Me pregunta Zalabardo cuál puede ser
la razón de que las personas seamos tan dadas a utilizar frases que otros han
dicho antes (o que ni siquiera han dicho), esforzándonos en adaptarlas a
nuestras necesidades, es decir, arrimando el ascua a nuestra sardina, sin
reparar en los errores en que con ello, y sin saberlo, incurrimos. Reconozco
que es verdad lo que dice, pero le contesto que ignoro esa razón, aunque,
añado, tal vez se trate tan solo de un jactancioso intento de provocar
admiración, de épater le bourgois, como dicen los franceses.
¿Ves lo que digo? —denuncia mi amigo
al tiempo que me señala con el dedo—, Empleas mal una frase que difundieron los
poetas decadentes franceses del siglo xix
para manifestar su desprecio hacia la clase social que comenzaba a imponerse,
la burguesía, alterando el verdadero
significado de ese verbo épater no es otro sino ‘escandalizar’,
y que hoy tiende a utilizarse, no sabe bien por qué, con el de ‘provocar admiración,
asombrar’, que es algo bastante diferente.
Veo que mi buen Zalabardo viene hoy
fino y decidimos buscar algunas frases que no han sido pronunciadas jamás por
aquellos a quienes se les atribuye o que se lanzan temerariamente queriendo dar
a entender con ellas lo que nunca han significado.
Y Zalabardo, que, como digo, parece
venir como el alumno que se ha estudiado la lección a fondo para impresionar al
profesor, me suelta a quemarropa: ¿Quién podrá decirme en qué lugar del Quijote
escribe Cervantes eso de ladran,
luego caminamos, amigo Sancho? Y en verdad que me sorprende porque,
para seguir su juego, rastreo en Internet y me encuentro una infinidad de
páginas en las que, con harta temeridad, se sostiene la paternidad cervantina
de la susodicha frase, unas veces simplemente como ladran, luego caminamos y
otras con el añadido del amigo Sancho.
El caso es que el autor y dueño de
la frase, que no es exactamente así, no es otro sino Goethe, que tampoco era manco (bueno, Cervantes si lo fue), o sea, que nada le tenía que envidiar.
Zalabardo, entonces, saca un pequeño papel del bolsillo y me lo alarga. Es una
copia del poema Ladrador (del autor de Fausto), escrito en 1808 y traducido
por Roberto Gómez Junco:
Cabalgamos
en todas direcciones
en pos de
alegrías y de trabajo;
pero siempre
ladran cuando
ya hemos
pasado.
Y ladran y
ladran a destajo.
Quisieran
los perros de la cuadra
acompañarnos
donde vayamos,
mas la
estridencia de sus ladridos
sólo
demuestra que cabalgamos.
Como quiero quedar a la altura de mi
amigo, le digo que a mí, así de pronto, se me ocurren otras dos frases, aunque,
frente a la suya, la particularidad que ofrecen es la de ser utilizadas con un
significado del que carecen en su ubicación original. Una de ellas, le aclaro,
sí es del Quijote. La otra es del italiano Lampedusa.
La primera, desde hace mucho, se
viene utilizando como frase proverbial: Con la Iglesia hemos topado, y con
ella se quiere manifestar, como indica Francisco
Rico en su edición del Quijote, ‘enfrentamiento con
cualquier tipo de autoridad (y no solo la eclesiástica) a la que puede resultar
problemático contradecir’. Aunque, si leemos el Quijote (y por ahí habría
que empezar), en el capítulo ix de
la segunda parte lo que encontramos es esto: D. Quijote y Sancho
llegan al Toboso siendo noche cerrada con la intención de hallar el palacio de Dulcinea.
Sancho,
que, lógicamente, sabe que no lo ha de hallar, pide a su señor que guíe:
Guió
don Quijote, y habiendo andado como
doscientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran
torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia
principal del pueblo. Y dijo:
—Con
la iglesia hemos dado, Sancho.
O sea, que
habían llegado a la iglesia del pueblo, no al edificio que buscaban. Y nada
más. Ni don Quijote, ni mucho menos Cervantes, quisieron decir otra cosa.
La otra frase que le propongo a
Zalabardo se atribuye a Giuseppe Tomasi
di Lampedusa, autor de El gatopardo. También esta corre de
boca en boca y pocos se resisten a emplearla: Que todo cambie para que todo
siga igual. Tampoco es eso lo
que escribió Lampedusa, ni el
sentido que hoy se le da es el que pretendió expresar el novelista italiano. En
el primer capítulo de esa novela, en el que se narra el levantamiento
garibaldino para instaurar una revolución que pretendía la unificación italiana,
cuando el protagonista, el príncipe de Salina solicita a su
sobrino Tancredi qué pasará con la monarquía, este le responde: Se non ci siamo anche noi, quelli ti
combinano la repubblica. Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che
tutto cambi. Mi spiegato? O sea: Si allí (en ese movimiento
revolucionario) no estamos también
nosotros, estos impondrán la república. Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me
explico? Claro que se explica. El sobrino de Salina, cínicamente, lo
que quiere decir a su tío es que hay que adaptarse a los tiempos. Que la aristocracia
que ellos representan, si quiere conservar su influencia y poder, debe aceptar
la revolución unificadora que se les viene encima para que no los barra.
Zalabardo, que me ha estado oyendo
sin pestañear, apunta en ese momento como quien no quiere la cosa: Lo que quizá
no sepas es que esa frase no se la debemos del todo a Lampedusa, pues un escritor francés, Jean Baptiste Alphonse Karr (1808-1890) había escrito, en 1849, en
un artículo de la revista satírica Las avispas lo que sigue: Plus ça change, c’est la même chose, es
decir, Cuanto más cambia algo, más parece
la misma cosa. Y se queda tan pancho.
Ya digo, Zalabardo venía hoy lo que
se dice “de durse”.
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