sábado, febrero 04, 2023

MARIO VARGAS LLOSA

Conversación en La Catedral, La ciudad y los perros, La fiesta del Chivo, Pantaleón y las visitadoras, La guerra del fin del mundo, La tía Julia y el escribidor, El sueño del celta, La civilización del espectáculo, los cuentos recogidos en Los jefes y Los cachorros, la innumerable cantidad de artículos y ensayos escritos en su larga vida… Me pregunto, y le pregunto a Zalabardo, si estos remedos de periodistas (ser periodista es algo más que tener un título expedido por una Facultad Universitaria) que pululan hoy en las redes, en ciertos programas de radio y de televisión conocen (han leído) algo del escritor peruano, una de las glorias de la literatura en lengua española, si les ha llegado la noticia de que en 2021 fue elegido, sin haber escrito ni una sola obra en francés (lengua que habla a la perfección), miembro de la Academia Francesa, si saben que es el único escritor no francés cuya obra ha sido publicada en la colección La Pléiade estando todavía vivo… Me pregunto también (y pregunto a Zalabardo) qué saben de Zavalita, de Alberto el Poeta, de Ricardo el Esclavo, de Pichulita…, de tantos personajes inolvidables como pueblan sus libros.

Me hago todas esas preguntas, y se las hago a Zalabardo, porque llevamos un tiempo en que no es posible encontrar plataforma ni programa televisivo (¡ay, cuánta información y qué poco conocimiento!) en cuyas tertulias no ocupe importante espacio la figura de Mario Vargas Llosa. Pero no se habla de su obra, ni de su ingreso en la Academia Francesa, ni de que sea ese único escritor vivo ante quien se rinde La Pléiade… Se habla de su ruptura con Isabel Preysler, la reina de la prensa rosa, la embajadora de Porcelanosa… ¿Qué explicación podríamos dar a tal asunto? Entonces, imitando la pregunta que abre Conversación en La Catedral, pregunto a Zalabardo: ¿en qué momento se nos jodió esto?

Durante la crisis de 2008, esto lo recuerda el propio Vargas Llosa en La civilización del espectáculo, un cronista de El País contaba que había en Nueva York fotógrafos que hacían guardia a la espera de que algún bróker se arrojase al vacío desde el último piso de un banco. No importaba la tragedia; importaba el espectáculo. Hoy hay un enjambre de reporteros en la puerta de la vivienda del escritor peruano aguardando su salida para preguntarle qué tiene que decir de su separación de la Preysler. Ni les interesa Preysler ni les interesa Vargas Llosa; solo quieren chismorreo. Posiblemente no entiendan de otra cosa. Él, con mucha elegancia, no dice absolutamente nada. Lógico. ¿A quién sino a él puede importarle el asunto? Si le preguntasen sobre sus obras, sobre Francia, sobre literatura, sobre política…, respondería, pues siempre lo ha hecho. Pero de esto no tiene nada que decir, no quiere hablar. Y hace muy bien.


Hace años, precisamente en ese ensayo titulado La civilización del espectáculo, denunciaba los aspectos negativos de esta situación a la que me refiero. Así, muestra su desencanto frente a una sociedad que va perdiendo el interés hacia lo intelectual y dice que esa es la razón de que en una civilización que todo lo convierte en espectáculo tenga tan poca vigencia el pensamiento. «Hoy vivimos la primacía de las imágenes sobre las ideas. Por eso los medios audiovisuales, el cine, la televisión y ahora Internet han ido dejando rezagados los libros», denuncia. Pero él, que nunca ha sido intransigente ni fanático no ve mal esta propensión al espectáculo. Lo que ve mal es que «convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias inesperadas: la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y, en el campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo». Él mismo es ahora víctima de esa chismografía.

Es una pena que hayamos caído en esto, en la proliferación de un falso periodismo (con la de buenos y decentes periodistas que hay y que deben sufrir las culpas de otros) en que se impone el chismorreo, el dato banal frente a lo importante, el interés en despellejar a quien sea porque eso crea audiencia. Se desprecia el interés formativo e informativo en pro del interés por el espectáculo. Lo mismo da (a esos) que hablemos de Isabel Preysler que de Mario Vargas Llosa. Y no acepto el argumento; con todos mis respetos hacia todo el mundo, hay mucha distancia entre ellos. Como personas, nada los diferencia; como personajes, los separa un abismo.

Por eso no dejo de preguntarle a mi amigo: «Zalabardo, ¿cuándo se nos jodió esto?»

[La foto de Vargas Llosa pertenece a El País]

No hay comentarios: