Juan Pablo Martín, profesor de la Universidad Federal de Pernambuco, es autor de un breve e interesante trabajo titulado Frases hechas, modismos y refranes en el que intenta deslindar lo que diferencia a unas construcciones de otras. Su artículo es interesante para todo aficionado a la paremiología, la ciencia lingüística que estudia los refranes, proverbios, adagios, frases hechas modismos, locuciones y demás, porque en ella hallamos una especie de totum revolutum, pues vemos mezcladas cosas que no deberían estarlo. En mi pueblo dirían que es un batiburrillo, y en otros ambientes ― de la música ha pasado a la informática y a la gastronomía―, un mix, palabra no recogida por el diccionario académico, pero sí por el de Manuel Seco.
Sostiene este autor que conocer el
mundo supone un conocimiento factual acerca del país en que se habla un idioma
y que ese idioma lo que nos permite acceder a su Cultura ―con mayúsculas―,
reconocible la literatura, el arte, el pensamiento…, y también a su cultura
―con minúscula―, observable en la vida diaria, las relaciones personales, los
valores o las creencias. En este segundo tipo de cultura podemos incluir los
refranes, las frases hechas, las locuciones y toda esa gama léxica a la que se
refiere la paremiología.
Ramón J. Sender publicó hace
ya años, en 1962 ―hace ya más de sesenta años―, La tesis de Nancy,
novela que ayuda a conocer esta peculiar parcela de un idioma ―en este caso el
nuestro― y cuya lectura solía recomendarse a escolares de secundaria. La
protagonista es una joven estadounidense ―me parece poco procedente decir
americana, término del que se ha adueñado Trump, un ricachón palurdo que
parece ignorar que América va desde el Promontorio de Murchison, en Canadá,
hasta el cabo Froward, o Morro de Santa Águeda, en Chile―. Nancy
es estudiante de antropología que viene a Sevilla para estudiar el folclore de
nuestra tierra. Las cartas que escribe a su prima Betsy son
desternillantes, sobre todo cuando cuenta sus problemas con nuestro idioma. Los
ejemplos son numerosísimos, pero escojo uno: a Nancy le cuentan
una reyerta entre dos personas cuyo resultado ha sido que una de ella ha
dado mulé a la otra; como la joven no entiende, pide explicación y le contestan
que lo han despachao; aun así no entiende y le van respondiendo
que la ha palmao, que ha estirao la pata, que lo
han hecho hincar el pico o que lo han dejao seco en el sitio.
Solo cuando, tras mucho insistir, le aclaran que uno de los litigantes ―para
vengar a un pariente― ha dado muerte al otro, la pobre Nancy
comprende la realidad. Según el estudio del profesor de Pernambuco, estirar
la pata o dejar seco, por citar estos dos giros, son
modismos.
He recordado esto porque Zalabardo ha tenido parte en un conflicto en que lo han acusado de que siempre coge el rábano por las hojas, a lo que mi amigo ha respondido a la otra persona diciéndole que ella siempre se va por las ramas. La pobrecita Nancy de la novela tendría dificultades para entender lo que mi amigo y la otra persona se dicen. Porque tanto tomar el rábano por las hojas ―es preferible usar tomar mejor que coger― como irse por las ramas son locuciones o modismos muy abundantes en el habla coloquial.
¿Es igual una locución que un refrán?
La respuesta es rotunda: no. Aunque puedan ser parientes. Juan Pablo Martín,
en su artículo citado, prefiere llamar a las primeras frases hechas o modismos
y dicen que son «metáforas lexicalizadas semánticamente opacas», definición que
entenderemos si atendemos a las diferencias que va señalando: los modismos,
aunque, como los refranes, suelen tener un origen popular y tradicional, no
tienen un significado que se corresponda literalmente con el de las palabras
que los integran, por lo que resultan difíciles de traducir a otro idioma; los
modismos no suelen contener ninguna clase de sentencia o consejo; y los
modismos tienen la apariencia de proceder de expresiones más amplias que
solemos desconocer. Le pongo a mi amigo un ejemplo. Ponerse las botas
―que es un modismo― significa ‘enriquecerse, sacar provecho de algo o hartarse
de algo placentero’. ¿Cómo hacer que entendiera esto la joven Nancy?
Tendríamos que contarle que, en otros tiempos, calzar botas era signo de poder
económico. La gente humilde, por lo común, iba descalza o a lo más que podía
aspirar era a llevar zapatos. Ponerse unas botas, pues, era
ascender en la escala social. En cambio, A quien buen árbol se arrima
buena sombra lo cobija es un refrán que fácilmente se entiende y puede
ser traducido sin problema a cualquier idioma. Su sentido, literal y figurado
es claro: conviene acercarse a quien puede suponernos algún provecho. Lo de las
botas necesita una explicación; lo del árbol, no.
Por lo dicho, queda claro que son
modismos Por todo lo alto, Sin ton ni son, Llevarse
el gato al agua, No tener vela en un entierro… Y que son
refranes, en cambio, A quien madruga, Dios le ayuda, Haz
rico a un asno y pasará por sabio, Más vale pájaro en mano que
ciento volando… Creo que es fácil ver la diferencia.
A mi amigo lo acusan de tomar el rábano por las hojas, es decir, de interpretar torcidamente lo que se le dice confundiendo lo accesorio con lo principal, como quien, ante esta planta crucífera, pretende aprovechar las hojas ásperas despreciando la carnosa raíz que es en realidad lo valioso. Y mi amigo se ha defendido acusando a su oponente de irse por las ramas, es decir, de obviar el elemento principal que es el tronco ―hace muchos siglos, un socarrón fraile riojano dijo Dejemos la corteza, en el meollo entremos― para prestar atención únicamente a lo que son ramas que tienen un valor secundario e incluso pueden sobrar.
Cuando Zalabardo pide mi parecer acerca de quién
tiene la razón, le contesto que quizá nada sea verdad ni mentira, pues
las cosas varían según el cristal con que se miran. Eso no es modismo,
sino que se acerca más al refrán, y nos indica que todo depende del punto de
vista que se adopte y de qué considere cada uno qué es rábano y
qué es hoja o qué es tronco y qué rama
en el asunto que origina la discusión. Y le pongo un ejemplo sencillo. El
Estado tiene la obligación de ofrecer a todos los ciudadanos una educación
universal y gratuita en las escuelas públicas. El ciudadano tiene libertad para
renunciar a este derecho y optar por una enseñanza más elitista en un centro
privado. La cuestión no estriba en si es mejor el centro público o el privado ―en
los dos lados hay buenos y malos―, sino que, si ese ciudadano elige para sus
hijos un centro que, con independencia de su calidad, ha sido montado como
negocio, tendrá que pagar lo que esa empresa le pida. El Estado paga una
enseñanza idéntica para todos. Si yo quiero una diferente, el Estado no tiene
obligación de costeármela. En el debate que sobre la cuestión se plantee solo
necesitamos saber de qué lado estamos. Los rábanos y las ramas importan
un pimiento, que también es un modismo.
1 comentario:
Siempre es un placer leerle, más bien diría un lujo. Gracias
Publicar un comentario