Nos quedaron pendientes por explicar en el apunte pasado dos expresiones que igualmente se han hecho comunes aun desconociendo cuáles sean sus orígenes y verdadero sentido: Salga el sol por Antequera y Quien fue a Sevilla perdió su silla.
La primera, le
señalo a Zalabardo, es forma abreviada de la original, Salga el sol por
Antequera y póngase por donde quiera. Pero veremos que hay una versión
diferente. El Diccionario fraseológico documentado de la lengua española,
de Manuel Seco, dice que esta expresión ‘sigue a la mención de un
propósito, un hecho, para indicar que no importan sus consecuencias’; también se
entiende como señal de la ‘determinación de realizar algo cuyo resultado se
antoja imposible, como que el sol aparezca por el Mediodía’. Así lo entiende un
tal Luis de Granada en la revista madrileña Alrededor del mundo
en su número del 21 de diciembre de 1899, que, además, concluye: «Mi opinión es
de que esta locución tuvo su origen, durante la conquista de Granada, en el
campamento de los Reyes Católicos». A esa opinión se suma José María
Iribarren, aludiendo a que Antequera se encuentre al oeste de Granada. Pero
sugiero a mi amigo una interpretación no recogida en ningún lado en la que ese salir
el sol pudiera significar ‘la esperanza de que una situación difícil, e
incluso en apariencia imposible, pudiera acabar de modo inesperado’.
Parece innegable
que la locución nace durante la guerra de Granada y la toma de Antequera en
1410. Nos cuentan los historiadores que el Infante don Fernando, regente
de Castilla y futuro rey de Aragón, se planteó durante su regencia acelerar la
lucha contra los musulmanes en la frontera granadina, aunque los primeros
intentos fueron negativos, como por ejemplo la derrota en Setenil. Terco en alcanzar
su objetivo, miró entonces hacia Antequera, bastión decisivo contra Málaga y
otros lugares del reino granadino. En ese momento, se dice, fue cuando dijo
aquello de Salga el sol por Antequera y que se ponga por donde quiera,
manifestando con ello su anhelo de que aquello fuese el inicio de la victoria
―la salida de un nuevo sol― aun con el riesgo de que aquello podría terminar
mal; en Antequera una Fuente del Toro, muy posterior, en la que,
bajo el relieve de un sol, se lee: Que nos salga el sol por Antequera.
Hay una segunda versión más de carácter piadoso y legendario. La describe bien Antonio J. Guerrero Clavijo, director del periódico El Sol de Antequera, en el artículo de 2012 Santa Eufemia hizo salir el sol por Antequera en 1410, publicado en una web diocesana. Habla la leyenda de un Infante Fernando dubitativo que no sabía por dónde atacar. Antes de una batalla, era costumbre invocar al Espíritu Santo para impetrar la ayuda divina, metiendo en una urna los nombres de los santos del día. Por tres veces seguidas salió el papel con el nombre de santa Eufemia. Don Fernando, al oír este portento, exclamó: «Esta es la doncella que, en un sueño, se me apareció rodeada de leones y ángeles y diciéndome: Que salga el sol por Antequera y sea lo que Dios quiera». Y así atacó y conquistó Antequera aquel día, ayudado de un sol que deslumbró a los combatientes musulmanes.
Una tercera
versión, finalmente, atribuye la frase al famoso y temido caudillo musulmán El
Zagal que, viendo próxima la caída de Granada, exhortó a los suyos
pidiéndoles un esfuerzo final con la locución ya repetida: Que nos salga
el sol por Antequera. No obstante, en contra de cualquiera de las
interpretaciones clásicas, hoy se ha impuesto la de que Salir el sol por
Antequera es proponerse algo con poco sentido de la responsabilidad
porque lo más seguro es que acabe en fracaso.
¿Y qué decir de Quien
va a Sevilla pierde su silla, refrán que nos queda? Le comento a
Zalabardo que es el más fácil de explicar de los tratados. Con él se quiere
indicar que quien abandona un lugar o cede algún privilegio corre el riesgo de
perderlos cuando, más tarde, desea recuperarlos. Lo que diferencia este refrán
de los anteriores es que tiene una base histórica bien conocida. Reinando Enrique
IV (1454-1474), Alonso de Fonseca y Acevedo, llamado por algunos el
Viejo, era arzobispo de Sevilla y logró que un sobrino nieto suyo, Alonso
de Fonseca II o el Mozo fuese nombrado arzobispo de Santiago
de Compostela. Pero en Galicia andaban a la gresca y Alonso II pidió
ayuda a su tío, quien acudió en su ayuda proponiéndole que, en tanto se
solucionaban los conflictos, cambiasen sus sedes. Así, el sobrino pasó a ocupar
el arzobispado de Sevilla y el tío marchó a Santiago. Tras los cinco años que
tardó en poner orden en Galicia, Alonso Fonseca I requirió a su sobrino,
Alonso Fonseca II, volver cada uno a su sede primitiva.
Pero Alonso Fonseca II dijo que nanay, que lo que se da no se quita. Total, que tuvieron que intervenir, incluso con las armas, el duque de Medina Sidonia, el rey Enrique IV y hasta el propio papa para que el díscolo Alonso Fonseca II se aviniese a razones, no sin que parte de sus defensores fuesen ejecutados en la horca. Toda esta historia sirvió para que Pedro Felipe Monláu, autor de Las mil y una barbaridades (1869) defendiera que la forma originaria del refrán debió ser Quien se fue de Sevilla perdió su silla y no la que hoy usamos.
Para redondear,
le cuento a Zalabardo que Alonso Fonseca I, aparte de arreglar los
problemas de Santiago, tuvo un hijo, Alonso Fonseca III, que ha pasado a
la historia porque, aparte de ocupar también el arzobispado de Santiago, fundó
el Colegio Santiago Alfeo, que luego se llamaría Colegio
Fonseca y que acabó siendo la Universidad de Santiago de
Compostela. Esto explica, para quien no lo sepa, esa canción propia de
las tunas que comienza «Sola y triste, sola se queda Fonseca…».
1 comentario:
Extraordinario artículo, del que admiro la documentación.
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