lunes, abril 16, 2012


ALGO, SI NO BASTANTE, ENREDADOS

    Bien sabido es que el mundo de las redes sociales no nos preocupa demasiado ni a Zalabardo ni a mí. Posiblemente, yo así lo creo, la edad tenga bastante que ver en esto y si ahora estuviéramos en la veintena (¡casi nada!) dispondríamos de cuenta en Twitter, en Facebook y donde hiciera falta. Pero, por el momento, nos conformamos con esta Agenda y con el correo electrónico, sin despreciar nada más.
    Pero lo que ni mi amigo ni yo acabamos de asimilar es el vocabulario que generan estas redes. Nuestra posición al respecto es clara: nada hay que objetar a los neologismos siempre que no supongan un atentado claro a la lengua en la que pretenden introducirse.
    La lengua, lo he defendido infinidad de veces, es propiedad de los hablantes, lo cual no impide lo dicho antes. La función de la RAE es, si queremos decirlo así, la de vigilar, orientar y dar fe de los usos que han adquirido carta de naturaleza; pero, llegado el caso, también la de llamar la atención sobre qué debemos evitar. Pongo un ejemplo claro: cuando apareció la moda de los blogs, se discutió bastante la conveniencia o no de tal vocablo. Se habló de utilizar bitácora, cuaderno de bitácora o ciberbitácora, entre otras soluciones; pero bitácora se aparecía como una palabra de poco calado entre los hablantes de español. Se podía haber optado por diario o por agenda, que es la solución adoptada en este espacio. Pero, finalmente, prevaleció blog y esa es la palabra que, al parecer, acabará recogiendo el DRAE y que, a mi pesar, también yo voy empleando, aunque creo que nunca aceptaré el uso de post, nombre que corresponde a cada una de las anotaciones que se van introduciendo en el blog; y es que si hablamos de una agenda, lo procedente, a mi humilde entender, es hablar de anotación o apunte.
    Volviendo al principio, lo que echo  de menos, confieso a Zalabardo, es la tarea de orientación que la Academia debería emprender. No se trata de limitarse a dar fe de lo que se usa, sino de desaconsejar lo que no debe usarse y proponer lo adecuado. Hay instituciones que trabajan en este sentido; ahí está, por ejemplo, la Fundación para el español urgente, pero no me parece suficiente, por muy loable que sea su labor.
    En Francia, por citar un ejemplo próximo, funciona una Comisión general de terminología y neologismos (en la que participan, entre otros, la Academia Francesa y el Ministerio de Cultura), cuyos trabajos se van recogiendo en una base de datos que podemos consultar, FranceTerme (www.franceterme.culture.fr), y que, periódicamente, publica en el Journal Officiel (equivalente a nuestro BOE) la lista de palabras, expresiones y definiciones francesas que corresponden a otras extranjeras. Así, nos encontramos con que se recomienda logiciel en lugar de software, matériel en lugar de hardware, jeu décisif (en tenis) en vez de tie-break; o que deben rechazarse e-book o e-reader y adoptar livre numérique y lisieuse, respectivamente. Esta página de la que hablo dispone, además, de un enlace, Vous pouvez le dire en français (Puede decirlo en francés), que nos remite a los números del Journal Officiel que recogen las formas aconsejadas para sustituir a términos extranjeros. Para blog, por ejemplo, esta Comisión propone bloc-notes o, abreviadamente, bloc. Lógico.


    No se trata de ser puristas, ni mucho menos fundamentalistas, sino de ser lógicos y naturales en el uso de nuestra lengua y defenderla frente a injerencias foráneas evitables. Esto no es ya responsabilidad solo de académicos; también otras personas: profesores, locutores, periodistas, etc., tienen mucho que decir.
    El neologismo no es malo en sí mismo y nada hay contra él si lo usamos con mesura y cumple unos requisitos. Alguien ha propuesto cibercharla para sustituir a chat (los franceses hablan de dialogue en ligne). El hecho de que Twitter sea un nombre propio (aunque procedente de uno común, ‘gorjeo’, y por eso el pajarito de su logo), justifica que podamos aceptar tuit, para el mensaje, tuitero para la persona que hace uso de él o tuitear para el proceso.
    Lo que censuro, aclaro a Zalabardo, son otras actitudes, como que un locutor de radio, en un programa de gran audiencia, declare desconocer cuál sea el gentilicio de los nacidos en Mali o por qué se les llama vomitorios a las puertas que permiten el acceso o salida de las gradas en un estadio y, a continuación, no sienta rubor en pedir que los oyentes introduzcan opiniones sobre los temas que proponen en su hashtag. Este término inglés (acrónimo de hash, ‘almohadilla’ y tag, ‘etiqueta’) designa la palabra o palabras precedidas por el signo llamado almohadilla, número, grilla o cuadradillo que introducen un tema sobre el que se puede aportar cualquier opinión; ¿por qué no nos limitamos a decir, entonces, tema o etiqueta?
    Como censuro también que el propio Defensor del lector del diario El País utilice en su página la expresión trending topic. ¿Qué nos impide afirmar que un asunto propuesto en Internet por una determinada etiqueta (que no hashtag) se ha convertido en tema del momento o en asunto más comentado? Y hoy mismo me topo, en un titular de primera página del mismo diario, con el anglicismo crowdfunding. Es cierto que, en el desarrollo, explican el significado; pero ¿por qué no usan desde el principio financiación colectiva, mecenazgo o suscripción popular, que son expresiones bien conocidas en español?
    Y terminemos con estos enredos léxicos. El otro día leía un reportaje que daba cuenta a los lectores de cómo se está imponiendo el streaming. ¿Qué diantres será eso, pregunté a Zalabardo, que, pobrecito mío, se limitó a encogerse de hombros? Tras buscar, nos enteramos de que no es más que un sistema que permite, en un ordenador o soporte similar, ver un vídeo sin tener que descargarlo previamente en el disco duro. Zalabardo me dijo haciendo un gesto de fastidio: ¡Vaya, hombre, ahora que casi había aprendido a descargarme una película resulta que eso ya no se lleva!
    ¿Y cómo traduciríamos el dichoso streaming? La Fundación para el español urgente propone tres soluciones: transmisión de vídeo en flujo continuo / transmisión en flujo / vídeo en flujo continuo. Las tres me parecen largas en exceso. Zalabardo me hace una propuesta, no sé si en broma: ¿por qué, si los ingleses no hacen ascos a los acrónimos, no los imitamos en esto? Así, podríamos hablar, continúa, de transviflu, transflu, vicon o algo por el estilo. No sé qué decirle; en cualquier caso, no hay más que poner a funcionar la imaginación.
    Ante el desamparo en que los hablantes comunes nos encontramos frente a esta avalancha de términos extraños que amenaza con ahogarnos, me pregunto yo: ¿no hay quien pueda hacer algo? Esa es la labor orientadora y educadora que echo de menos en la Academia y en quienes se dedican a la comunicación. En Francia, creo, lo hacen mejor. Que luego obedezcamos es otro cantar.

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