que piense el calado de la primera frase de Elvira Lindo, en la distancia entre las palabras y los hechos. Porque todos asistimos a ese espectáculo en que los protagonistas son, sobre todo, patria y nación, palabras que, conteniendo gran cantidad de valores positivos, también se las puede cargar de conceptos muy negativos. Como nacionalismo. Y recuerdo el interesante artículo que a estas palabras dedican Andrés de Blas Guerrero y Pedro Carlos González Cuevas en el Diccionario político y social del siglo XX español, que recomiendo leer.

            Separan estos autores entre una concepción liberal de nación que aglutina a los ciudadanos en defensa de un orden de derechos y libertades y otra concepción, conservadora, que considera la nación como una decantación a través del tiempo de hechos determinados, en parte, por leyes divinas y, en parte, por leyes naturales. Dicen que los primeros serían más patriotas, porque toman patria como un sentimiento de identificación con la nación y de solidaridad. Los segundos, en cambio, serían más fascistas, porque para ellos la patria viene definida por un conservadurismo radical.

            Sea así o no, no estaría mal, para aquellos que tanto se esconden tras la barricada de las palabras, leer que el diccionario oficial de nuestra lengua define la patria como la ‘tierra natal o adoptiva a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos o afectivos’, o sea, que habría que echar mano de aquel viejo aforismo latino Ubi bene, ibi patria, es decir, «donde se está bien, allí está la patria», concepto inclusivo que no discrimina a nadie; un senegalés, un rumano, un sueco o un boliviano pueden ser tan patriotas españoles como yo, si aquí han hallado la posibilidad de llevar una vida digna. Del mismo modo, se entiende como nación el «conjunto de habitantes de un país regido por el mismo Gobierno». Y el nacionalismo, que es el sentimiento fervoroso de pertenecer a una nación, se convertirá en negativo si ese sentimiento se exacerba hasta el punto de delimitar quiénes pueden pertenecer a él.


           Finalmente, le pido a Zalabardo que piense en las palabras que Emmanuel Macron, presidente de Francia y nada sospechoso de izquierdismo, cuando en su reciente visita a España se le ha preguntado por la situación de nuestro país. Muy educadamente, ha rehusado opinar «sobre asuntos internos de un país amigo», pero ha dicho: «La extrema derecha es nacionalismo, no patriotismo, porque predica el odio al otro para existir uno mismo».

            Creo, le digo a Zalabardo, que hemos ocupado mucho espacio para tratar de dejar sentado que es posible, y necesario, hablar de política sin contraer ninguna grave enfermedad. Habrá que dejar para otro día la religión y el fútbol.

1 comentario:

siroco-encuentrosyamistad dijo...

Como siempre, un placer leerle. Se me viene aquello de toda la vida; "Del dicho al hecho hay un trecho". Saludé a Zalabardo de mi parte, buen finde.