domingo, octubre 06, 2013

IR AL CIENTO (o IR A VER AL SEÑOR ROCA)




           Es una obviedad intentar demostrar que hay unas cosas más importantes que otras. Por ejemplo, Cristiano Ronaldo nos lo ha dejado claro al declarar no hace mucho que el dinero no es lo más importante (declaración que compartirían, entre otros, Messi y Neymar). Aunque pienso que eso es fácil decirlo si se cobra entre 15 y 21 millones de euros al año, limpios de polvo y paja, al tiempo que muchos vemos cómo sueldos (de funcionarios) y pensiones se congelan una y otra vez y el paro es una lacra a la que no se logra poner remedio. Como obviedad (o ingenuidad) es creer que todos somos iguales, pues quienes hayan leído Rebelión en la granja, de Orwell, recordarán la manera en que a aquel mandamiento básico “todos los animales son iguales” se le acabó añadiendo la infamante coletilla “pero unos más iguales que otros”.
            El caso es que Zalabardo me pregunta una y otra vez mi opinión sobre la cuestión catalana. Le digo que, en verdad, estoy algo confuso, que muchas veces pienso aquello de entre todos la mataron y ella sola se murió. Y me pregunto, y le pregunto a Zalabardo: Si la historia nos muestra que siempre ha existido una cuestión catalana, ¿por qué, de una puñetera vez nadie se entera de que el problema habría que solucionarlo pacíficamente y no a garrotazos?
            Temo, le digo, que nos hallemos ahora ante la última oportunidad de entendernos catalanistas y españolistas, si es aceptable usar tales términos (pues no sé qué otros emplear ya que nos veo, a un tiempo, iguales y distintos, lo cual no es malo para quien comprenda la necesidad de respetar la diferencia). Por eso pienso que el diálogo que se exige que inicien Rajoy y Mas es lo que procede. Sin prisas, las que parecen preocupar a Mas (que se empeña en señalar un límite de tres meses, después de siglos de controversias), pero sin pausas, las que parece desear imponer Rajoy (que pide que no haya fecha de caducidad, como si las cosas se arreglaran por sí solas).

           Porque lo innegable es que Cataluña y España siempre han andado a la greña y nuestra historia compartida está llena de amores y desamores: con los Reyes Católicos, los catalanes participaron activamente en las campañas expansionistas españolas. Con Carlos i, conocieron una recuperación demográfica y un esplendor económico pocas veces superado. Durante la Guerra de los Treinta Años, en tiempos de Felipe iv, el malhadado Conde Duque de Olivares impuso una política centralizadora atroz que dio lugar a la sublevación de Cataluña y la llevó, en 1641, a firmar un acuerdo con Francia para aceptar ser una república independiente tutelada por Luis xiii. En el Tratado de los Pirineos  se cedió a Francia la soberanía de territorios catalanes sin consultar siquiera a las Cortes de Barcelona. En 1714 (¿os suena ese año?), ya con Felipe v, el primer Borbón español, se abolieron las instituciones y libertades catalanas. En 1931, se restauró la Generalitat. En 1939, nueva anulación de libertades democráticas, supresión del estatuto de Autonomía y persecución implacable de la lengua y cultura catalanas. Por fin, en 1979 se aprobó el nuevo Estatuto de Autonomía, que está en la raíz del litigio actual. O eso creo.
            Y ahora, otra vez estamos con que si me voy, con que si no te dejo. Lo que deberíamos pensar es que, tras tantos encuentros y desencuentros, algo habrá que demuestre que nos necesitamos mutuamente y que explique por qué, pese a tantos “agravios”, aún no se ha dado el paso de la secesión. Pero, ojo, si tensamos mucho la cuerda (da igual quien la tense) podría romperse. Que nadie olvide esto, pues las consecuencias podrían ser impredecibles.
            Pero como la intención declarada de esta Agenda es caminar más por el desenfado que por la seriedad,  y no creo que ni Zalabardo ni yo podamos arreglar el mundo, le digo a mi amigo que optemos por la vía del humor. Y le saco a colación el posible origen de una expresión que hoy tiene un valor eufemístico, pero que en tiempos pasados expresaba un fuerte rechazo de los unos (catalanes) a los otros (no catalanes) y viceversa.
            En 1879, en El Averiguador Universal, José María Sbarbi nos explica así ir al ciento. En las fondas y otros hospedajes hubo necesidad de numerar las habitaciones para evitar equívocos. El número 100 se reservaba para los retretes. Y aclara: “Llamar número ciento al excusado o retrete se funda en un calambur o retruécano francés entre los vocablos cent, ciento, y sent, huele, por no poder menos de comunicar un olor particular a dicha estancia aquella materia… cuyo nombre se sabe, aunque se calla”.

           La explicación parece aceptable. Pero hay una aún más antigua que nos cuenta José María Iribarren: cuando en 1640 se sublevaron los catalanes por las tropelías del Conde Duque y dieron muerte al virrey, el conde de Santa Coloma, los castellanos, para indicar que iban al retrete, empezaron a decir voy al ciento, en clara alusión de desprecio al Consejo de Ciento, la institución del autogobierno de Barcelona. Los catalanes, en correspondencia, dieron en decir para lo mismo que iban a casa de Felipe, señalando a Felipe iv, rey de España.
            Estas expresiones, creo, hoy se han perdido por completo y utilizamos una más cursi y menos ofensiva: ir a ver al señor Roca (por la conocida marca de sanitarios). ¿No sería de desear que nos  quedemos con ella y olvidemos tantas rencillas?

           Esperemos, pues, por el bien de todos, que nuestros políticos (perdonadme que dude de la idoneidad de los actuales), terminen de una vez por todas con tan largo periodo de desencuentros y tengamos la fiesta en paz. Y si al final resultara que lo que Cataluña desea (todos los catalanes y no los políticos demagogos y los medradores de profesión) es la independencia, adiós y que usted lo pase bien.
            Sería, pienso, la peor de las soluciones, adoptada por dos partes que, poniendo reparos a compartir una ventaja común, lo arrojan todo por la borda y gritan chulescamente: “¡Ea, pues para ninguno!” Mientras sí y mientras no, ya va siendo hora de que seamos razonables y nos dejemos de gilipolleces por un lado y por otro.
            Amén, me responde Zalabardo.

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