El jueves y el viernes pasados he estado con los amigos, con los compañeros que iniciamos juntos el bachillerato allá por 1956 (¡vaya tela!), compartiendo unas horas y recordando episodios de aquellos tiempos, y también más recientes, cosa que, mientras hemos permanecido juntos, nos ha hecho felices y permitido olvidar cualquier tipo de preocupación presente (¡tela marinera!). Y como suele decirse que la mejor tertulia es la que se celebra en torno a una mesa, si el vienes comimos, más informalmente, en el Bar Bistec, de la Plazuela de Santa Ana (¡tela!), el jueves tuvimos la comida oficial en la Plaza de San Lorenzo, en AZ-ZAIT (¡vaya tela del telón!), donde, dada la calidad de lo que nos pusieron y la atención prestada, a nadie se dolió lo más mínimo soltar la tela.
Naturalmente, a
esta reunión no pudo acompañarme Zalabardo, pero yo le doy cuenta de todo
―quizá de todo no, porque habría mucha tela que cortar―, aunque
sí de lo principal; y no porque él me vaya a poner en tela de juicio,
sino porque disfruta con mis cosas tal como yo disfruto con las suyas. Y ya de
paso, aprovecho para hablarle un poco de tela y las expresiones
en que aparece.
Las telas de que hablo ―le explico a Zalabardo, aunque él de esto también sabe tela― tienen dos orígenes distintos y, lógicamente, significados diferentes. Existe en latín un vocablo telum, ‘dardo, lanza, arma arrojadiza’, de donde deriva la forma tela, casi absolutamente perdida en nuestra lengua salvo en la expresión poner en tela de juicio. El otro es el vocablo tela, ‘paño’, que es del que proceden las demás expresiones.
Deberíamos
comenzar por la primera, que quizá se explique en menos tiempo y suena algo más
rara. Poner en tela de juicio, como muy bien explica José Luis
García Remiro en Estar al loro, es poner en duda la certeza o
el éxito de una cosa. Su origen hay que buscarlo en la Edad Media. La tela,
‘lanza’, pasó primero a designar la ‘valla que se colocaba en las lizas para
que los caballos no se topasen’ y, posteriormente, el ‘lugar donde se dirimían
los pleitos y apuestas’. Por eso, se pone en tela de juicio a
alguien cuando se juzga que su comportamiento u opinión se pone en entredicho.
De ahí también que se pueda entender como ‘examen, disputa o controversia’.
La otra tela
está más relacionada con el tejido y con la marinería. Por eso ―aunque esta
afirmación no pueda no pasar de ser una suposición mía, le digo a mi amigo― las
primeras de todas las interpretaciones deban de ser las de tener (o ser)
tela marinera y tener tela que cortar. Tanto en un caso
como en otro, se hace alusión a la complejidad o lo increíble que algo pueda
parecer y, por tanto, a su naturaleza asombrosa. La tela marinera
es la que se emplea para hacer las velas para los navíos, tarea que precisa
gran cantidad de tejido y tiempo para su elaboración, que debe ser cuidadosa y,
por lo mismo, difícil. Y, claro está, por el tipo y variedad de velas, es mucho
lo que se tarda en cortar y coser las diferentes piezas. Ya tenemos, pues, que tener
algo tela que cortar, es, al mismo tiempo, algo que requiere paciencia,
porque es largo, porque exige destreza, porque es difícil y que asombra, porque
no todos pueden dedicarse a ello.
Pero no olvidemos, señalo a mi amigo, que, por lo que se pide a la velas, hay que usar un tejido de calidad y resistente. Esa calidad y el trabajo que requiere su elaboración supone un alto desembolso económico. Quien tiene velas, tiene tela, que vale un dinero. Ya surgió el nuevo significado, ‘dinero’. La persona que tiene tela es un adinerado y soltar la tela es pagar el precio de algo. Nos queda ya menos. En este proceso evolutivo, llega un momento en que tela también adquiere valor de adverbio con el sentido de ‘mucho’. Por eso se dice tener tela de (dinero, tiempo, trabajo, dificultades, miedo, etc.) y, con la compañía de vaya, en exclamación que manifiesta nuestro asombro admirativo o nuestra queja ante lo que nos parece excelente o ante lo que nos provoca fastidio. Si digo ¡Vaya trabajo!, me puedo referir tanto a la magnífica suerte que he tenido, a lo bien que me ha salido o a lo que me molesta por su dificultad.
Concluyo. Si poner
en tela de juicio es una expresión muy generalizada, todas las demás se
circunscriben más al territorio andaluz. Y dada nuestra tendencia a la
hipérbole, si queremos expresar de algo el alto valor que le concedemos, no
decimos solo ¡vaya tela! ―que podría resultar ambiguo―, sino que
decimos ¡vaya tela del telón! Y para rematar, le digo a Zalabardo
que ¡vaya tela la lluvia que nos cayó el jueves! Pero falta hace;
que nadie se queje.
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