Evoco estos refranes porque mi
“holandés fantasma” va saliendo de las nieblas que lo ocultaban y, lentamente,
empieza a cobrar cuerpo. Tanto, que ya estoy enfrascado en escribir la primera
parte de la novela que entreveo tras su historia. El verano es mala época para
encontrar a nadie en su sitio, pero, aun así, se va engrosando la nómina de
personas a las que debo agradecer mis avances.
José
Francisco me habló de los trabajos cartográficos de Carrión de Mula, entre ellos un plano del puerto de Málaga de 1789.
Julio Fernández Sánchez, del Museo Naval de Madrid, me facilitó una
copia. El cabo Arturo Antón Delgado,
de la sala de investigación del Órgano
de Historia y Cultura Naval del
Ministerio de Defensa me aclaró la duda que tenía acerca de dogre/drogue
y me envió una imagen de este tipo de embarcación. Pedro Luque, funcionario de la Embajada
Española en La Haya, me hizo saber que, aunque la Embajada de los Países Bajos en Madrid negaba que en Holanda
existiese una ciudad llamada Pecla, o algo parecido, hay una que
se llama Pekela. Sara Keijzer,
de la biblioteca del Het
Scheepvaarmuseum, de Ámsterdam, me lo confirmó, aparte de sugerirme que lo
que en el expediente parece leerse comerciante
Nicuun Schenda podría ser muy bien comerciante
(de) Nieuwe Scheemda, que es una
ciudad próxima. Y algo más importante, me adjuntó fotocopias de páginas de un
cuaderno (reproducidas en un antiguo libro sobre la marina mercante holandesa) con
anotaciones manuales en una de las cuales se puede leer fácilmente Goede
Hoop (Buena Esperanza), Málaga, kaptain J. J. Wygens y un año, 1823. Allí tenía, por fin, mi barco
y su capitán, así como su relación con Málaga. Además, añadía, en el ejemplar del De Amsterdamsche
Courant del 27 de octubre de 1823 se puede leer un artículo que habla
del naufragio de dicho buque en nuestras costas. No he localizado aún el texto,
pero sigo buscándolo. Por fin, Le
site officiel de la France me facilita el hallazgo de un plano de la ciudad
y puerto de Sète de 1820 y la Oficina de
Turismo de Languedoc-Roussillon me envía un detallado mapa de la región
donde puedo ubicar los lugares de producción del vino que el Buena Esperanza transportaba.
Cuando transcribía el expediente,
dos detalles, entre otros, atrajeron inicialmente mi atención: el primero, que si
en principio se hablaba de buque o barco de pronto se pasa a
hablar casi de modo exclusivo de drogue. El segundo, que entre los
restos del naufragio subastados había un banco de paciencia.
Ambas cuestiones me han dado me han
tenido ocupado. ¿Qué tipo de embarcación era un drogue? No aparecía por
ninguna parte. Hasta que, al fin, en un diccionario de Núñez de Taboada, de 1825, encuentro que drogue me remite a dogre,
término que sí recogen los diccionarios posteriores y los actuales. Una simple
metátesis, me decía yo, del escribano (el mejor echa un borrón, según el
refranero) que redactó el documento. Hasta que la carta del cabo Arturo Antón Delgado me permite conocer
la definición recogida en el Diccionario Marítimo Español, de
1831: ‘embarcación grande holandesa que navega en los mares del Norte, y se
emplea en la pesca del arenque […] En el uso común de nuestros marineros se
dice generalmente drogue’. O sea, que
no hay error que valga.
¿Y el banco de la paciencia? Confieso
que yo conocía tan solo la locución estar en el banco de la paciencia,
que el DRAE define como ‘estar aguantando o sufriendo alguna molestia’.
También la búsqueda ha sido laboriosa. De hecho, el primer diccionario lo
menciona, Esteban Terreros y Pardo, en 1786, dice que debe ser algo
como el banco de Hipócrates, artilugio médico para tratamiento de
lesiones óseas o como el banco de algunos coros, que disponen de unos añadidos
que permiten simular que está de pie quien en realidad está sentado. No me
convencía ninguna hipótesis. Además, creo que conocemos que el nombre de
esos añadidos es misericordias. El ya citado diccionario de Núñez de Taboada (1825) pone en
conexión la expresión con la terminología náutica: ‘banco que está en el
alcázar de los navíos, delante del palo de mesana’. ¿Pero por qué se le llama
así? Vicente Salvá, en 1846, repite
la definición, aunque añadiendo en latín: scamnum ante puppis malum (banco que
está delante del palo de popa). ¿Sería una definición extraída de algún texto
latino? La búsqueda ha sido infructuosa. En fin, Ramón Joaquín Domínguez, en 1853, es el primero que define el banco
de la paciencia con lo que dio lugar a la locución aún hoy empleada:
‘estar en el banco de la paciencia es estar apurado o ir a sufrir alguna
grave molestia, como la que causa esperar mucho tiempo, el escuchar palabras
duras, el desempeñar cargos terribles…’
Pero la duda persiste; ¿por qué ese
nombre? Pregunto a un allegado, Rafael,
que ha sido marino profesional y me confiesa desconocer el término. Pero,
cuando le aclaro lo que es, arriesga una explicación. Todo cuanto existe, me dice,
tiene un nombre por una razón lógica. El banco de la paciencia debería ser el
lugar donde los marinos esperaban la hora de su turno de guardia. No sé si tiene
razón, pero ahí queda.
Me doy cuenta ahora de que todo lo anterior
pretendía ser antesala para decir que el lenguaje náutico ha dejado en la
lengua común muchas expresiones que, a veces, ni imaginamos de dónde vienen. Y me
proponía explicar, como ejemplos, a palo seco y ser un viva la Virgen. Pero
me he alargado y habrá que dejarlo para otro día.
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