TELEBASURA Y AUDIENCIAS
Cuando veo que Zalabardo se me acerca, no sé por qué presiento que viene con cuerpo guerrero, con ganas de pelea. Siempre, en cualquier caso y sea dicho de paso, de sana pelea y guerra, pues tengo muy repetido aquí que Zalabardo es un bendito. ¡Ya quisiera yo parecerme a él en muchas cosas!
Y el presentimiento se cumple. Nada más sentarse a mi lado, me pregunta si vi el lunes de la semana pasada el debate entre Pérez Rubalcaba y Rajoy. Sin dejarme responder y como dando una larga cambiada, lo que me permite inferir que, en verdad, no es el debate lo que le interesa, me pregunta si reparé en que, de las grandes cadenas españolas de televisión, solamente Telecinco no ofreció tal debate. Y añade con no poca sorna y bastante dosis de mala uva: no sé si fue como muestra de arrepentimiento por emitir tantos programas zafios o precisamente por insistir en ello.
Como le pregunto qué tiene contra Telecinco, que eso es lo que él pretendía, sigue con su discurso. ¿Te has enterado de que los datos ofrecidos a finales del verano pasado sobre los índices de audiencia aupaban a esta cadena en lo más alto de las televisiones españolas? Zalabardo me dice que no logra entender tal resultado siendo esta, añade él, prototipo de cadena de programa único y modelo excelso de la telebasura en nuestro país. Le contesto que no entiendo muy bien qué es eso de programa único y que a lo mejor resulta arriesgado calificarla de modelo de la baja televisión. Mira, me responde, hablo de programa único porque a cualquier hora que sintonices dicha emisora te encuentras a la misma gente debatiendo, si eso es debatir, sobre los mismos insustanciales y barriobajeros asuntos.
Esta discusión, no creáis, la he mantenido ya otras veces con el buen Zalabardo. Yo trato de hacerle ver que cada televisión programa lo que cree conveniente, del mismo modo que cada telespectador es libre de ver lo que quiera y que, si el resultado de las audiencias es el que es, habrá que mostrar respeto. Y él me dice que respeto sí tiene; que lo que ya discute son las técnicas que se usan para llegar a los resultados de que hablamos. Como quiero que me diga qué técnicas, a su juicio, son esas, Zalabardo se envalentona y continúa: ¿Tú has visto cómo en las tiendas y en las grandes superficies compramos muchas veces objetos y, lo que es peor, alimentos, no porque los necesitemos o por su calidad sino por lo atractivos que resultan debido a sus embalajes y lugares de exhibición? Luego, los objetos los olvidamos por inútiles y los alimentos, un pepino, un tomate, por ejemplo, no saben a nada. Con la tele pasa igual: nos introducen los programas por los ojos usando de alharacas y bellas presentaciones, además de emitirlos en horarios preferentes.
Pero la gente, intervengo yo, es dueña de ver o no tales productos. Hay otros programas y hay otras televisiones. En definitiva, la televisión ofrece lo que el público pide. Mi buen amigo no se amilana y, envalentonado, contraataca: ¿Tú crees? ¿Recuerdas la fábula del asno y su amo, que escribió Tomás de Iriarte? Entonces se levanta y de la biblioteca extrae un bello y pequeño volumen de las fábulas de dicho autor. Me da el libro abierto y me solicita que lea. Transcribo aquí el texto aludido:
El Asno y su Amo
“Siempre acostumbra a hacer el vulgo necio
de lo bueno y lo malo igual aprecio:
yo le doy lo peor, que es lo que alaba”.
De este modo sus yerros disculpaba
un escritor de farsas indecentes;
y un taimado poeta que lo oía,
le respondió en los términos siguientes:
Al humilde jumento
su dueño daba paja, y le decía:
“Toma, pues que con eso estás contento.”
Díjolo tantas veces, que ya un día
se enfadó el asno, y replicó: “Yo tomo
lo que me quieras dar; pero, hombre injusto,
¿piensas que solo de la paja gusto?
Dame grano y verás si me lo como”.
Sepa quien para el público trabaja,
que tal vez a la plebe culpa en vano;
pues si en dándole paja, come paja,
siempre que le dan grano, come grano.
¿Me quieres decir qué moraleja debo sacar de esta lectura?, le pido. Y él, me responde: Pues muy fácil, que quien trabaja para el público y elabora productos deleznables nunca debe excusar sus yerros amparándose en un pretendido mal gusto de la gente. ¿O no estás de acuerdo? Creo, le digo, que esta vez, como tantas otras, es posible que tengas razón. Aunque no acabo de entender qué relación de ideas te ha llevado a unir el debate televisado con la telebasura.
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