domingo, octubre 13, 2013

LO QUE DON QUIJOTE NO DIJO



            Me pregunta Zalabardo cuál puede ser la razón de que las personas seamos tan dadas a utilizar frases que otros han dicho antes (o que ni siquiera han dicho), esforzándonos en adaptarlas a nuestras necesidades, es decir, arrimando el ascua a nuestra sardina, sin reparar en los errores en que con ello, y sin saberlo, incurrimos. Reconozco que es verdad lo que dice, pero le contesto que ignoro esa razón, aunque, añado, tal vez se trate tan solo de un jactancioso intento de provocar admiración, de épater le bourgois, como dicen los franceses.
            ¿Ves lo que digo? —denuncia mi amigo al tiempo que me señala con el dedo—, Empleas mal una frase que difundieron los poetas decadentes franceses del siglo xix para manifestar su desprecio hacia la clase social que comenzaba a imponerse, la burguesía,  alterando el verdadero significado de ese verbo épater no es otro sino ‘escandalizar’, y que hoy tiende a utilizarse, no sabe bien por qué, con el de ‘provocar admiración, asombrar’, que es algo bastante diferente.
            Veo que mi buen Zalabardo viene hoy fino y decidimos buscar algunas frases que no han sido pronunciadas jamás por aquellos a quienes se les atribuye o que se lanzan temerariamente queriendo dar a entender con ellas lo que nunca han significado.
            Y Zalabardo, que, como digo, parece venir como el alumno que se ha estudiado la lección a fondo para impresionar al profesor, me suelta a quemarropa: ¿Quién podrá decirme en qué lugar del Quijote escribe Cervantes eso de ladran, luego caminamos, amigo Sancho? Y en verdad que me sorprende porque, para seguir su juego, rastreo en Internet y me encuentro una infinidad de páginas en las que, con harta temeridad, se sostiene la paternidad cervantina de la susodicha frase, unas veces simplemente como ladran, luego caminamos y otras con el añadido del amigo Sancho.
            El caso es que el autor y dueño de la frase, que no es exactamente así, no es otro sino Goethe, que tampoco era manco (bueno, Cervantes si lo fue), o sea, que nada le tenía que envidiar. Zalabardo, entonces, saca un pequeño papel del bolsillo y me lo alarga. Es una copia del poema Ladrador (del autor de Fausto), escrito en 1808 y traducido por Roberto Gómez Junco:
Cabalgamos en todas direcciones
en pos de alegrías y de trabajo;
pero siempre ladran cuando
ya hemos pasado.
Y ladran y ladran a destajo.
Quisieran los perros de la cuadra
acompañarnos donde vayamos,
mas la estridencia de sus ladridos
sólo demuestra que cabalgamos.

            Como quiero quedar a la altura de mi amigo, le digo que a mí, así de pronto, se me ocurren otras dos frases, aunque, frente a la suya, la particularidad que ofrecen es la de ser utilizadas con un significado del que carecen en su ubicación original. Una de ellas, le aclaro, sí es del Quijote. La otra es del italiano Lampedusa.
            La primera, desde hace mucho, se viene utilizando como frase proverbial: Con la Iglesia hemos topado, y con ella se quiere manifestar, como indica Francisco Rico en su edición del Quijote, ‘enfrentamiento con cualquier tipo de autoridad (y no solo la eclesiástica) a la que puede resultar problemático contradecir’. Aunque, si leemos el Quijote (y por ahí habría que empezar), en el capítulo ix de la segunda parte lo que encontramos es esto: D. Quijote y Sancho llegan al Toboso siendo noche cerrada con la intención de hallar el palacio de Dulcinea. Sancho, que, lógicamente, sabe que no lo ha de hallar, pide a su señor que guíe:
            Guió don Quijote, y habiendo andado como  doscientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo:
            —Con la iglesia hemos dado, Sancho.
            O sea, que habían llegado a la iglesia del pueblo, no al edificio que buscaban.  Y  nada más. Ni don Quijote, ni mucho menos Cervantes, quisieron decir otra cosa.
            La otra frase que le propongo a Zalabardo se atribuye a Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de El gatopardo. También esta corre de boca en boca y pocos se resisten a emplearla: Que todo cambie para que todo siga igual.  Tampoco es eso lo que escribió Lampedusa, ni el sentido que hoy se le da es el que pretendió expresar el novelista italiano. En el primer capítulo de esa novela, en el que se narra el levantamiento garibaldino para instaurar una revolución que pretendía la unificación italiana, cuando el protagonista, el príncipe de Salina solicita a su sobrino Tancredi qué pasará con la monarquía, este le responde: Se non ci siamo anche noi, quelli ti combinano la repubblica. Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi. Mi spiegato?  O sea: Si allí (en ese movimiento revolucionario) no estamos también nosotros, estos impondrán la república. Si queremos que todo siga como  está, es preciso que todo cambie. ¿Me explico? Claro que se explica. El sobrino de Salina, cínicamente, lo que quiere decir a su tío es que hay que adaptarse a los tiempos. Que la aristocracia que ellos representan, si quiere conservar su influencia y poder, debe aceptar la revolución unificadora que se les viene encima para que no los barra.
            Zalabardo, que me ha estado oyendo sin pestañear, apunta en ese momento como quien no quiere la cosa: Lo que quizá no sepas es que esa frase no se la debemos del todo a Lampedusa, pues un escritor francés, Jean Baptiste Alphonse Karr (1808-1890) había escrito, en 1849, en un artículo de la revista satírica Las avispas lo que sigue: Plus ça change, c’est la même chose, es decir, Cuanto más cambia algo, más parece la misma cosa. Y se queda tan pancho.
            Ya digo, Zalabardo venía hoy lo que se dice “de durse”.

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