Algunos mantienen la falsa creencia de que un jubilado es una persona para quien todos los días son iguales. Nada más alejado de la realidad. En mi caso, debo decir que ahora mis días son, si cabe, más variados que cuando estaba en situación activa (¿se dice así?). Y entre todos los días, el miércoles es especial por varias razones de las que cito solo dos: mi nieto viene a casa a comer, casi siempre, la paella que yo le hago, que es lo que más le gusta. Pero también el miércoles es el día que aprovecho para subir al instituto a desayunar con los compañeros del departamento al que pertenecí tantos años. ¿Por qué precisamente el miércoles? Porque ese es el día en que todos están libres a la hora del recreo y nos podemos ver.
Hace un tiempo, la Escuela de Escritores propuso elegir la palabra más bella del idioma español a partir de las opiniones ofrecidas por los internautas en la página de este colectivo. No recuerdo cuál ganó, pero sí que hubo casi tantas palabras propuestas como participantes. Quiero decir con esto que tal vez no exista eso que ellos pretendían que fuese la palabra más bella. Y es que las palabras no son entes aislados, pura sucesión de fonemas. Aparte de su referencia denotativa, cada palabra está ligada, connotativamente, a sus usuarios por múltiples situaciones, emociones y pasiones. Y eso son factores que se alteran a cada momento.
En aquella experiencia, también Zalabardo y yo nos sumamos proponiendo una palabra. Lo que no recuerdo ahora es si recibió solo nuestro voto o llegó a tener un total de tres. Si ahora alguien hiciera una prueba semejante, pero limitándose a solo el campo semántico de los días de la semana, es posible que ganase domingo, por ser el día de asueto para la mayoría de la gente; aunque puede que que yo contestase miércoles, aunque sea por lo que he contado al principio. Vemos, pues, que siguen reinando, aun en ámbitos pequeños, las cuestiones afectivas, connotativas, sobre las denotativas.
Sin embargo, cuando hablaba de esto con Zalabardo, reconocíamos que, frente a todo lo anterior, es posible que existan también palabras que consideramos antipáticas, que nos resultan feas. Pero yo le digo que las razones son casi las mismas. A mí concretamente no me gusta la palabra ociar. No me gusta ya desde su propia fonética. Pero no me gusta, sobre todo, por el significado que en el DRAE se le da a ocio. En efecto, la primera acepción que de ella encontramos es la de 'cesación del trabajo, inacción o total omisión de la actividad'. Y no me sirve que en la tercera se diga que es 'diversión u ocupación reposada, especialmente en obras de ingenio, porque estas se toman regularmente por descanso de otras tareas', si ya antes se ha dicho lo otro.
Hay mucha gente que considera al jubilado como una especie de muerto civil, de persona que ya no tiene nada que hacer porque ya ha hecho cuanto le correspondía. Y de ahí la preocupación por saber en qué ocupa su ocio, su tiempo de jubilado. Como si no hubiera actividades a la que dedicarlo. Como digo en el perfil de presentación de esta agenda, yo ando, y leo, y escribo; pero también voy al cine o al teatro cuando se me apetece. Y visito museos. Y, alguna que otra vez, pues estamos en época de crisis, hago algún viaje.
Este miércoles pasado, hablando de mil y una cosas (como debe ser en las conversaciones placenteras) con Pablo Cantos y José Francisco, el primero mencionó, sin que yo recuerde ahora por qué, la Peña de Arias Montano, en Alájar, Huelva, y comentamos la belleza del lugar. Más tarde hablamos de las revistas que ha habido en el instituto y de la pena que supone que ahora no haya ninguna. Luego me preguntaron si siento añoranza por tiempos y situaciones pasadas, a lo que respondí con un no rotundo. Y ya todo derivó a cómo, una vez jubilado, puedo decir que me falta tiempo para hacer cosas. Porque, aparte de lo que digo arriba, tengo una pequeña y humilde colección de sellos de la que no puedo ocuparme, y otra de pegatinas para la que también me faltan las horas necesarias para su ordenación y clasificación.
Lo que pasa, les decía, es que ninguna de las actividades de un jubilado es tan precisa y urgente que haya que cumplirla en plazo acordado, como ninguna es tan poco valiosa como para no dedicarse a ella con pasión. Esa es, aparte otras, la gran diferencia entre los jubilados y los trabajadores en situación activa. Por eso no me gusta el verbo ociar y tampoco decir que me dedico al ocio; y es que, para más inri, miro un diccionario de sinónimos y me dice que ocioso equivale a inactivo, desocupado, parado, quieto, perezoso, holgazán, vago, gandul, haragán, innecesario, inútil, estéril, infructuoso, ineficaz, baldío y no sé cuántas cosas más. ¿Qué sabrá de este asunto quien escribió ese diccionario?
Y por eso, también, como decía, me gusta la palabra miércoles, porque señala el día en que puedo reunirme con los amigos y hablar aunque sea de cosas intrascendentes, que, en definitiva, son las que importan.
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