sábado, noviembre 29, 2025

EL IMPARABLE ASCENSO DEL TUTEO

Antes de hablar de las formas de tratamiento, siento necesidad de comentar con Zalabardo algo que quizá algunos ignoren. El Diccionario de Autoridades, primero que publicó la RAE y compuesto entre 1726 y 1739, recibe ese nombre porque para ilustrar cada significado de las palabras que contiene, aporta uno o más ejemplos que documentan su uso, pues ese es uno de los significados de autoridad, texto o expresión que se cita en apoyo de lo que se dice.

            Un académico recientemente fallecido, Javier Marías, defensor de la libertad de la lengua como extensión de la libertad del pensamiento y muy crítico con el mal uso que de ella hacen no pocos periodistas, escritores y personajes de relevancia, de los que afirmaba que parecen mostrar «una total ausencia de instalación en su propio idioma» decía, sin embargo, que cualquier forma de imposición en el lenguaje es «una intromisión intolerable en nuestra habla y en nuestro pensamiento».

            Otro académico, Arturo Pérez-Reverte, saliendo al paso de una propuesta para suprimir cualquier metáfora bélica cuando se habla del cáncer ―batalla, lucha, ganar/perder…―, escribió: «Por una vez (sin que sirva de precedente y me disculpo de antemano por ello) permítanme ser grosero: Me va a regular el uso de las palabras su puta madre.»

            Y un tercer académico y novelista también, Javier Cercas, afirmaba la otra noche que «la gramática debería ocuparse de la forma en que se habla y no de la forma en que habría que hablar»

            Por fin, le recuerdo a mi amigo que si Juan de Valdés decía en el siglo XVI «escribo como hablo», hoy podríamos aceptar su frase como norma que valida la naturalidad en el idioma y la libertad consciente en su empleo. Porque ni todo el mundo habla ni escribe de igual manera, razón que explica que la lengua cambie y se vaya modificando con el paso de los años.

            La Nueva gramática de la lengua española define las formas de tratamiento como las variantes pronominales que se eligen para dirigirse a alguien en función de la relación social que existe entre el emisor y el receptor (, usted, vos…) o los grupos nominales que se usan para referirse a algún destinatario de forma cortés o respetuosa o en función de su rango, dignidad o posición jerárquica (don, Majestad, Ilustrísima, Señoría…). Pero la NGLE, que es una obra descriptiva y no prescriptiva, es decir, que explica los usos sin imponer ninguno, comienza por reconocer la variedad de factores que intervienen, según épocas y contextos, en la elección de estas formas.

           Y así, comienza a hacer diferentes matizaciones. Señala como primer factor la distinción entre el trato de confianza o familiaridad y el trato de respeto. Utilizamos para dirigirnos a quienes consideramos iguales y a quienes nos sentimos unidos por lazos de confianza. Pero tratamos de usted a quien desconocemos, a los mayores de edad o a quienes consideramos superiores en rango. Aparte de eso, debemos distinguir lo que es un tratamiento simétrico de otro asimétrico. En el primero hablamos de comunicación entre iguales que utilizan la misma forma (ya sea o usted). El tratamiento es asimétrico si los interlocutores no se consideran miembros de la misma jerarquía y uno de ellos emplea usted, mientras el otro emplea . Además, la Gramática habla de un tratamiento estable o permanente, si en cualquier situación se emplea la misma forma; y de un tratamiento circunstancial, si abandonamos la forma de respeto cuando nos dirigimos a quien pensamos que ha cometido un acto reprobable. Por ejemplo, si vemos cometer una imprudencia conduciendo a una persona a la que tratamos normalmente con respeto y le gritamos «¿Pero qué haces

            Si eso ―le apunto a Zalabardo― es la teoría, al revisar la historia se ve el cambio que va experimentando la lengua, sin necesidad de que nadie imponga nada. Porque la lengua es un organismo autónomo en el que no hay que aplicar ningún criterio artificial, provenga de donde provenga. La política, algunas organizaciones, el comercio, las religiones… quieren adaptar la lengua a su capricho. Craso error que solo conduce a ese instalarse fuera del propio idioma que denuncian las palabras de Marías y Pérez-Reverte y que rompen la naturalidad que defendía Valdés.

            En latín, no existía más forma de tratamiento que . En la Edad Media, en cambio, comenzó a utilizarse vos entre iguales y se reservaba para los de inferior categoría. En el español clásico, siglos XVI y XVII, el tuteo era muy poco frecuente. Podemos decir que predominaba la forma usted como forma de respeto y se reservaba para los inferiores. En el XIX era el grado de confianza el que decidía todo. Emplear usted era lo usual entre toda clase de personas, salvo que se llegara a un alto grado de confianza o familiaridad. Pero el factor respeto tenía mucha fuerza y eso explica que incluso en el seno familiar los hijos tratasen de usted a sus progenitores. Será a principios del siglo XX cuando, con la aparición de movimientos políticos defensores del igualitarismo, comience a generalizarse el empleo de , que ya en la segunda mitad del siglo XX va adquiriendo una creciente hegemonía. Y, en la actualidad, se va generalizando con fuerza , salvo en situaciones formales.

            No obstante ―le digo a Zalabardo― mi criterio me indica que, sea cual sea la situación, debiéramos ajustarnos al principio de respeto/confianza. No tengo dificultad para aceptar, porque ayuda a crear una situación de confianza, que se utilice entre profesores y alumnos ―o situaciones similares―, siempre guardando el respeto mutuo debido. Pero, sin ser enemigo del tuteo, tengo la costumbre de dirigirme con usted a cualquier persona que no conozco. Por eso veo carente de delicadeza que en un restaurante, en un supermercado, en un servicio de atención telefónica, etc., se utilice el tuteo indiscriminado frente a desconocidos―aunque no haya intención de faltar al respeto―.       

            Lo que de verdad me revienta ―le digo a Zalabardo― es que se valgan de señoría mjuchos maleducados diputados o senadores que no toman la palabra más que para insultar. O que haya que llamar señorías a jueces que cometen la aberración de emitir un fallo de culpabilidad sin tener la delicadeza de exponer ―como exige una sentencia coherente― las razones por las que se ha llegado al mismo.

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