Es Zalabardo una persona que, sin
necesidad de ser petulante, sabe dar consejos que merecerían entrar por derecho
propio en cualquier listado de sentencias de obligado conocimiento. Por
ejemplo, una de las cosas que con frecuencia me aconseja es: “Si no tienes nada
importante que decir o no sabes cómo decirlo, lo mejor es que te quedes callado”.
Alguno habrá observado que en esta Agenda
hace ya un tiempo que no se tratan cuestiones referidas a la corrección
idiomática. Y no es, lo digo de principio, porque crea que todo va bien, sino
porque me asalta la duda de que cuanto pueda decir sea inútil, que no surta ningún efecto, que esté sembrando sobre
suelo improductivo.
También alguno recordará que en
ocasiones he criticado la actitud de la Real
Academia al cruzarse de brazos ante determinados desmanes lingüísticos o
ante la cesión frente a giros o vocablos que acaba aceptando con la única razón
de que se dicen en la calle.
¿Y no eres tú —me lanza Zalabardo—
quien tanto machaca con que el lenguaje es del pueblo, de la gente? Le contesto
que sí y que sigo manteniendo idéntica opinión sin dejar por ello de defender,
también, que la RAE tiene la
obligación y la responsabilidad de orientar y de llamar la atención sobre los
usos inadecuados, pues una cosa es la evolución de la lengua y otra muy
diferente su destrucción sistemática.
Leía hace unos días el artículo Rendición
incondicional, publicado por Javier
Marías en El País Semanal. Aconsejo que lo leáis (http://elpais.com/elpais/2013/09/20/eps/1379679086_534817.html).
No voy a contar aquí de qué trata ni a realizar ninguna clase de exégesis. Solo
quiero llamar la atención de que me alegró coincidir con él en tantas cosas de
las que dice. E, insisto, no las voy a repetir porque él las dice mucho mejor
de lo que pudiera hacerlo yo. Ya sabéis el consejo de Zalabardo que cito
arriba. Mejor estar callado.
Lo único que quiero exponer, la
única “pega” que pondría a Javier Marías,
es que yo no creo que haya que rendirse. Porque ya está bien de permanecer callados mientras oímos a
tantos políticos, locutores, seudointelectuales, “comunicadores” (como gusta decir hoy)
cocear continuamente al idioma. Y creo preciso denunciar que un famoso cocinero
televisivo diga almóndiga (pese a que aparezca en el DRAE), porque es un
vulgarismo. Y que se debe señalar con el dedo (aunque se diga que
eso está feo) a tantos comentaristas deportivos que insisten con el
otro área (en lugar de la otra área) o que mandan a tomar
por saco los artículos en giros como chutar con pierna izquierda o avanzar por banda derecha. Y que hay que tirar
de las orejas a cuantos siguen usando detentar en lugar de ostentar,
señalizar,
argumentación
o concretización
(¡dichosa manía de los archisílabos!) en lugar de señalar, argumento
o concreción;
nominar
en lugar de proponer o el anglicismo link en lugar de enlace.
¿Para qué seguir dando ejemplos? Yo
pediría a Javier Marías (¡cómo si
fuera a leerme!) que no se dé por vencido, que no se rinda. Él, que hace gala (aunque suene a cursilada) de una magnífica prosa y de un empleo impecable de nuestro idioma, ocupa uno de los
sillones de esa institución a la que, con valentía, no tiene reparos en
criticar. A él es posible que oigan (y, con suerte, escuchen,
que no es igual) muchos de esos cazurros que pululan por ahí y que nunca me
atenderán a mí, empezando por que ni siquiera saben de mi existencia.
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