No siempre una mayor cantidad de información supone mayor y mejor conocimiento. Se lo digo a Zalabardo, persona paciente y tolerante como pocas, y coincide conmigo en la validez de ese principio. Y me razona mi amigo que el problema se acentúa si la cantidad (a veces mareante) de información que induce a errar procede de quienes profesionalmente trabajan con ella. Hablábamos sobre un artículo aparecido en ABC el pasado día 2 de marzo, La RAE rectifica. Vuelve la tilde a sólo trece años después, que ha revuelto el gallinero y hecho reverdecer viejas polémicas.
Esta
información, empecemos por ahí, es errónea. Ni la RAE ha
rectificado ni la norma sobre solo se ha modificado. No estaría
mal, cuando se habla de un tema, conocer bien aquello de lo que se habla. La
ortografía es una convención, un acuerdo que aceptamos para facilitar en la
escritura, que es otra convención, un reconocimiento más fácil de lo que oralmente
decimos. El acento, la fuerza espiratoria con que una sílaba se pronuncia, es un
rasgo importante de la lengua y la tilde no es sino una pequeña rayita oblicua
que marca cuál es esa sílaba tónica.
Pero
a veces nos falta curiosidad por saber el origen de las cosas. La tilde, como
la normalización de la ortografía en español, es algo «reciente». En el Quijote
de 1605, por poner un ejemplo claro, leemos Quixote, vivia,
lança, rozin y cosas así. No había tildes ―tampoco
las había en latín―y se usaban letras que hoy han desaparecido. No se hacía por
capricho, sino que se seguía la costumbre de textos anteriores. Será en la
segunda mitad del siglo XVII cuando comience a generalizarse el uso de la tilde
y hasta el XVIII no surgirá el interés académico por normalizar la ortografía.
Miremos hacia la tilde. ¿Sirve para algo? Claro que sí. Como nuestra lengua tiende a una pronunciación naturalmente llana ―el acento recae sobre la penúltima sílaba―, esa minúscula rayita ayuda a saber, en la escritura, cuándo el acento recae en lugar diferente. Por eso tildamos minúscula o decisión y no rayita. ¿Pero por qué colocamos tilde en cuándo? La respuesta está en que hay una tilde prosódica y una tilde diacrítica. La primera nos señala que minúscula es esdrújula y que decisión es aguda. Además, la tilde ayuda a diferenciar el trío crítico/critico/criticó. Con la diacrítica, tratamos de evitar confusiones entre palabras que, iguales en escritura, tienen pronunciación y sentido diferente; así sabemos que cuándo es un interrogativo. No todo es tan simple; pero, para nuestro objetivo, creo que esto es suficiente.
La ortografía, como la lengua en su conjunto, ha ido cambiando con el tiempo. En la lengua rige lo que se llama «economía del lenguaje», buscar máximo rendimiento con una menor cantidad de elementos. Mientras escribo esto, escucho casualmente en la radio a Lola Pons, partidaria de la simplificación, como lo fue Juan Ramón Jiménez. Esta filóloga y profesora de la Universidad de Sevilla, al defender solo sin tildar, recuerda que, en 1870, la Academia, en uno de esos ajustes, acordó, entre otras reformas, colocar tilde diacrítica, diferenciadora, a éntre y a sóbre, hoy desaparecidas sin que nadie se queje, para diferenciar el verbo de la preposición. Y,
sin embargo, la polémica de moda, el asunto de que se habla en prensa, radio,
televisión y hasta en las redes sociales gira sobre si el adverbio solo
debe o no llevar tilde. Y le pregunto a Zalabardo si muchos de cuantos se
lanzan a opinar saben bien de qué están hablando. Se recurre, sí, a la
autoridad de Javier Marías, de Arturo Pérez-Reverte y otros
escritores grandes que, además, son académicos. Pero, ¿qué argumentos, aparte
de la costumbre, se pueden aportar para sostener la defensa o la condena de esa
tilde? También a mí me enseñaron esa ortografía de la costumbre. Pero no hay
que ser ni inmovilista ni fanático. Porque también me enseñaron que la
preposición á llevaba tilde y la conjunción ó si
iba entre cifras. Y ambos usos son hoy inexistentes.
Zalabardo
y yo decidimos repasar algunas publicaciones académicas. En el Diccionario
de Autoridades (1726-1739), no vemos más que solo, sin
tilde. La Gramática castellana editada por la RAE
en 1883, en la página 367, dice: «Por costumbre se acentúa la palabra solo,
cuando es adverbio». O sea, se habla de costumbre, no de obligación.
En 1959, se publicaron las Nuevas Normas que se incorporarían a
los textos tradicionales sobre ortografía. En la página 27, leemos: «La palabra
solo, en función adverbial, podrá llevar acento ortográfico si con ello
se ha de evitar anfibología». Podrá llevar; es decir, se concede
libertad a quien escribe de usar o no tilde si cree que puede haber confusión. Y,
en la de 2010, tras comentar que son muy pocos los posibles casos de confusión
en solo y bastante variados los modos de evitarla, se dice en la
página 269: «a partir de ahora se podrá prescindir de la tilde en estas formas
incluso en los casos de doble interpretación». A la insistencia en podrá
se añade incluso, lo que amplía la libertad de tildar o no el
adverbio solo, respetando así la costumbre de quien
escribe. Nunca, pues, ha habido obligación ni prohibición. Conclusión: ni la Academia
ha rectificado ni ha suprimido ninguna norma preexistente. Se ha limitado a
anunciar que el párrafo se redactará de forma que quede claro que «es
obligatorio escribir sin tilde el adverbio solo cuando no entrañe riesgo
de ambigüedad y es optativo su empleo cuando, a juicio de quien escribe,
pudiese haberlo».
Que el objetivo es caminar hacia la simplificación lo demuestra la frase irónica de Salvador Gutiérrez Ordóñez, director de Español al día, al referirse a esta polémica: «Si no tildas nunca, nunca te equivocas; si tildas, corres riesgo de equivocarte». Al sintildismo defendido por Lola Pons se unen, siguiendo con la ironía, Álex Grijelmo, al denunciar que, si reivindicamos con exceso la tilde diacrítica tendríamos que emplearla en frases del tipo vino de la Ribera para aclarar si hablamos del verbo ir o del sustantivo vino. Y Carlota de Benito, profesora de Lingüística en la Universidad de Zúrich, que lanzaba este anuncio hace unos días: «Información de servicio público contra el populismo ortográfico: ya podíais ponerle la tilde [desde 2010] a solo en casos de ambigüedad».
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