Puesto que cuando escribo este apunte es viernes, 28 de febrero, Día de Andalucía, le sugiero a Zalabardo que revisemos algunos textos que se le han dedicado a nuestra tierra. No es mi intención que hablemos de nuestro dialecto ―me parece innecesario insistir en su riqueza o en la obligación que tenemos de cuidarlo, o en la circunstancia de que fuese precisamente un andaluz, Antonio de Nebrija, quien escribiese la primera gramática del español―. Le pido que lo hagamos solo por dejar constancia documental ―frente a quienes aún sienten complejo por ser andaluces― del peso de nuestra historia y de nuestra influencia cultural en lo que llamamos España.
Le propongo a mi amigo comenzar con
palabras de Alfonso Grosso, que, en Andalucía, un mundo colonial,
habla del espíritu integrador de esta parte de España: «No imaginaremos [en Andalucía]
una postura nacionalista […] ni siquiera de regionalismo. […] En último
término, se trata de todo lo contrario: de su deseo de incorporación en
igualdad de condiciones al cuerpo nacional y la única verdad evidente es que
[…] cuando Andalucía despierta […] es capaz de cualquier cosa,
como ponerle, por ejemplo, luminarias a todas las calles de Córdoba en pleno
siglo X […] o levantar, como Sevilla, la torre más alta del mundo ―la Giralda―
a finales del siglo XII». Y poco más adelante, señala: «Cuando buena parte de
Europa no era más que un glaciar, y ni Roma era Roma, ni Grecia era siquiera
Grecia aún, Andalucía era ya Andalucía. La Biblia
hace referencia a ella cuando habla de los reyes de Tharsis, los
primeros reyes andaluces».
En efecto, en el primer libro de los
Reyes (10,22), se lee hablando de Salomón: «La flota del
rey se hacía a la vela, e iba la flota de Hiram una vez cada tres años a Tharsis
a traer de allí oro y plata, y colmillos de elefantes y pavos reales». Y aunque
sean muchas las discusiones de los especialistas, todo parece indicar que Tharsis
no era sino el reino de Tartessos, en el sur peninsular, de cuyas
minas de plata y oro habla Plinio en su Historia Natural.
Tharsis, Al-Andalus,
Andalucía. ¿De dónde nos proviene el nombre? Es difícil saberlo.
Si las teorías circulan de norte a sur mantienen una idea, «tierra de los
vándalos», uno de los pueblos germanos que vinieron a la Península. Si circulan
de sur a norte, la idea es otra. No entremos en la discusión, pues no tenemos argumentos
para inclinarnos hacia un lado o hacia el otro. Pero desde el sur, los propios judíos
andalusíes ―al hablar de la tierra de Sefarad a la que se vieron
expatriados― sostienen ―lo hace Moshe ben Ezra en su Libro de la Disertación
y el Recuerdo― que el nombre Al-Ándalus que los musulmanes
dieron a Sefarad procedía del gentilicio correspondiente a Andalisán,
personaje que vivió en época del rey Ispán, relacionado a su vez con Aspamia,
denominación utilizada en las tradiciones de la diáspora judía para esta
tierra, de donde procederá también el Hispania latino. Dejamos
ahí la cosa y, quien quiera puede añadir, quitar o buscar por donde le parezca
mejor.
José Manuel Cabra de Luna, presidente
de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, de Málaga, pronunció un
Día de Andalucía de 2016 un discurso ―Elogio de Andalucía.
Hacia un nuevo humanismo― en el que afirmaba: «Quiero recuperar a los
andaluces que con su vida y con su obra nos han constituido, nos han hecho ser
lo que somos y como somos». E iniciaba un repaso elogioso de la aportación en
diferentes disciplinas de la cultura española por parte de esos andaluces. En
esa relación aparecen los nombres de Ibn Gabirol, Maimónides, Avicena,
San Isidoro, Averroes, Trajano, Adriano, Séneca,
Turina, Falla, Bernardo de Gálvez, Nebrija, Velázquez,
Picasso, Góngora, María Zambrano, Lorca, Machado,
María Teresa León, Aleixandre, Cernuda… Y culmina: «Por lo
que nos aportaron, los que vivimos en esta tierra tenemos la obligación de
hacer de la cultura un territorio común».
Le sugiero a Zalabardo que cerremos el breve apunte de hoy con palabras de Blas Infante en su Ideal andaluz: «Andalucía existe: no es preciso crearla. […] Se ha dicho que el pueblo andaluz no tiene historia […] La historia no es la narración de las bélicas manifestaciones de una continuada actividad guerrera. Esta será la historia de la barbarie humana. Según su verdadera concepción, la historia de un pueblo es la de su genio, pugnando siempre, a través de los obstáculos históricos, por explayar e imponer sus alientos civilizadores. Y esa historia la tiene Andalucía».
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