lunes, abril 02, 2012


ANTES MIS DIENTES QUE MIS PARIENTES

            No se crea nadie que, después de haber dedicado en los últimos tiempos dos apuntes a comentar sendos refranes me he quedado enganchado, ahora no sé cómo desprenderme del tema. Todo es una pura casualidad. Sucede simplemente que al decidir el asunto que hoy iba a tratar se me ha venido a la cabeza esta sentencia recogida por mi paisano Francisco Rodríguez Marín (1855-1943), ilustre cervantista, mediano poeta, serio lexicólogo, insigne folclorista cuando tan poca gente se dedicaba a ello e interesante paremiólogo, en una curiosa obra titulada Más de 21000 refranes castellanos no contenidos en la copiosa colección del maestro Gonzalo Correas. Que a Correas se le escapasen tantos refranes causa extrañeza; que Rodríguez Marín reuniera tantos que no estuvieran en el Vocabulario del cacereño, admira. Tal vez todo ello ayude a comprender esa mina sin fondo que son los refranes.
            ¿Y dices que no vas a hablar de refranes?, me interrumpe Zalabardo. Le respondo que así es, que solo quiero dejar constancia, aunque parezca haberme ido por las ramas,  de que hace un rato he recordado el que cito en el título, cuyo fin es denunciar el egotismo, no tan diferente del egoísmo, que muchas veces hunde sus garras en nosotros.
            Trato de hacer observar a Zalabardo que no es mal ejercicio, cada cierto tiempo, volver la mirada atrás, analizar cuanto hayamos hecho y ver si, en ello, reconocemos algún daño para alguien, por acción u omisión, o podría percibirse una sobrevaloración en lo realizado, como si concediéramos a nuestras obras más mérito del que realmente les cabe, vicio en el que caemos con más frecuencia de lo que es permisible. Porque tengo la impresión, le digo, de que las personas tendemos en demasía a mirarnos el ombligo, como si el nuestro que el nuestro fuese especial, siendo lo cierto que, como ya dejó bien sentado Álvaro de Laiglesia en su novela Todos los ombligos son redondos, nadie tiene nada de lo que presumir en ese aspecto.
            Me pregunta Zalabardo si es que he sido afectado por algún tipo de virus que genere una especie ansia por caer en trance seudofilosófico. Me apresuro a negar su sospecha y le aclaro que solo sucede que, siguiendo el consejo que antes doy para los demás, he mirado hacia atrás en esta Agenda mía (que, en realidad, es suya) y no puedo evitar sorprenderme de los cambios que, de modo casi imperceptible, al menos para mí, ha ido experimentando. ¿Para bien o para mal? Ya me gustaría a mí saberlo, añado.
            Todo nace, le confieso, en el preciso momento en que descubrí que podía seguir la estadística de acceso a la Agenda y comprobé que, contra lo que yo creía, recibía más visitas de las por mí imaginadas. Tampoco se trata de un número excesivo, no vayamos a exagerar ahora las cosas. Pero, en cualquier caso, lo noto en este análisis del que hablo, no pude evitar cambiar algunas cosas. No fue un proceso premeditado sino, más bien, algo inconsciente.
            Me asaltó un cierto miedo, o vergüenza (no sé bien qué) a ser mirado, leído, por personas que yo no imaginaba. Me preguntaba si a alguien podría interesar cuanto dijera este jubilado. Y de pronto, al ver esas estadísticas reparé en que gente a la que yo no conocía y que vivía en Venezuela, en Argentina, en Estados Unidos, en Alemania, en Francia, aparte de en España, y otros países, visitaban La Agenda de Zalabardo. Y me sorprendió que un apunte, aquel en el que comentaba la versión del Padrenuestro en argot cheto (los chetos, recordad, forman un grupo juvenil argentino equivalente a lo que aquí llamamos pijos) haya recibido más de 4000 visitas.
            Eso lleva, o me llevó a mí, lo confieso, a reflexionar sobre la responsabilidad que asumía, a cuidar lo que iba a decir, a vigilar cómo lo escribía. No ya para hacer mejor el apunte, sin que esté de más cuidar el estilo, sino para evitar hacer daño a nadie.
            Primera consecuencia, veo que esa especie de inconsciencia de tiempos pasados, ese aire de juego inocente, se ha perdido; otra: antes, por ejemplo, citaba a muchos de los amigos y compañeros e incluso me atrevía a hacer bromas que ya hoy intento evitar. Pocas veces doy nombres, pocas veces hago chistes sobre actitudes o comportamientos de las personas que conozco. Porque temo que alguien se pueda sentir herido. Antes, veía la Agenda como una especie de prolongación de la mesa donde nos sentamos a desayunar un día por semana. Ahora, en cambio, me asalta la sensación de estar en mitad de una plaza en día de mercado.
            No me digas que sufres agorafobia, se interesa Zalabardo, que, sentado a mi lado, vigila cuanto escribo. Le respondo que no es eso, sino que, como consecuencia de lo expuesto antes, me invade otra preocupación: que alguien pueda creer que me envanezco porque algún apunte mío haya sido leído por cuatro gatos a los que no conozco.
            Y me gustaría dejar claro que soy plenamente consciente de que mi ombligo es tan redondo como el de los demás, y que por mucho que me lo mire no voy a ver en él nada diferente. Que el blog es un género en continua extensión al alcance de cualquiera y no se exige ningún mérito especial para firmar uno. Que hay tropecientos mil, y que, como en la sentencia bíblica, muchos son los llamados y pocos los escogidos y que este, si acaso, es del montón.
            Por eso he pedido autorización a Zalabardo para incluir en nuestra Agenda una relación de otras agendas, bitácoras o blogs (parece que esta denominación, por fin, es la que ha triunfado) que nosotros leemos. No son las únicas, que hay más, pero no es cuestión de elaborar un catálogo que tampoco reflejaría la verdad. Son blogs de personas que hablan sobre asuntos que nos interesan, algunos además bien escritos (como ya dije en ocasión anterior). Y lo hago para invitar a que los leáis a ellos. Solo deseo hacer una advertencia. Ignoro por qué (ni Zalabardo ni yo tenemos mucha soltura en estas cosas de Internet) el enlace de El Boomeran(g) | Blog literario en español aparece con un nombre diferente y se abre por una página, Novedades, que no es la principal. Después de darle muchas vueltas, hemos averiguado que pinchando sobre el título se puede ir a la página de inicio. También otra: periódicamente, iré renovando la lista, aunque corra el riesgo de creer que difundo blogs que quienes me lean conocen ya bien.
            Igalmente, se habrá advertido otra modificación. Mi perfil aparece ahora encabezado por una foto. No somos, está claro, Zalabardo y yo, puesto que él se niega a dar la cara; ya es de sobra conocida su timidez. He optado entonces por algo que pudiera tomarse como pequeña broma. La foto fue tomada allá en la Alameda de Santiago de Compostela, sentado en un banco e imitando su postura, junto a Valle-Inclán, de quien nunca he negado mi admiración por su figura y, sobre todo, por su obra.

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