viernes, enero 22, 2010


TVE Y LA PUBLICIDAD
Hace unos días estuve viendo en La 2 de Televisión Española una película de Ken Loach sin ninguna clase de interrupción para emitir publicidad. Nadie me negará que tal hecho es un placer del que hasta hace muy poco no se podía disfrutar si no era en una televisión de pago. Con la supresión de la publicidad, la televisión pública española se suma al camino que la televisión pública británica sigue desde hace tiempo y al que también por estas fechas inicia la televisión pública francesa.
He leído que tal paso supone, en nuestra televisión, la conversión de las cinco horas diarias dedicadas a la publicidad en horas de emisión de programas. Me dice Zalabardo que este dato da bastante que pensar, puesto que él ha realizado el cálculo. Cinco horas son casi la cuarta parte de un día, dieciocho mil segundos, que, a veinte segundos de media por cada anuncio nos da la friolera de novecientos anuncios de los que nos libramos.
Comprendo que una televisión privada tenga que recurrir a la publicidad para mantenerse en un mercado tan competitivo. Pero una televisión pública, que se sufraga con los presupuestos del Estado, o sea, con los impuestos que todos pagamos, no tiene por qué entrar en ese juego de la lucha por la tarta publicitaria; como no debe tampoco entrar en el de la telebasura, aunque ese sea otro asunto. La televisión pública debe preocuparse por ofrecer calidad y servicio público, nada más. ¿Que de esa forma estamos abocados a que se implante un nuevo impuesto por la televisión? No seríamos el único país en pagar ese canon y, si con ello se persigue un mejor servicio y una calidad contrastada en los programas, bienvenido sea. La calidad, al final, genera beneficios porque ayuda a aumentar la audiencia.
Pero he aquí que en varios medios he leído ya comentarios referidos a ese apagón publicitario y no todos convencidos de la bondad del paso dado. Se diría, leyendo algunos de esos comentarios, que hay quien añora las pausas para insertar anuncios. ¿Hasta tal punto de fuerte es nuestra dependencia respecto a la publicidad?
La publicidad condiciona nuestras vidas. Nos movemos en el mercado de acuerdo con los impulsos de los mensajes recibidos. Toda nuestra existencia parece girar en torno a tal supuesto: los integrantes de nuestros equipos favoritos se han convertido en hombres anuncio. Si vamos al cine, en las películas que nos proyectan no se pierde ni una sola oportunidad de insertar mensajes publicitarios de manera más o menos velada. Las calles, los autobuses, las fachadas de los edificios. Hasta soportamos que muchos productos se vendan bajo el reclamo de que tal producto es el que se anuncia en la televisión, para que no tengamos dudas. Pero es que incluso las prendas con las que nos calzamos y vestimos procuran llevar bien visibles sus logos de marca para que, así, también nosotros seamos anuncios andantes.
Y en vez de cantar la aleluyas por una televisión libre de ese martillo pilón de la publicidad, perdemos el tiempo planteándonos qué va a pasar ahora. Preguntándonos si habrá programas para rellenar ese tiempo que los anuncios han dejado o si nos repetirán programas con fecha ya caducada para ahorrarse gasto en las nuevas producciones.
Mientras tanto, la única verdad de estos primeros días sin publicidad es que la televisión pública española está ganando audiencia. Zalabardo, que apenas si veía de ella los informativos, ahora la sintoniza en horas diferentes. A él y a mí nos agrada encontrarnos a cualquier hora algo diferente de los anuncios. Hace unos días, tuvimos la suerte de ver un interesantísimo documental sobre la visita que un fotógrafo americano, Eugene Smith hizo en 1951 a un pueblecito extremeño para realizar un reportaje fotográfico destinado a la revista Life. Con toda seguridad, si hubieran tenido que ocupar cinco horas con publicidad, ese documental no habría hallado hueco para emitirse. ¿No creéis?

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