jueves, junio 11, 2009


¿CUÁNTAS PALABRAS HAY?

¿Cuántas palabras recoge el Diccionario? ¿De cuántas palabras dispone el idioma español? Son preguntas que, aun pareciendo intrascendentes y de poco calado, plantean muchas personas. Al menos a mí me las han formulado en diferentes ocasiones personas de toda clase y condición y no solo alumnos, que imaginamos ser más proclives a ese tipo de cuestiones baladíes. ¿Reporta algún interés plantear esta clase de dudas? Sinceramente creo que poco, fuera de saciar una posible curiosidad.
Y digo yo (tercia Zalabardo), ¿para qué queremos saber el número de palabras que hay si la realidad es que solo utilizamos una ínfima parte de ellas? Y es posible que la razón esté de su parte si atendemos a lo que nos dicen los datos que reproduzco y que aporta en una entrevista Marco Martos, presidente de la Academia peruana de la Lengua desde 2006. Ignoro de dónde los saca él, pero el cargo que ocupa los hace fiables. Yo me entero a través de la bitácora (La zona del escribidor) del periodista y escritor, también peruano, Richar Primo Silva. Dice el presidente que una persona normal, tomando como tal a la que solo tiene la educación escolar, utiliza un promedio de 300 palabras; una persona culta, y por ello entiende alguien que lee periódicos, alguna novela, revistas especializadas y accede con frecuencia a alguna página de Internet, apenas si utiliza 500; y un novelista, es decir, una persona dedicada a la literatura, que escribe y lee, se servirá de unas 3.000 palabras; Cervantes, añade, utilizó 8.000. Es decir, que el considerado padre de nuestra lengua hizo uso de un 3% escaso del total de las 283.000 palabras que, siempre según los datos que maneja Martos, están contenidas en el Diccionario de la Academia.
Pero afirmar que nuestra lengua posee esas casi trescientas mil palabras es algo más que relativo por varias y diferentes razones. La primera y principal es que, como bien se viene manteniendo desde los estudios de Saussure, la lengua, el código, está formado por un número limitado de elementos que, mediante combinación entre ellos, permiten crear un número ilimitado de signos o palabras. Esto lo digo así, algo a la ligera y siendo por tanto poco preciso, porque estoy pensando exclusivamente en el nivel léxico de esa lengua, aunque lo mismo serviría si hablásemos de los demás niveles. Esto significa, con un fácil ejemplo, que nosotros disponemos en nuestra lengua, por un lado, de un conjunto de raíces o lexemas (niñ-, blanc-, pint-, etc.) y por el otro, de morfemas, tanto derivativos como gramaticales (des-, -ito, -ura, etc.), que nos permiten crear las palabras niñ-ito, niñ-ato, a-niñ-ado, blanc-ura, blanqu-ecino, roji-blanc-o, re-pint-ar, pint-or, des-pint-ado, etc. De aquí deducimos que, siempre que apliquemos correctamente las reglas de derivación o composición, sin olvidar las de parasíntesis, podremos crear en cada momento una nueva palabra a partir de otra ya existente, sin que dicha palabra tenga que aparecer en el Diccionario.
Como Zalabardo me solicita que le aclare algo más el asunto, voy con unos ejemplos reales. Leo en la traducción que Alianza Editorial ofrece de El lobo estepario, de H. Hesse, lobuznez; en una antología de Gil de Biedma leo chava y maldormir; escucho en un programa radiofónico cachondada; en Juan Ramón Jiménez es fácil leer claror; escucho, por fin, en un programa de televisión dramedia. Y ya está bien para lo que pretendo. Me parece una muestra suficientemente aleatoria. Vamos uno por uno con los ejemplos.
Lobuznez es un término que encuentro en ningún diccionario, pero comparando su forma con lividez, 'cualidad de lívido' o candidez, 'cualidad de cándido', entiendo fácilmente que significa 'cualidad o condición de lobo'; ¿por qué, pues, no voy a aceptar la palabra? Chava la encuentro solo en el Diccionario del español actual, de Seco, como regionalismo; nada, por tanto debe oponerse a su empleo. Tampoco encontraremos maldormir, aunque sí, paradójicamente, malgastar, malparir o maltraer; por tanto, como si quisiéramos crear maljuzgar.
Claror, como frior, son formas muy poco usadas pero muy caras a J.R.J. Con ese mismo sufijo hallaremos verdor, blancor, negror o amarillor; ello es más que suficiente para que nosotros creemos grisor, que no aparece en ningún lado, o, sin tener que ver con colores, aceror. ¿Quién nos lo impedirá? ¿Y cachondada, 'acto propio de una actitud de cachondeo'? Tampoco la encontraremos, pero no hace esta palabra más que seguir el mismo modo de derivación que charlotada, bufonada y otras semejantes. Y nos queda dramedia, ajena igualmente a cualquier diccionario. Significa, según la persona que la usaba 'drama con toque de comedia' ¿Quién nos dice que no vale para designar a ese género nuevo hasta ahora innominado?
¿Cuántas veces habré dicho aquí que la lengua es un organismo vivo que está cambiando continuamente, como también que el amo de la lengua es el pueblo y que las academias no tienen misión más importante que la de dar fe de los cambios registrados y conceder carta de naturaleza a los que se generalizan? Porque el hecho de que yo pueda decir grisor, o cachondada, o maldormir, no significa mucho más que simplemente eso, que he creado una palabra valiéndome de los recursos del sistema. Pero una persona por sí sola carece de fuerza para cambiar la lengua; necesita de otras que recojan su modificación y se la apropien. Solo de esa forma, siendo adoptada por muchos, la palabra nueva pasaría a los catálogos léxicos. Eso sí, en cualquier caso el fenómeno serviría para demostrar que el número de palabras de una lengua podría ser infinito, pese a lo que digan los diccionarios.

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