lunes, enero 11, 2010


DESEOS PARA UN NUEVO AÑO (Y PARA MUCHOS MÁS)
Estos últimos días pasados, entre Navidad y Reyes, son propensos para la celebración de múltiples comidas, familiares o no, que nos han dejado abotargados y con la necesidad ineludible de hacer ejercicio para rebajar las grasas o kilos de más que se nos han adherido y que ahora se resisten a retirarse. En tales circunstancias, Zalabardo es la única persona que conozco capaz de contenerse y no cometer excesos de ningún tipo. Tanto es así que la única licencia que se concede cada año es la de tomar una copa de anís y un mantecado la mañana del 22 de diciembre mientras escucha por la radio el sorteo de la lotería.
Pero a lo que iba, a las comidas que estos días se nos presentan por todas partes. Verdad es que si las soportamos es, creo, solo por las sobremesas, porque tenemos ocasión, mientras los jugos gástricos cumplen su misión, de hablar distendidamente con personas queridas sobre toda clase de asuntos, sin que se alteren los ánimos. Salvo cuando sí se alteran.
Porque resulta que el pasado día veintiséis tuve una de esas comidas y, entre los muchos temas que al final salieron, surgió casi como a traición (porque ese tema y algunos otros deberían estar prohibidos entre personas que se estiman) el del cambio climático. Y allí fue Troya. No ya por la violencia verbal o física, que no la hubo de ninguna de las dos, sino por lo irreductible de las posturas que suelen darse y que, en nuestro caso, fueron tres: la primera, esa tan extendida, incluso en las altas esferas de la ciencia y la política, de que el cambio climático es consecuencia solo de un proceso natural que siempre se ha dado y siempre se dará, por lo que la influencia del hombre es insignificante en su desarrollo.
La segunda postura era la que por lo común se opone siempre a la anterior: no es de recibo negar nuestra influencia, de la que hay pruebas irrefutables; además, debemos pensar que este planeta es solo un lugar de paso para el hombre y no tenemos ningún derecho a dejárselo empobrecido a nuestros herederos.
Y la tercera, que se podría calificar de cínica, es la de quienes sostienen que eso del cambio climático es un puro invento de alguien interesado en hacer negocio con ello y que, caso de que hubiera algo de verdad, será a tan largo plazo que a nosotros no nos afectará.
Le conté luego a Zalabardo toda la discusión y él, que es ecologista convencido, me dijo que, por desgracia, las opciones primera y tercera están muy extendidas, y que pruebas de ello son el fracaso del Protocolo de Kyoto, que expira en 2012 sin que se hayan obtenido logros dignos de reseñar y la falta de compromiso con el problema que las grandes potencias han mostrado en la reciente e inoperante Cumbre para el Cambio Climático celebrada en Copenhague.
Me saca un libro y me indica unas páginas. Miro la portada y se trata de La Tierra herida, volumen que recoge las conversaciones sobre este tema mantenidas por Miguel Delibes y su hijo, Miguel Delibes Castro. A la objeción de que no está demostrado que el clima cambie a causa de las actividades humanas y que los propios expertos tienen dudas, leo: "Es cierto, las dudas son muchas, pero la fundamental no lo es: solo los cambios atmosféricos debidos a la actividad humana pueden explicar los aumentos de temperatura en la Tierra detectados en los últimos decenios".
Y cuando el autor de Diario de un cazador pregunta por las consecuencias de ese aumento de las temperaturas, el hijo responde: "la subida del nivel del mar [...], la fusión de los glaciares en las montañas [...], la reducción del espesor de las masas de hielo en los polos [...], el incremento de lo que se han llamado 'eventos climáticos extremos' (como las olas de calor, grandes sequías o tremendas inundaciones) [...], el deshielo, en Alaska y Siberia, del permafrost, el suelo permanentemente congelado (que hace que los edificios se resquebrajen y se caigan) [...], la desertización y la escasez de agua dulce..." De algunos de esos hechos hemos tenido pruebas estos días pasados, o al menos eso me parece.
Cuando he leído esto, Zalabardo me dice que se puede adoptar la postura que uno quiera, pero que la naturaleza nos está enviando a cada instante avisos que no se pueden obviar y que, ahora que es la época del año en que expresamos nuestros mejores deseos para todos, podríamos pedir, y exigir, que quienes tienen la sartén por el mango hagan algo ya. Mientras tanto, cada uno de nosotros podría aportar su granito de arena, que, al final, también cuenta.

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