Yo regresaba deseoso de contarle a
mi amigo cómo se ha desarrollado mi verano, la tranquilidad de una temporada en
el monte, en la Alpujarra granadina, alejado del bullicio ciudadano. Cerca de
Pampaneira y Capileira, pero lo suficientemente separado como para no tener que
sufrir los rigores del turismo masificado. Si a esto se añade una sorpresa con
la que no contaba, el Al-Taha Festival, pues miel sobre hojuelas.
El Al-Taha Festival es
un evento que se celebra en La Taha de Pitres, un municipio formado por siete pequeños
pueblos muy próximos ―Pitres, Capilerilla, Atalbéitar, Mecina, Ferreirola, Fondales
y Mecinilla― que, en total, no llegan a los 700 habitantes. El mayor, Pitres,
tiene unos 400; el menor, Mecinilla, apenas 17. Durante una semana, cada día un
espectáculo en cada pueblo: música clásica, música relajante para la
meditación, flamenco, talleres sobre folclore alpujarreño…
Las vacaciones, también las he
aprovechado para leer: dos novelas ―El verano de Cervantes, de Antonio
Muñoz Molina y Ese imbécil va a escribir una novela, de Juan
José Millás― y la Autobiografía de Charles Darwin. Aún
me quedó tiempo para terminar de corregir una novela que me tenía ocupado desde
2019. La he enviado a un concurso, porque cada día desconfío más de la
autoedición, sistema que puede colmar la vanidad de quien escribe, pero no
garantiza de ningún modo la calidad de su obra. Para publicar, pienso sinceramente,
se necesita de alguien que, con toda independencia, certifique que tu obra tiene
el mínimo de calidad exigible.
Pero, si echamos mano del refranero, nos encontramos con que también se dice que no hay cielo sin nubes o que no hay miel sin hiel. O sea, que la alegría dura en el momento que gozamos de ella y no debemos descuidarnos, porque puede desaparecer cuando menos lo esperemos. Lo digo porque el panorama hallado a la vuelta no ha sido muy alentador. El megalómano Putin sigue su ansia expansionista en Ucrania e, incluso, en los últimos días dispara drones ―sin querer― contra Polonia. El genocida Netanyahu continúa en su afán de exterminar a los palestinos de Gaza; y Trump, no sé si el más torpe de este trío de locos, tiene la osadía de pedir para él el Nobel de la Paz, mientras Putin le toma el pelo y Netanyahu se frota las manos viendo las armas que le proporciona.
En el interior, las cosas no van
mucho mejor. Zalabardo y yo compartimos la misma sensación de que parece que no
nos hubiésemos ido en ningún momento, pues todo permanece como antes. Nadie reflexiona
ni dialoga y continuamos inmersos en esa ciénaga de insultos y crispación lenguaraz.
Si antes del verano la tragedia valenciana no sirvió para buscar soluciones
cogidos de la mano, sino que fue ocasión para ahondar en la zafiedad de los
insultos y en las denuncias de presuntos culpables, agosto nos ha
traído otra catástrofe, la de los incendios forestales, que tampoco ha servido
para mediar en que hay que trabajar codo con codo contra la calamidad antes que
perder el tiempo denunciando a presuntos culpables mientras el
bosque ardía.
Y mientras impera esa zafiedad de
los insultos, sigue faltando un argumentario político. Al parecer, resulta más
rentable judicializar la vida del país para atraer votos. ¿Que las denuncias se
basan en falsas acusaciones? ¿Que exigimos con gesto vehemente y lenguaje soez que
alguien demuestre su inocencia aun careciendo de pruebas de aquello de lo que
lo acusamos? Nada de eso importa. Lo que importa es la chabacana máxima de denuncia,
que algo queda.
«Pero vamos a ver» ―me pregunta mi
amigo, que, atento a tantas idas y venidas a los juzgados, ha decidido estudiar
por libre algo de derecho― «¿es posible que nuestros políticos y nuestros
medios de comunicación ignoren que presunto culpable es una
entelequia, que no es ninguna clase de principio legal ni constitucional, pues
lo que recogen los sistemas jurídicos de las sociedades democráticas es la presunción
de inocencia como derecho fundamental que asiste a todos los
ciudadanos?»
Parece que eso aquí no cabe. Pero,
ya que el patio está como está, le recuerdo a mi amigo unas palabras de don
Quijote a su escudero cuando este se disponía a tomar posesión de la
ínsula (segunda parte, cap. XLII): Cuando te sucediere juzgar algún pleito
de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del
caso. No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros
que en ella hicieres las más de las veces serán sin remedio…
Y Zalabardo me recuerda que ya Confucio
consideraba que tener que solucionar un problema en los tribunales siempre es
muestra de fracaso: Al escuchar un pleito, soy tan bueno o tan malo como
cualquier otro hombre, pero si debo distinguirme, intentaría primero que no
hubiese pleito.
Por eso nos alegró ver en televisión una entrevista con el prestigioso cirujano Pedro Cavadas. Dijo creer en la necesidad de una completa regeneración política: La política española está enferma, muy enferma, sin hablar de ningún color. Pero si la política se entiende como juegos florales infantiles y tortura del lenguaje para intentar que una cosa parezca otra […] y que lo que hago yo es fenomenal, pero si lo haces tú es lo peor del mundo, eso no es política. También fue duro hablando de la Inteligencia Artificial. Opina él que la IA entrará un día en conflicto con nosotros. Decía: El ser humano hace mucho que dejó de evolucionar. En lugar de ser cada vez más listos, somos cada vez más tontos, porque estamos menos estimulados.
Si las palabras del doctor Cavadas
nos hacían pensar que en nuestro país aún hay mentes que tienen ideas claras,
el chorreón nos lo dio una influencer ―¿me diría alguien qué
conocimientos y capacidades convierten a una persona en influencer
y qué es tal cosa?― que desdeña la lectura porque leer, decía, no hace mejor a nadie.
Me apunta Zalabardo: «Hombre, podemos admitir la duda de que la lectura no nos haga
mejores. Pero lo innegable es que no leer nos hace más ignorantes».