Le cuento a Zalabardo, ahora que vamos llegando al final del curso, que en bastantes ocasiones, cuando estaba en activo, pretendí que mis alumnos de bachillerato encarasen la lectura de La Celestina desde una perspectiva diferente de la que, por lo general, ofrecen los libros de texto. Por ejemplo, que se planteasen el conflicto amoroso entre Calisto y Melibea desde la tesis del enfrentamiento de clases; no tanto desde una vertiente económico-nobiliaria (Calisto es un noble y rico caballero y Melibea hija de un rico comerciante), sino más bien desde la consideración de un choque de razas: Calisto es cristiano viejo, mientras que Melibea parece pertenecer a una familia de judíos conversos, lo que explicaría que aquel no se atreviera a plantear de forma abierta ante la familia de la joven su pasión por ella.
Otra tesis que les proponía: Melibea podría ser el primer ejemplo en nuestra literatura de lo que llamaríamos una "mujer moderna". En un mundo como el de fines de la Edad Media en el que la mujer, y más si es soltera, apenas si alcanza relevancia social, ella muestra un firme carácter y un claro sentimiento de defensa de la libertad personal. Así, da muestras de sobra de tener fuerza para rechazar a Calisto cuando este le declara su amor y, sin embargo, se deja seducir cuando lo considera pertinente; frente a lo que parece, la iniciativa la lleva ella. Pero sobre todo, el discurso que hace ante su angustiado padre antes de suicidarse prueba fehacientemente la fortaleza de su carácter y su modernidad.
Pero le resumo a Zalabardo que toda esta pretensión mía resultaba inútil porque los alumnos de bachillerato de hoy, generalizo sabiendo que eso no debe hacerse, padecen grandes y graves deficiencias para leer la magistral obra de Fernando de Rojas, comenzando porque no entienden el lenguaje que los personajes utilizan. Apenas si se quedan, al final, con otra cosa que no sea la pura anécdota de que el nombre de Melibea significa 'la que es dulce como miel' y el de Calisto, 'el más hermoso'.
De ahí, la conversación deriva a eso de que los nombres de personas van con las modas de los tiempos. Hubo una época en que en el bautismo o en el registro civil lo normal era aplicar a los hijos el nombre de los padres o el de los santos patronos de la localidad. Eso explica que en Cañete la Real no resulte extraño el nombre de Cañosanto, tan propicio a las confusiones, Regla en Chipiona, Setefilla en Lora del Río, Tíscar en Quesada, Cinta en Huelva o Capilla en Jaén. Algo semejante podría decirse de la costumbre de poner el nombre del santo del día. Sin olvidar que ha habido escritores cargados de ingenio para la tarea de bautizar personajes. Cela, maestro en la construcción de obras corales, nos ofrece una buena relación de nombres en sus obras: Obdulio, Cojoncio, Tesifonte, Jucundiano, Consorcio, Exuperio, Sisinio, Eudosia, Celestino, Leoncio o Isolino.
Hoy, parece que los nombres salen de las telenovelas y del cine y así abundan, en ocasiones españolizados fonéticamente. los Saray, Yoni, Yosua, Brayan, Yénifer, Kevin, Dayana y otros de la misma cuerda. Sin embargo, contra lo que en ocasiones pudiera parecer, estos no son los nombres dominantes, afortunadamente, según comprobamos cuando acudimos a las listas que nos ofrece el Instituto Nacional de Estadística.
Como la jubilación da tiempo para muchas cosas, he estado repasando, conjuntamente con Zalabardo, los datos del Padrón de 2007, que es el último que encontramos publicado en la web del INE. Esta consulta da como resultado que los cinco nombres más utilizados, ese año, para registrar a niños en el conjunto de España son, para varones, Daniel, Alejandro, Pablo, David y Adríán, por ese orden, y para niñas, Lucía, María, Paula, Sara y Laura. En esta última lista, el caso de Lucía es curiosísimo, pues solamente en el País Vasco no aparece entre los cinco más utilizados, siendo el nombre más común en todas las Comunidades salvo en Baleares (3º puesto), La Rioja (2º), Ceuta y Melilla (5º en ambos casos).
Los nombres de niños ofrecen mayor variedad y, de las Comunidades con lengua propia, Galicia es la que menos recurre a nombres autóctonos y el País Vasco la que más. En esta última Comunidad, los cinco nombres más elegidos, según el Padrón de 2007, fueron Iker, Ander, Unai, Markel y Jon, para niños, y Uxue, Ane, Nahia, Irati y June, para niñas. En Cataluña, los cuatro nombres más comunes son Marc, Alex, Pol, Pau (David viene en quinto lugar), para niños, y, de los nombres de niñas, solo se emplea, entre los cinco primeros, el autóctono Laia, en tercer lugar. En las Ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, por razones obvias, los nombres más repetidos son de origen árabe. En Ceuta encontramos Mohamed, Adam, Ismael, Sulaiman y Omar, para niños, mientras que las niñas se llaman Noor, Aaya, Dikra, Salma y, esta es la excepción, Lucía. En Melilla, a los niños se les llama Mohamed, Adam, Bilal, Anas y Ayoub, y a las niñas, Romaisa, Salma y Farah; en tercer lugar aparece Sara y, también en quinto, Lucía.
De lo que ya no encontramos datos es de los nombres más comunes entre los inmigrantes, pero creo que con todo lo dicho hasta aquí ya puede ser suficiente como curiosidad onomástica.
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