domingo, enero 20, 2013

EL ARTÍCULO FEMENINO “EL”



Reiteradas veces he dejado aquí dicho que cuando Zalabardo y yo paseamos juntos (me acompaña bastantes veces) hablamos de los más variopintos temas, como es fácil suponer. El miércoles pasado caminábamos por la margen izquierda del Guadalhorce desde su desembocadura hacia el polígono que lleva su nombre. Casualmente, se me ocurrió comentarle que en un ejemplar de un diario nacional me había encontrado dos ejemplos que incidían en el mismo error. En una crónica deportiva había leído *su propio área; y en una información de tema político se leía *el mismo aula. Dos personas distintas, le dije, en un mismo día y en el mismo medio incurrían en idéntico error: considerar que área y aula son, por construirse con el artículo el (el área, el aula), de género masculino, ignorando, u olvidando, que son de género femenino y que ese el con que se construyen, en determinados casos, no es más que una variante formal del artículo femenino.
            ¿Cómo es eso de que el es un artículo femenino?, se sobresalta Zalabardo, deteniéndose a la altura del polideportivo Martín Carpena. Entonces me vi precisado a ofrecerle una sucinta exposición de la historia de los artículos. El latín, le dije, carecía de tal categoría gramatical y las lenguas romances se vieron precisadas a crearla de alguna manera. La mayoría recurrió al demostrativo ille-illa-illud. De ahí salieron los españoles el y la (dejo a un lado el neutro para simplificar); los franceses le y la y los italianos il y la. En algunas zonas (hay gente para todo) los formaron a partir de ipse-ipsa-ipsum, como vemos en el caso del catalán balear es/so y sa. 
        Pero vamos a lo nuestro. En el español primitivo, los artículos nuestros fueron elo (<illum) y ela (<illam), que más tarde evolucionarían hacia el y la. Así, en la más antigua muestra de nuestra lengua, la glosa emilianense 89 se puede leer ela mandatione (la orden) y ela sua face (la su cara), mientras que en el Libro de Alexandre, del siglo XIII, hallamos elos dos (los dos). ¿Qué pasó con el tiempo? Pues es muy fácil: el masculino evolucionó siempre a el(o), mientras el femenino ofreció una doble evolución. Si el sustantivo que seguía comenzaba por consonante, se transformaba en (e)la, como se aprecia en la romería, por ejemplo. Pero si ese sustantivo al que acompañaba comenzaba por vocal, la evolución era hacia el(a); en el Poema de Mío Cid se lee desnuda el espada, y en el Cancionero de Palacio, del siglo XV, se recoge un villancico titulado So el encina (Bajo la encina).
           Sin embargo, más adelante, todos los sustantivos empezados por vocal empezaron a ser introducidos por la, como los de inicio consonántico. ¿Todos? Todos no, algunos, los que comenzaban por a o ha tónicas, siguieron siendo introducidos por la forma, también femenina, el (el águila, el agua, el hacha). ¿Por qué? Posiblemente, para evitar la cacofonía que se producía en el encuentro de las dos vocales.
        ¿Y todo eso debe saberlo la gente?, me preguntó Zalabardo, con cara de asombro. Toda la gente no, le respondí. Deben saberlo todos los que utilizan el lenguaje como herramienta de trabajo (periodistas, locutores, profesores, escritores…), porque a ellos es a quienes oye e imita la gente común. Del mismo modo que deben saber algunas cuestiones más que demuestran la naturaleza femenina de esos sustantivos y de ese artículo concreto. Por ejemplo, que en plural, reaparece la forma las (las águilas); que cuando entre el artículo y el sustantivo se coloca un adjetivo, también se recupera la forma la (la altiva águila); que esta norma vale para sustantivos, pero no para adjetivos (el hacha, pero la alta casa); que solo un y algún se comportan del mismo modo ante sustantivos que comienzan por a o ha tónicas debido a la tendencia a apocoparse que presentan los determinantes uno y alguno ante sustantivos que empiezan por vocal (un águila, pero unas águilas); y que los demás determinantes se construirán en femenino (esta agua, toda arma, misma área…).
        Hay algunas cuestiones más relacionadas con este caso, pero creo que ya está bien por hoy para no incurrir en atosigamiento de datos. Mientras tanto, nuestra caminata había ido progresando: del Guadalhorce cruzamos hasta el polígono Santa Bárbara y desde allí, a través de la avenida de Europa, enfilamos hacia casa. La tarde estaba preciosa; quizá demasiado para la fecha en que estamos. Te agradezco, le dije a mi buen Zalabardo, que me acompañes en mis caminatas, pues es cierto que el camino parece acortarse cuando se disfruta de buena compañía.

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