El caso es que Zalabardo me pregunta
una y otra vez mi opinión sobre la cuestión catalana. Le digo que, en
verdad, estoy algo confuso, que muchas veces pienso aquello de entre
todos la mataron y ella sola se murió. Y me pregunto, y le pregunto a
Zalabardo: Si la historia nos muestra que siempre ha existido una cuestión
catalana, ¿por qué, de una puñetera vez nadie se entera de que el
problema habría que solucionarlo pacíficamente y no a garrotazos?
Temo, le digo, que nos hallemos
ahora ante la última oportunidad de entendernos catalanistas y españolistas, si
es aceptable usar tales términos (pues no sé qué otros emplear ya que nos veo,
a un tiempo, iguales y distintos, lo cual no es malo para quien comprenda la
necesidad de respetar la diferencia). Por eso pienso que el diálogo que se
exige que inicien Rajoy y Mas es lo que procede. Sin prisas, las
que parecen preocupar a Mas (que se
empeña en señalar un límite de tres meses, después de siglos de controversias),
pero sin pausas, las que parece desear imponer Rajoy (que pide que no haya fecha de caducidad, como si las cosas
se arreglaran por sí solas).
Y ahora, otra vez estamos con que si
me voy, con que si no te dejo. Lo que deberíamos pensar es que, tras tantos
encuentros y desencuentros, algo habrá que demuestre que nos necesitamos mutuamente
y que explique por qué, pese a tantos “agravios”, aún no se ha dado el paso de
la secesión. Pero, ojo, si tensamos mucho la cuerda (da igual quien la tense)
podría romperse. Que nadie olvide esto, pues las consecuencias podrían ser impredecibles.
Pero como la intención declarada de
esta Agenda
es caminar más por el desenfado que por la seriedad, y no creo que ni Zalabardo ni yo podamos
arreglar el mundo, le digo a mi amigo que optemos por la vía del humor. Y le saco
a colación el posible origen de una expresión que hoy tiene un valor
eufemístico, pero que en tiempos pasados expresaba un fuerte rechazo de los
unos (catalanes) a los otros (no catalanes) y viceversa.
En 1879, en El Averiguador Universal,
José María Sbarbi nos explica así ir al
ciento. En las fondas y otros hospedajes hubo necesidad de numerar las
habitaciones para evitar equívocos. El número 100 se reservaba para los
retretes. Y aclara: “Llamar número ciento al excusado o retrete
se funda en un calambur o retruécano francés entre los vocablos cent,
ciento, y sent, huele, por no poder menos de comunicar
un olor particular a dicha estancia aquella materia… cuyo nombre se sabe, aunque se calla”.
Estas expresiones, creo, hoy se han
perdido por completo y utilizamos una más cursi y menos ofensiva: ir a
ver al señor Roca (por la conocida marca de sanitarios). ¿No sería de desear que nos quedemos con ella y olvidemos tantas rencillas?
Sería, pienso, la peor de las
soluciones, adoptada por dos partes que, poniendo reparos a compartir una
ventaja común, lo arrojan todo por la borda y gritan chulescamente: “¡Ea, pues
para ninguno!” Mientras sí y mientras no, ya va siendo hora de que seamos
razonables y nos dejemos de gilipolleces por un lado y por otro.
Amén, me responde Zalabardo.
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