Un
académico recientemente fallecido, Javier Marías, defensor de la
libertad de la lengua como extensión de la libertad del pensamiento y muy
crítico con el mal uso que de ella hacen no pocos periodistas, escritores y
personajes de relevancia, de los que afirmaba que parecen mostrar «una total
ausencia de instalación en su propio idioma» decía, sin embargo, que cualquier
forma de imposición en el lenguaje es «una intromisión intolerable en nuestra
habla y en nuestro pensamiento».
Otro
académico, Arturo Pérez-Reverte, saliendo al paso de una propuesta para suprimir
cualquier metáfora bélica cuando se habla del cáncer ―batalla, lucha,
ganar/perder…―, escribió: «Por una vez (sin que sirva de precedente y me
disculpo de antemano por ello) permítanme ser grosero: Me va a regular el uso
de las palabras su puta madre.»
Y
un tercer académico y novelista también, Javier Cercas, afirmaba la otra
noche que «la gramática debería ocuparse de la forma en que se habla y no de la
forma en que habría que hablar»
Por
fin, le recuerdo a mi amigo que si Juan de Valdés decía en el siglo XVI
«escribo como hablo», hoy podríamos aceptar su frase como norma que valida la
naturalidad en el idioma y la libertad consciente en su empleo. Porque ni todo
el mundo habla ni escribe de igual manera, razón que explica que la lengua
cambie y se vaya modificando con el paso de los años.
La Nueva gramática de la lengua española define las formas de tratamiento como las variantes pronominales que se eligen para dirigirse a alguien en función de la relación social que existe entre el emisor y el receptor (tú, usted, vos…) o los grupos nominales que se usan para referirse a algún destinatario de forma cortés o respetuosa o en función de su rango, dignidad o posición jerárquica (don, Majestad, Ilustrísima, Señoría…). Pero la NGLE, que es una obra descriptiva y no prescriptiva, es decir, que explica los usos sin imponer ninguno, comienza por reconocer la variedad de factores que intervienen, según épocas y contextos, en la elección de estas formas.
Y así, comienza a hacer diferentes matizaciones. Señala como primer factor la distinción entre el trato de confianza o familiaridad y el trato de respeto. Utilizamos tú para dirigirnos a quienes consideramos iguales y a quienes nos sentimos unidos por lazos de confianza. Pero tratamos de usted a quien desconocemos, a los mayores de edad o a quienes consideramos superiores en rango. Aparte de eso, debemos distinguir lo que es un tratamiento simétrico de otro asimétrico. En el primero hablamos de comunicación entre iguales que utilizan la misma forma (ya sea tú o usted). El tratamiento es asimétrico si los interlocutores no se consideran miembros de la misma jerarquía y uno de ellos emplea usted, mientras el otro emplea tú. Además, la Gramática habla de un tratamiento estable o permanente, si en cualquier situación se emplea la misma forma; y de un tratamiento circunstancial, si abandonamos la forma de respeto cuando nos dirigimos a quien pensamos que ha cometido un acto reprobable. Por ejemplo, si vemos cometer una imprudencia conduciendo a una persona a la que tratamos normalmente con respeto y le gritamos «¿Pero qué haces tú?»
Si
eso ―le apunto a Zalabardo― es la teoría, al revisar la historia se ve el
cambio que va experimentando la lengua, sin necesidad de que nadie imponga
nada. Porque la lengua es un organismo autónomo en el que no hay que aplicar
ningún criterio artificial, provenga de donde provenga. La política, algunas
organizaciones, el comercio, las religiones… quieren adaptar la lengua a su
capricho. Craso error que solo conduce a ese instalarse fuera del propio idioma
que denuncian las palabras de Marías y Pérez-Reverte y que rompen
la naturalidad que defendía Valdés.
En
latín, no existía más forma de tratamiento que tú. En la Edad
Media, en cambio, comenzó a utilizarse vos entre iguales y se
reservaba tú para los de inferior categoría. En el español
clásico, siglos XVI y XVII, el tuteo era muy poco frecuente.
Podemos decir que predominaba la forma usted como forma de
respeto y tú se reservaba para los inferiores. En el XIX era el
grado de confianza el que decidía todo. Emplear usted
era lo usual entre toda clase de personas, salvo que se llegara a un alto grado
de confianza o familiaridad. Pero el factor respeto tenía mucha
fuerza y eso explica que incluso en el seno familiar los hijos tratasen de usted
a sus progenitores. Será a principios del siglo XX cuando, con la aparición de
movimientos políticos defensores del igualitarismo, comience a generalizarse el
empleo de tú, que ya en la segunda mitad del siglo XX va
adquiriendo una creciente hegemonía. Y, en la actualidad, se va generalizando
con fuerza tú, salvo en situaciones formales.
No obstante ―le digo a Zalabardo― mi criterio me indica que, sea cual sea la situación, debiéramos ajustarnos al principio de respeto/confianza. No tengo dificultad para aceptar, porque ayuda a crear una situación de confianza, que se utilice tú entre profesores y alumnos ―o situaciones similares―, siempre guardando el respeto mutuo debido. Pero, sin ser enemigo del tuteo, tengo la costumbre de dirigirme con usted a cualquier persona que no conozco. Por eso veo carente de delicadeza que en un restaurante, en un supermercado, en un servicio de atención telefónica, etc., se utilice el tuteo indiscriminado frente a desconocidos―aunque no haya intención de faltar al respeto―.
Lo
que de verdad me revienta ―le digo a Zalabardo― es que se valgan de señoría
mjuchos maleducados diputados o senadores que no toman la palabra más que para
insultar. O que haya que llamar señorías a jueces que cometen la
aberración de emitir un fallo de culpabilidad sin tener la delicadeza de
exponer ―como exige una sentencia coherente― las razones por las que se ha
llegado al mismo.





















