Mientras paseamos, parece que el
insoportable calor nos da una tregua y hace hoy un soleado día de otoño que
invita a pasear, aprovecho para recordarle a Zalabardo unas citas. No me las sé
de memoria ―la mía no da para tanto― pero las llevo escritas en el móvil porque
los acontecimientos de estos días me hicieron pensar en ellas. Una es de Valle-Inclán,
de la escena octava de Luces de Bohemia. El protagonista, Max
Estrella, le dice a un ministro del que fue amigo en su juventud: «Conste
que he venido a pedir un desagravio para mi dignidad y un castigo para unos
canallas. Conste que no alcanzo ninguna de las dos cosas, y que me das dinero,
y que lo acepto porque soy un canalla. No me estaba permitido irme del mundo
sin haber tocado alguna vez el fondo de los Reptiles». Las otras dos son de Javier
Marías y aparecen al comienzo del primer volumen de Tu rostro mañana.
Leemos: «Había que adiestrar la memoria a distinguir lo cierto de lo figurado,
lo acaecido de lo supuesto, lo dicho de lo entendido». Y muy poco después: «Yo
no puedo disponer libremente de lo que no he averiguado por casualidad ni por
mis medios».
Le
leo estas citas a mi amigo por un motivo, aunque pudieran ser dos. Primero le
cuento que cuando yo ejercía aún como profesor ―hace casi veinte años que me
jubilé― impartí durante un tiempo una materia llamada Ciencias de la
Comunicación. Ignoro si aún se sigue manteniendo en algún centro de
secundaria, pero sería muy útil para que nuestros adolescentes entendieran un
poco mejor este mundo presidido ―y a veces amenazado― por tanta información. No
porque la información sea mala ―siempre es bueno estar informado―, sino por la
forma tan grosera que muchas veces se utiliza.
En aquellas clases hablábamos de ética que debe presidir la
profesión periodística: necesidad de ser veraces y contrastar las fuentes; no
publicar suposiciones ni impresiones subjetivas como si fuesen verdades; no
recurrir nunca a la publicidad engañosa… Hablábamos de cómo prensa, radio y
televisión trabajan e influyen en los receptores de manera diferente, por lo
que hay que saber interpretar cada medio Y hablábamos de cómo las nacientes
redes sociales ―las más comunes aparecieron entre 2000 y 2012― permitían el
inmediato contacto entre los usuarios y una vertiginosa rapidez a la hora de
difundir un mensaje, lo que, por otra parte, suponía el riesgo de relajarse a
la hora de contrastar la veracidad de lo transmitido y la posibilidad de que un
casi imparable sistema de envíos y reenvíos dificultase conocer dónde, cómo y
quién estaba en el origen de cada mensaje. No se sospechaba entonces ―al menos
no lo sospechaba yo― que llegaría un día en que este riesgo se convertiría en
epidemia.
La aparición de los medios digitales ―la prensa en papel ha
retrocedido y podemos acceder a ellos, a la radio y a la televisión desde
cualquier dispositivo― prueban lo que digo. Le digo a mi amigo que, caso de
estar en activo, aconsejaría a mis alumnos ver determinados programas de
televisión y hacer un seguimiento de la realidad del país para que viesen hasta
qué punto es cierto este peligro y cómo, al convertirse estos medios en armas
políticas, ha cobrado un auge inimaginable el fondo de reptiles.
El fondo de reptiles no es otra cosa que lo que hoy conocemos como fondos reservados, un dinero del que los gobiernos pueden disponer a discreción sin tener que dar cuenta de en qué se emplea (esa llamada fontanería del poder), aunque se confía en que siempre obedezca su uso a razones de seguridad del propio Estado. En su origen, sin embargo, estos fondos sirvieron para comprar opiniones favorables o para pagar trabajos sucios que podían ser espionaje o sobornos a funcionarios ―policías, diplomáticos, políticos, jueces…―, si no actos aún más censurables.
Se atribuye la expresión a Otto von Bismarck que, en
1866, tras confiscar los bienes del vencido Jorge V de Hannover y
decidir que solo podrían disponer de ellos Guillermo I de Alemania y él
mismo, dijo: «Utilizaré este dinero para perseguir a estos reptiles», en
referencia a los enemigos de Alemania. Sin embargo, José Luis García Remiro,
en Estar al loro, cuenta que el origen del fondo de
reptiles hay que situarlo realmente en 1748 cuando el Marqués de la
Ensenada, tras la firma de la paz de Aquisgrán, decidió crear unas partidas
reservadas para organizar un servicio de contraespionaje con que protegerse de
Francia e Inglaterra. El catedrático de la Universidad de La Rioja José Luis
Gómez Urdáñez mostró en 1999 una carta en la que alguien llamado Miguel
de Casparroso daba cuenta al marqués de haber cumplido con éxito las
órdenes de comprar a un periodista de La Gaceta de Berna, «dado
lo importante que es tener a este hombre a nuestro favor en estos parajes».
La actualidad de nuestros días muestra de modo palpable que el fondo de reptiles sigue lamentablemente funcionando, no solo en el terreno de la política, también en el mundo mercantil y empresarial. Podemos apreciar la existencia de una prensa que no se sonroja al airear bulos y mentiras con el objetivo de hacer un bien a «sus amos» y provocar un daño para el contrario. O ver cómo alguien que dice haber «trabajado en el periodismo» no se avergüenza de reconocer que ha mentido y defiende cínicamente que el periodismo no ha de ser notario de la realidad y por eso puede valerse de suposiciones y airearlas sin reparar en si se vulnera o no la verdad. O procesos, todos seguimos el caso más mediático de nuestros días, en los que, a falta de pruebas de culpabilidad, se dirime de dónde nació la filtración de un correo electrónico que desmonta una mentira, pero que se pretende endosar al acusado pese a que su contenido era previamente conocido por cientos de personas.
En medio de ese sórdido ámbito, es un soplo de aire fresco
la declaración de José Precedo, periodista ―este sí lo es― que, convocado
como testigo, habla del dilema ético que se le plantea cuando declara «Yo sé
que es inocente [el acusado] porque conozco la fuente [de la filtración], pero
no puedo decirla por secreto profesional». Estas palabras ―le digo a Zalabardo―
me recuerdan las de Jaime Deza, protagonista del libro de Marías,
que dice: «Teniendo conocimiento de lo que sabía por ella, me estaba vedado volverlo
en su contra o divulgarlo sin su consentimiento, ni aun en la creencia de obrar
así en favor del amigo». Eso es integridad en la labor periodística o en el tratamiento de lo que me confían con la esperanza de que no sea lenguaraz o reptil de covachuelas.
Le digo finalmente a Zalabardo que, si yo siguiera en activo
y si aún existiera esa asignatura ―Medios de Comunicación―
pediría a mis alumnos que reflexionasen seriamente
sobre el papel de las redes sociales y que meditasen sobre el repugnante fondo
de reptiles, porque ese principio de que «todo vale» habría que
desterrarlo del periodismo, de la política, de la justicia y, en fin, de nuestras vidas.



No hay comentarios:
Publicar un comentario