domingo, abril 29, 2012

FLAMENCO Y PREJUICIOS (I)


      Si alguien tiene tanta o más paciencia que el santo Job, ese es Zalabardo, que soporta cualquier planteamiento que se le haga. Comentábamos el litigio por la muerte de Enrique Morente y, de ahí, saltamos al flamenco y su grado de aceptación entre el público. Entonces se me ocurrió decirle al respecto: Tres afirmaciones debo hacerte que considero, con la prudencia que hay que considerar cuanto se dice, universalmente válidas. La primera, que todo el mundo, incluidos tú y yo, actúa movido por una gran cantidad de prejuicios; qué sea un prejuicio nos lo ilustra bien el corto diálogo que Machado incluye en su Juan de Mairena, en el que un joven pedantón pontificaba: A mí, [Balzac] me parece un autor tan insignificante que ni siquiera lo he leído.
    He de confesar que, en ocasiones, a mí me ocurre algo parecido. Procuro no partir de ideas preconcebidas cuando decido qué libro leer, qué película ver o qué música oír; hay libros que me gustan y libros que no. Creo haber leído de todo (¡ojo, no todo!), desde Nieztsche hasta Agatha Christie, por citar ejemplos; aun así, algo me ha impedido acercarme a la saga de El Señor de los Anillos a las aventuras de Harry Potter. ¿Es eso un prejuicio? Pues yo diría que sí.
    Segunda afirmación: no todas las cosas han de gustar a todo el mundo. Lo contrario nos llevaría al aburrimiento. Si enfrento la pareja musical integrada por Simon y Garfunkel con la que forman Los Pecos, no dudo por cuál me decantaría. Sin embargo, no faltará quien defienda una opinión diferente a la mía (o a la Zalabardo, según me aclara él mismo). Lo que no impide que podamos establecer diferencias objetivas entre un dúo y otro.
    Y la tercera afirmación: algunas veces, a lo mejor muchas, no sabemos explicar racionalmente por qué algo nos gusta (o nos deja de gustar). Aquel fraile gallego llamado Benito Jerónimo Feijoo explicó muy bien esta cuestión con su carta sobre el no sé qué. Hace muchos años, yo escuchaba por la noche en la radio el programa El loco de la colina. No sé si era la voz de Quintero, los temas de los que hablaba o cualquier otra cosa lo que me empujaba a acudir a su cita todas las noches. Aunque, quizá, lo que me fascinaba era la sintonía del programa. Quise saber más de aquella música y me enteré que era la primera parte de Shine on you crazy diamond. Así conocí a Pink Floyd y me uní a sus admiradores. Si ahora me preguntan por qué esta admiración, no sabría explicarla.
    Todo está muy bien, me interrumpió Zalabardo, ¿pero qué tiene eso que ver con el flamenco? Le contesto  que, a mi entender, con el flamenco pasa mucho de esto. Existen, primero, muchos prejuicios sobre esta faceta de la música; y no seré yo quien niegue la culpa que en ello puedan tener los propios flamencos. Segundo, no a todo el mundo le tiene que gustar el flamenco y nadie debe rasgarse las vestiduras por ello, aunque sea preciso reconocer que hay “flamenco” y “flamenco”. Y, tercero, hay veces en las que fortuitamente nos topamos con una muestra de flamenco que nos atrae y nos hace acercarnos a él casi sin saber por qué.
    Vamos con lo primero: hubo un tiempo en el que el cante flamenco estuvo unido, sometido, a una determinada clase y a un determinado comportamiento. En los pueblos, al menos en el mío, todos conocían las juergas que los señoritos organizaban y cómo contrataban a intérpretes de flamenco para que entretuvieran sus ocios. Pero también se sabía que había quienes no se plegaban y usaban su cante para exteriorizar un profundo rechazo al estado de cosas imperante. Yo hablo de la segunda mitad del periosdo franquista, cuando ya me daba cuenta de las cosas que sucedían, y cuando surgieron algunos cantaores rebeldes que cantaban para quienes quisieran oír su queja. Aunque a algunos extrañe, había flamencos que hablaban cuando la mayoría del país callaba. Aconsejaría a quien lo desee que preste atención a las letras de los ejemplos que inserto. No quiero obligar a nadie a escuchar una música que no le agrada. Pero si alguien siente curiosidad, puede atender a las letras de los ejemplos que aporto (si el vídeo no comienza a la primera, pínchese sobre ‘ver en YouTube’): la Nana del despertar (http://www.youtube.com/embed/uhJ0FtrpccA), de Manuel Gerena, en la que acuna a su hijo transmitiéndole toda la angustia y rabia del jornalero; la bambera Qué bien me suena tu nombre (http://www.youtube.com/embed/XUh9z6oWHbI), de José Menese, sobre los guerrilleros de Cristo Rey, tan terroristas como ETA o el Grapo, o el no menos rebelde pregón por milongas Como el viento de poniente (http://www.youtube.com/embed/n_Y7288c8CE), de El Cabrero. No creo que haga falta decir los obstáculos que la censura puso en el camino de estos artistas a la hora de actuar o de buscar distribución de sus discos solo por su rebeldía y actitud antisistema.
    Y como veo que este apunte me podría quedar bastante largo, convengo con Zalabardo en que cortemos aquí y sigamos la próxima semana.

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