Conoce Zalabardo mi admiración y respeto hacia Gonzalo de Berceo, el monje riojano a quien se atribuye lugar preeminente en el mester de clerecía. Hay que elogiar su deseo de ser veraz y sus esfuerzos para no perder la confianza de sus lectores. En la Vida de santo Domingo de Silos, afirma desconocer el nombre de la madre del santo porque no está escrito en el material que él maneja. Y, más adelante, contando uno de los milagros que el santo realizó, no puede darnos el final porque «…dezir non lo sabría / ca fallesçió el libro en qui lo aprendía, / perdiose un cuaderno, mas non por culpa mía». Este dezir no sabría se repite bastante en sus obras; cada vez que carece de argumento en que apoyar lo que escribe. Por eso podemos pensar que Berceo nunca nos saldrá rana.
Salir
alguien o algo rana. El DLE dice que es ‘defraudar’. El modismo
está bien claro y lo utilizamos con frecuencia, conscientes de que decimos que
alguien o algo ha defraudado las expectativas puestas. Pero esa sencillez que
reconocemos en la expresión se diluye cuando queremos indagar en su origen. ¿Por
qué cuando algo nos sale mal o cuando sentimos que alguien traiciona la
confianza que en él pusimos decimos que nos ha salido rana?
Tendría que emular a Berceo y escribir aquí dezir non lo sabría.
Cuando repaso los refraneros que conozco, los libros de modismos y locuciones
usuales, encuentro Salir algo rana, Salir el pez rana
o Salga pez o salga rana; pero ninguna explicación sobre su origen.
Donde solo
encuentro algo es en Un paquete de cartas, obra de Luis
Montoto publicada en 1888. Allí leo dos expresiones. Una, El pez me
ha salido rana: ‘Dícese de la persona a quien se tiene en buena
opinión, y en el momento de dar a conocer su capacidad o competencia en un
asunto, se acredita de incapaz o de incompetente’. Y la otra, Salga pez o
salga rana dice: ‘Reprende la codicia de los que recogen aquello que
salga, aunque valga poco’. Justifica ambas en la existencia de un refrán que se
da como antiguo: Salga pez o salga rana, ¡a la capacha!
Comento a Zalabardo que se me viene a la cabeza lo de salir rana por el convencimiento que se va instalando en mí de que, entre nuestros políticos, tenemos más ranas que peces. Hace unos días, una persona amiga me decía que entre nosotros había bastantes coincidencias y bastantes discrepancias. No sé si creía eso bueno o malo. Le respondí, más o menos, que una sociedad en la que todos coincidiéramos sería aburridísima, porque las personas somos diferentes; pero que, puestos a valorar, apreciaba más más las discrepancias porque de ellas nace el debate que puede aclarar si la idea que mantenemos está errada o no. Y le recordaba que Machado, en Juan de Mairena, más o menos decía, porque cito de memoria: «Desconfiad de todo cuantos os digan. Desconfiad incluso de lo que os digo yo».
Llevamos un
tiempo, sigo diciéndole a Zalabardo, inmersos en una discusión sobre una ley sobre
la violencia contra las mujeres y otra que pretende resolver parte del problema
del llamado procés catalán. Aun aceptando la buena intención de los
legisladores, la realidad nos viene demostrando que estas leyes han salido con
deficiencias: la primera porque da lugar a efectos indeseados de rebajar penas
y delitos que antes se castigaban más; sobre la segunda, por una parte los
magistrados del Tribunal Supremo advierten al Gobierno de que
tiene lagunas que dejan impunes posible delitos secesionistas, y por la otra, hay
políticos catalanes que dicen sentirse engañados ‘en lo pactado’. O sea, que
son leyes que pueden habernos salido ranas porque no ponen
remedio a lo que pretendían solucionar.
Eso en sí no
sería tan malo si no viésemos estas leyes como productos que se han elaborado
con prisas y sin tener demasiado en cuenta las opiniones de los expertos
juristas que avisaban sobre las posibles fallas. Lo correcto, si vemos lo
ocurrido, sería sentarse, debatir, contraponer las discrepancias y ver cómo se
llega a coincidencias válidas para todos y, en especial, que supongan la
solución al problema que se desea resolver. Pero nos encontramos con que nos
cuesta demasiado reconocer que hemos errado y no digamos ya lo que nos cuesta
dar nuestro brazo a torcer. ¿Qué hacemos?: echar la culpa a otros. De ahí saco
la conclusión de que más que esas leyes fallidas quienes nos han salido
ranas son los políticos que las han llevado adelante sin tener, usando
las palabras de Montoto, «la acreditada capacidad y competencia» y
quienes se oponen a su reparación.
Hago saber a Zalabardo que esta idea se me refuerza tras leer, cuando me levanté esta mañana, El misterio de los trenes fantasma, un artículo de Antonio Muñoz Molina en el que dice que, entre nosotros, «los anatemas prevalecen sobre los argumentos». Copio este fragmento: «…nuestro modelo político preferido ha sido durante siglos, y hasta ahora mismo, más el monólogo encendido desde la tribuna o el púlpito que el debate bien argumentado entre posiciones distintas». Todos acusan a todos; todos echan en cara a todos su incapacidad y mala disposición. ¿Pero quién hace algo para reconducir los desajustes o los equívocos?
O sea, que, tanto
si miramos a nuestra derecha o a nuestra izquierdas, se nos revuelve el
estómago sintiendo que nos defraudan, que aquellos a quienes se tenía en buena
opinión, llegado el momento no han demostrado la capacidad y competencia que
les suponíamos. Total, que nos han salido rana.
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