martes, enero 26, 2010


SOBRE PALABRAS PERDIDAS (2)
Le consulto a Zalabardo su opinión acerca de si la globalización tendrá también sus efectos sobre las palabras. Quiero decir si es verdad que hay unos términos que se imponen en todos los ámbitos y ocasiones, que desplazan a otros más humildes, más locales o pueblerinos que, los pobres, no tienen oportunidad para subsistir. Me contesta, sin más, que si alguien puede dudar de eso.
Antes, hablo de mi niñez, cada pueblo, y al decir cada pueblo pienso también en las grandes ciudades, que, entonces, la mayoría, se comportaban igualmente como pueblos, tenía sus modos de decir, su vocabulario particular, su denominación específica de las cosas. Para nuestro ámbito andaluz, no hay más que consultar el Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía (que dirigieron don Manuel Alvar y don Antonio Llorente, de quienes me honro de haber sido alumno) y ver cómo cada pueblo tenía su nombre para la misma cosa. Pongo un ejemplo: al peldaño de entrada a la casa desde la calle, en mi pueblo lo llamaban sardinel; pero no había que ir demasiado lejos para hallar que a ese mismo peldaño, en otros lugares, lo llamaban rebate, arrebate, tranco, graílla o escalón.
Me apunta Zalabardo que el efecto globalizador contra el lenguaje (y digo contra y no en porque considero empobrecedor este efecto) se inició muy probablemente con la televisión, más que con la radio. En la televisión se impone, se pretende imponer, una lengua unificadora, una manera uniforme de decir. Y la gente imita esos decires de quien sale en la caja tonta. Y quien dice el habla dice todo. Más ejemplos. En mi pueblo, donde se usaban con profusión los apodos o motes, los cotilleos versaban sobre tal o cual acontecimiento en el que había participado Pistolón, o sobre si se había visto a la hija de Dientejaca en tal sitio, o sobre si la mujer de Jeringos Lacios había dicho tal cosa. Todo se desarrollaba intramuros, resultaba doméstico, porque las hablillas no superaban los límites del pueblo, salvo en rara ocasión en que un acontecimiento de un pueblo vecino atraía el interés general. Como se dice, la ropa sucia se lavaba en casa. Ahora, mire usted por dónde, el asunto de los cotilleos en cualquier lugar de España, por pequeño que sea, se circunscribe a esa moderna Frankenstein en que se ha convertido Belén Esteban o a gente de su laya y condición, digamos Paquirrín y compañía.
Ya digo, la globalización. ¿Habéis notado ese afán de la Junta de Andalucía, la campaña fue larga y no sé si aún continúa, por que todos hablemos en andaluz? ¿Pero saben ellos qué es eso de hablar en andaluz? Algunos se confunden al creer que es hablar como los locutores de Canal Sur o como Chiquito de la Calzada, por poner dos ejemplos que no son de imitar.
Y, claro, sucede que los giros naturales se pierden, el nombre de los nombres desaparece y, en su lugar se sitúan denominaciones oficiales o, peor, oficialistas. El nombre global, la palabra sin espíritu, sin candor. ¿Quién sabe en nuestros días, yo lo desconocía, que en algunos lugares de Jaén (tomo el dato de Alcalá Venceslada) llamaban, ignoro si se conserva el nombre, cohombrera a esa especie de gran jeringa de hojalata (hoy, de acero inoxidable) que se rellena de masa para hacer la fruta de sartén que llamamos, ¡ay!, ¿cómo la llamamos? Pues ellos decían cohombro, o cogombro, aunque en la mayor parte de la provincia, a eso mismo suelen llamar tallo.
Y sucede que en mi pueblo no decíamos cohombros ni tallos, sino jeringos. O que en Granada y Cádiz resulta más usual hablar de tejeringos. De pequeño, cuando mi padre me llevaba a Sevilla, lo primero que hacíamos al llegar era tomar un café con leche acompañado de calentitos. Y en otros lugares se utilizan, o se utilizaban, nombres más complicados, como porras, masa frita, frutajeringa o mamandungo.
Hoy, en cambio, el común de la gente habla de churros. Aquí y en Pekín. y churro, antes, era el específico de Madrid, con forma de rosquilla y elaborado con harina de patatas. Ya digo, otra cosa.
¿Cuánta gente sigue empleando los vocablos que he presentado como ejemplos? Creo, sinceramente, que poca, lo cual, al menos en mí, provoca un sentimiento a mitad de camino entre la nostalgia y la tristeza.

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