Zalabardo,
que sabe muy bien qué cebo ponerme para que pique en el anzuelo de lo que le
interesa, me pregunta, como quien no quiere la cosa, si tengo opinión formada
en torno a la llamada Ley Wert y su propósito de acabar con
el fracaso escolar.
Los
resultados de las pruebas PIRLS y TIMSS que evalúan el
sistema educativo en niveles de primaria (semejantes a las pruebas PISA
para secundaria), también nos dejan en mal lugar. Nuestros alumnos de cuarto de
primaria obtienen unos resultados no ya por debajo de los de la Unión Europea, sino muy por debajo de
toda la OCDE, en lengua, matemáticas
y ciencias. Vamos, que nos encontramos en el furgón de cola.
Mientras
los datos fríos son los que son, y ahí están para quien quiera verlos, la
realidad nuestra es que andamos enzarzados en si se da la asignatura Ciudadanía
o no, en si hay más o menos atención a la materia religiosa en los currículos o
en si se les conceden más o menos horas al catalán y a las demás lenguas
vernáculas. Y si, como consecuencia de la crisis, se hace preciso meter la
tijera, quitamos profesores, suprimimos la paga extraordinaria a los que queden
y rebajamos las asignaciones a los centros. Ya sé que la educación no es la
única pagana de esta historia de la crisis, pero no olvidemos que es uno de los
pilares sobre los que debiera sustentarse la sociedad y por eso tendría que ser
intocable. Es difícil salir del pozo, pero con educación y formación se saldrá
antes.
A
todo esto, a los políticos que han emprendido obras tan faraónicas como inútiles
(aeropuertos sin aviones, carreteras por las que no transitan automóviles,
puentes que no conducen a ninguna parte, ciudades de la cultura sin ciudadanos
que les den vida, etc., etc.), o simplemente aquellos que por las buenas, sin
excusa de tipo alguno, se lucran por la cara gracias a sus cargos, siguen en
sus cargos, sin que nadie los toque y sin que se les caiga la cara de
vergüenza.
Con
la misma intención que el ministro Wert,
otros homólogos suyos, sin encomendarse a Dios ni al diablo, han venido
promoviendo, tan solo desde 1985 (es decir, desde hace menos de treinta años)
reformas legislativas que, dijeron en su momento, significarían la panacea de
nuestro sistema educativo y acabarían para siempre con el fracaso escolar. El
resultado lo tenemos a la vista. Y es que desde la fecha que digo, 1985, han
sido cinco las reformas educativas impulsadas, que ya está bien: en 1985 fue la
LODE;
en 1990, la LOGSE; en 2002, la LOCE; en 2006, la LOE;
y ahora, a caballo entre 2012 y 2013, la LOMCE. Una reforma cada cinco años. Para volverse
loco. Pregunto a Zalabardo si se acuerda de la Ley Moyano, aquella que,
elaborada en 1885 fue fundamento del sistema educativo español durante más de
cien años, hasta la Ley General de Educación de 1970. Le aclaro que no planteo si
aquella fue mejor o peor que las que siguieron; lo que quiero decir es que una
reforma educativa requiere un tiempo para consolidarse y demostrar si fue o no
acertada.
¿Y
cómo debería ser esa reforma para que funcionase?, me pregunta mi amigo y ahí
sí que me pilla. Es posible que yo no sepa cuál debiera ser esa reforma, aunque
tengo atisbos de cómo no debiera ser. Por ejemplo, se debería iniciar su diseño
abandonando cualquier actitud partidista y adoptando solo el interés nacional.
Piénsese que se trata de formar buenas personas y buenos profesionales, no prosélitos.
Un sistema educativo debe estar siempre muy por encima del partido en el poder.
Un sistema educativo debería buscar, en sus primeros niveles, que los alumnos
aprendan bien los instrumentos básicos para el aprendizaje posterior: que sepan
leer con soltura y que comprendan lo que leen; que escriban con adecuado
estilo; que se inicien en el dominio de otros idiomas; que dispongan de una
base aritmética suficiente y que se les proporcione un adecuado conocimiento
del mundo en que viven. Un sistema educativo debe, en fin, disponer de los
recursos económicos necesarios. Si no, todo quedará en aguas de borrajas.
¿Y
a quién culpamos de que todo esté como está?, insiste Zalabardo. Y le recuerdo
una carta que hace poco dirigía a la prensa David Rabadà, del ASPEPC,
un sindicato catalán de profesores de enseñanza secundaria. Como me parece que
lo que decía era interesante, reproduzco parte de la misma:
¿Qué
por qué actualmente nuestros estudiantes suspenden más? Pues simplemente porque
estudian menos. ¿Cómo resolver entonces el fracaso escolar vigente? Primero hay
que evitar los pedagogos y teóricos que alejados de las aulas redactaron una
LOGSE, una LOCE, una LOE y ahora una LOMCE que hacen imposible el correcto
desarrollo de la actividad docente.
Es
muy importante el ambiente de orden, silencio y concentración para facilitar la
memorización y la comprensión de conceptos; las rutinas en clase y en casa de
trabajo, estudio y descanso; los maestros con excelentes conocimientos en su
especialidad y con un dominio rico, elegante y preciso de los idiomas
oficiales; y, por último, mucho esfuerzo aprendido, enseñado y adquirido ya
desde primaria.
Sugiero
a Zalabardo que, como punto de partida, no me parece nada mal. Si a eso le
sumamos paciencia para que el sistema cuaje, tampoco me quejaría. Y mientras,
que los partidos hagan proselitismo e impartan ideología en sus sedes y en los
foros adecuados y que la Iglesia catequice en sus templos. Lo demás, se nos
dará por añadidura.
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