En diferentes ocasiones me habréis
oído decir aquí, y Zalabardo es testigo de ello, las dificultades que entraña
arriesgarse a sostener cuál sea el origen (espacial) de una palabra o expresión
o pretender aportar dónde figura su primera utilización o el porqué concreto de
esa acepción.
Lo he dicho refiriéndome a esa
costumbre tan extendida (y que en algunos casos no es sino manifestación de esa
tendencia nuestra a “sostenella y no enmedalla” cuando tratamos asuntos
concernientes a la patria chica) de dar a la imprenta vocabularios que se ofertan
como andaluces, extremeños, de Utrera o
de Carrascal de las Fontanas, si es que existe algún pueblo con ese nombre, sin
las debidas comprobaciones de que cuanto decimos es así y no de otra manera.
Sin embargo, a veces salta la
liebre, o sea, la excepción, y nos sentimos descolocados, ya que aquello que
tanto defendíamos parece no ser tan firme; en suma, se nos caen los palos del
sombrajo y se nos escapa lo que es palmario. Pero, le digo a Zalabardo, eso es
completamente normal puesto que no hay verdad inmutable ni ley sin excepción.
O, al menos, eso creo.
La cosa es que hace unos días nos
encontrábamos con un amigo común y, planteada la posibilidad de hacer una
adquisición, a Zalabardo se le ocurrió decir: “Lo malo del caso es que para eso
hace falta mucha manteca”. Nuestro amigo no comprendió lo que se le decía y fue
necesario aclararle que manteca no es otra cosa que dinero.
Así recuerdo haberlo entendido siempre en mi pueblo y así lo conoce también
Zalabardo, que no es paisano mío, pero casi.
“No pretenderás afirmar que manteca,
para aludir al dinero, es una palabra de tu pueblo, me interpela mi amigo”. Lo
tranquilizo al decirle que no va por ahí el asunto, puesto que ese uso de manteca,
si no me lleva a errar la fuente que empleo, es malagueño hasta las cachas.
Lo curioso es que tal uso no lo
hallo documentado en ninguna de las obras que conozco sobre el habla de Málaga.
Como tampoco aparece en el libro de Alcalá
Venceslada dedicado al vocabulario andaluz ni en los que consulto dedicados
a las hablas de Cádiz, de Córdoba, de Sevilla… Vaya, que si, por más, hojeamos
el DRAE
no encontramos ninguna acepción que permita establecer una relación entre manteca
y dinero.
En esa búsqueda, únicamente dos obras estudiosas de las jergas me ofrecen algún
apoyo: El Diccionario de argot de las adicciones, de José Francisco Loja y Segarra (2005)
dice que manteca es tanto droga como dinero. Y el Diccionario
de argot español, de Víctor León
(1987), mantiene que manteca es dinero. Nada más. Ninguno
explica el origen o razón de este uso.
Pero, mirad por dónde, donde menos
se espera, salta la liebre (eso ya lo dije antes). Tratando ayer mismo de
hallar unos datos en Al sur de Granada, de Gerald Brenan (1957), aunque por una
cuestión diferente, concretamente en el capítulo referido a las comidas en las
sierras granadinas, en la página 157 me topo con este párrafo:
En el siglo xix
las familias ricas de Málaga solían importar de Hamburgo barriles de
mantequilla salada, y por eso se las conocía como la gente de la manteca. Constituía un lujo que señalaba una
situación social, como hoy el tener coche.
Esas familias ricas que cita don
Geraldo, como se lo conocía en Alhaurín, son aquellas que, desde finales
del siglo xviii se instalaron en
Málaga procedentes de Inglaterra y, sobre todo, del centro de Europa y fueron
la base sobre la que se sustentó la oligarquía burguesa industrial que ayudó a
extender por el mundo el nombre de nuestra ciudad, difundieron sus ricos vinos
(hasta que aquella maldita plaga de la filoxera lo mandó todo al traste) por
todos los mercados del globo y levantaron ferrerías y otras industrias.
Pues bien, aquellas ricas familias
echarían de menos algunos productos que formaban parte de la dieta de sus
países de origen. Y los traían a cualquier precio, porque podían pagarlos. Entre
ellos estaba la manteca. De esa forma, tener manteca era sinónimo de
tener dinero, pues el pueblo común, en aquellos años, no se podía
permitir tal lujo.
Si esa no es la explicación de por
qué manteca
significa dinero, que alguien busque otra, le digo a Zalabardo en tono
casi de reto (como si él tuviera culpa alguna de las cosas que digo yo).
1 comentario:
Y cuando en el texto del Nobel Juan Ramón Jiménez, “Platero y yo”, capítulo XVIII, se lee: Anilla, la manteca… ¿a qué hace referencia?
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