Hablábamos Zalabardo y yo de muchas cosas, como casi siempre, cuando la lectura de un comentario al apunte último, lo que son las asociaciones de ideas, nos llevó al tema de que son bastantes los escritores que gracias a una sola creación han alcanzado la inmortalidad. Casi siempre se menciona en estos casos la figura de Jorge Manrique y sus insignes Coplas a la muerte de su padre, junto a las cuales, cualquier otra cosa de las que escribió es pura filfa. Pero siendo ilustre la figura de este poeta del siglo XV del que los libros han venido repitiendo que nació en Paredes de Nava, aunque va cobrando crédito la tesis de su origen andaluz (nacido en Segura de la Sierra, donde se puede visitar su casa, en la provincia de Jaén), para mí, le digo a Zalabardo, el más notable caso de autor que ha logrado la gloria con una única obra es el del capitán sevillano Andrés Fernández de Andrada, cuya creación, la Epístola moral a Fabio, único poema que de él conservamos, ha elevado al Parnaso a alguien de quien lo desconocemos todo.
La Epístola moral a Fabio no es una de tantas, sino la mejor sin duda, de las epístolas morales que se escribieron durante el Barroco.Y aunque la incluyamos dentro del conjunto de las muchas obras que desarrollan los tópicos de la aurea mediocritas (dorada medianía) y del menosprecio de corte y alabanza de aldea, es el mejor ejemplo de nuestra literatura en asumir serenamente la temporalidad de las cosas, en exaltar el valor de la amistad, en condenar las actitudes hipócritas y en manifestar la moderación y templanza ante la muerte. Tanto es el valor reconocido a esta obra desde su aparición, que no han faltado los intentos de desposeer de su autoría a una persona de la que apenas se sabe nada para atribuirsela a otros autores de mayor renombre.
¡Qué difícil resulta, coincidimos Zalabardo y yo, conseguir esa aurea mediocritas, esa beata medianía, en este mundo lleno de vanidades, y sálvese quien pueda! ¡Qué difícil alcanzar ese estado que se resume en el último verso de aquella décima que, según repite la tradición, dejó escrita Fray Luis de León en una pared de la celda en la que lo tuvo encerrado la Inquisición: ni envidiado ni envidioso!
Con las palabras sucede igual. Hay palabras vanidosas, engreídas, muy pagadas de sí mismas y que, por esa razón, se hacen antipáticas e incluso, algunas, peligrosas. Y hay otras que permanecen calladas, como escondidas, temerosas de que alguien las prostituya a causa de un uso inadecuado.
Las primeras se trastabillan en la boca de falsas que son. Salen finalmente con el sonido chirriante de las fanfarrias huecas. Eso pasa, me apunta Zalabardo, con la palabra patria. ¿No veis el engolamiento de voz, la altanera actitud que adoptan los que la pronuncian? Puede que alguna vez fuese eficaz y necesaria. Pero en el mundo de nuestros días, ocupado por una sociedad multicultural, multiétnica y multinacional, ¿qué sentido tiene esa palabra patria? Y, sin embargo, ¡cuántas barbaridades se perpetran una y otra vez amparándose tras ella! Cuando la oigo pronunciar, cuando la veo escrita, me acuerdo de lo que dice Carlos Cano en su Tango de las madres locas: Cada vez que dicen patria, pienso en el pueblo y me echo a temblar.
Las segundas, en cambio, surgen como un leve soplo que refresca el oído y alegra el corazón. Deberíamos utilizarlas con cuidado, para no desgastarlas nunca. Pese a todo, hay más de las que muchas veces creemos, aunque yo aquí voy a citar solo dos, que en esencia son una: amigo y amistad. El pasado martes, el corazón me saltó de gozo al leer el comentario que Rafael Recio hacía al último apunte y en el que me recordaba que las amistades perduran pese al correr de los años.
Y así debe ser. Amistad y afecto perduran sin que los oxide el orín del tiempo. Aún guardo el mayor afecto hacia mis amigos de la niñez, pese al mucho tiempo que hace que no los veo. El domingo pasado, me emocioné al recibir una llamada de una persona, Antonio Rivero, de Estepa, que había sido alumno mío ¡hace treinta años! Cuando me jubilé, no tuve dicha mayor que la de ver a los compañeros mostrándome su cariño y amistad. Y cuando leímos el comentario de Rafa, recordé los versos de Fernández de Andrada en su Epístola a Fabio: Un ángulo me basta entre mis lares, / un libro y un amigo, un sueño breve, / que no perturben deudas ni pesares.
Eso fue lo que nos dio la idea para escribir este apunte de hoy.
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