HACKERAZZI
Como tantas otras veces, también ahora es Zalabardo quien me proporciona el material para los apuntes de esta Agenda. En esta ocasión, encuentro que me esperaba con un recorte de prensa en la mano y que, en cuanto que me ve, me lo ofrece: Mira, me dice, lee eso. Cojo el recorte que me adelanta, de hace algún tiempo, y leo el siguiente titular: Detenido el ‘hackerazzi’ de Hollywood. Inmediatamente me doy cuenta de por dónde va a ir su pregunta, pero lo dejo que sea él quien lleve la iniciativa en la conversación porque sé que no le gusta demasiado que me adelante a lo que él tiene intención de decir. Y cuando ha creído que ya he tenido tiempo suficiente para ver lo que él pretendía, me espeta: eso es una palabra nueva, ¿no? Y, a renglón seguido, expone su pregunta: ¿Quién y cómo se crean las palabras? Tengo que reconocer que me ha sorprendido, pues imaginaba que me preguntaría por el significado. Así que le digo: Ahí me has cogido; esa es la pregunta, o las preguntas, ya que me haces dos en una, del millón. Así que veremos cómo salgo del trance.
Porque aunque se puedan contar muchas historias de palabras, lo cierto es que la pregunta de Zalabardo no tiene fácil respuesta. La gente no va por ahí inventando palabras, aunque algunos se hayan entregado a ese juego más como divertimento que como otra cosa. ¿Recordáis aquel hilarante Diccionario de Coll? A él pertenecen perlas como estas: Abdulador. ‘Cualquier político europeo al tratar con los árabes sobre el problema del petróleo después de la Reconquista, ya que exhaustivos estudios han venido a demostrar que en el siglo XI los árabes no tenían petróleo, y si lo tenían, la televisión de aquella época no dijo nada al respecto’. Brevolución: ‘Alboroto, sedición de escasa duración’. Pornotrágico: ‘Autor de obras obscenas en las que mueren los protagonistas’. O tantas otras como podríamos traer aquí.
Hablando algo más en serio, lo cierto es que una lengua capaz de generar en el instante las palabras necesarias para las nuevas realidades que se nos presentan es una lengua rica y poderosa. E incluso se gana el mérito de influir sobre las demás, pues muchas de esas palabras, gracias a los medios de difusión con que contamos, se extienden rápidamente. Y una vez que nacen, no debe nadie andarse con remilgos de purismos ni prejuicios para su aceptación. Porque las palabras no nacen así como así, aunque muchas surjan por una causa nimia y casi por casualidad, ligadas a una pequeña anécdota, si así la queremos llamar. Veamos algunos casos. En la película La dolce vita aparece un personaje llamado Paparazzo, sobre el que Federico Fellini, su director, explicó que se inspiró para su nombre en el apodo de un compañero de colegio. Este personaje es un fotógrafo que se dedica a perseguir a los integrantes de la sociedad rosa, tratando de obtener fotos cuanto más comprometidas mejor. Pues bien, muy pronto se extendió el plural de esta palabra, paparazzi, para designar a los fotógrafos de la prensa rosa y hasta hoy nos ha llegado.
Muy relacionada con esta hay otra palabra, esta vez inglesa, que es freelance. El freelance no es ya un simple fotógrafo, sino que es cualquier profesional que trabaja autónomamente y que vende posteriormente su trabajo a una empresa. El Diccionario panhispánico de dudas recomienda que se hable de profesional autónomo o independiente, pero lo cierto es que el término inglés está mundialmente difundido. ¿Y su origen? Así como paparazzi procede de una película, parece que freelance nace en una novela de Walter Scott, concretamente Ivanhoe. Allí, a los caballeros medievales que actuaban como mercenarios ofreciendo sus servicios a cualquier señor se les denominaba así, formando el término sobre free (independiente) y lance (lanza).
¿Y qué pasa con hackerazzi?, me pregunta Zalabardo. Es muy fácil; tal como se ve en la información que me has mostrado, el término lo acuña el FBI al denominar así la operación que ha servido para detener a un hacker (pirata informático) que logró acceder a los ordenadores y teléfonos móviles de Scarlett Johansson y diferentes estrellas de Hollywood, hecho que utilizó para apoderarse de fotos íntimas y privadas que luego publicaba en Internet, lo que le convertía a la vez en una especie de paparazzi. Se trata, pues de un acrónimo, puesto que se crea una palabra a partir de partes de otras. ¿Triunfará? Y qué sé yo, le digo.
Por otra parte, trato de hacerle ver a Zalabardo, no siempre resulta tan fácil explicar la historia de las palabras. Por cierto que, sobre esta última, el Panhispánico recomienda que se diga paparazi/s, terminado en i y con una sola z, frente a lo que yo defendía hace tiempo en uno de estos apuntes, paparazo/s. Eso muestra que la lógica no tiene por qué imponerse y que, por lo común, es el uso quien acaba triunfando. Que quede claro.
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