Aunque parezca mentira, Zalabardo y
yo, más por culpa mía que suya, pues ya sabéis que es un bendito, discutimos
por los temas más nimios. Y siempre es él, en cada ocasión, es quien pone paz
en la refriega haciendo uso de la misma expresión: “No querrás que, a nuestra
edad y después de tanto tiempo juntos acabemos como el rosario de la aurora”.
Muchas veces he estado tentado de
comentar este extendido dicho, acabar como el rosario de la aurora,
de cuyo origen se apropian tantos lugares. Qué quiera decir la expresión creo
que no se le oculta a nadie. Más que la definición que nos ofrece el DRAE,
me gusta la que da María Moliner: Referido a
la relación entre dos o más personas o una reunión, acabar peleándose o en
total desacuerdo.
Sucede que los tiempos cambian, las
costumbres también, y cosas que en un momento se sentían como naturales hoy nos
parecen, al menos, extrañas. No quisiera pecar de pedante, pero creo que en
esta época nuestra, es necesario explicar a muchos qué era el rosario
de la aurora y cuál fue, en realidad, el origen del dicho que aún empleamos.
Vuelvo a María Moliner, que nos
dice que el rosario es un rezo
católico dedicado a la Virgen, que consta de quince partes iguales, formada
cada una por un padrenuestro, diez avemarías y un gloria Patri, destinada cada
una a uno de los quince misterios, y la letanía. Perdonadme que eche mano a
su historia, aunque procuraré ser breve. Su origen, según leo, se remonta a la
obligación que, en la Edad Media, tenían los monjes de rezar los 150 salmos del
rey David y como abundaban los
clérigos analfabetos, muchos sustituyeron la lectura de los salmos por el rezo
de 150 padrenuestros y otras tantas avemarías. Parece que fue en Irlanda donde
nació la costumbre de preparar unos cordeles con sus correspondientes nudos para
facilitar el cómputo.
Entre los siglos xii al xvii
se cree que tal rezo adoptó, si no la actual, sí una muy parecida. Ya en el
siglo xviii
y, según cuentan, en Sevilla, gracias a Fr.
Pedro de Santa María y Ulloa, se extendió la costumbre de trasladar este
rezo a la vía pública, haciéndolo en procesión y cantando las oraciones. Pronto
este rosario procesionado se extendería no solo por Andalucía sino por toda
España. Nacieron las Cofradías del Rosario, al parecer
numerosas, y alguien tuvo la idea de celebrar tales procesiones durante la
noche o a las primeras horas del día. Así nació lo que se conoció como rosario
de la aurora. Creo que esa es la explicación válida.
¿Y de dónde viene eso de acabar
como el rosario de la aurora para explicar un final tumultuario y
violento? Es fácil de entender. Aunque muchos lugares de toda España quieren el
“honor” de ser ellos el escenario de su nacimiento, la verdad va por otro lado.
Lo cierto es que estas manifestaciones pías fueron, en todas partes, motivo de
muchos altercados, algaradas y conflictos. Quienes tratan el asunto con
seriedad aducen tres posibles razones, las tres válidas. La primera,
enfrentamientos entre cuadrillas que estaban de ronda a esas horas de la noche,
o entre simples juerguistas, y los procesionantes. La segunda, enfrentamientos
entre los vecinos de las calles por donde pasaban las procesiones, que no podían
dormir, y los piadosos cantores de tanta avemaría. Y la tercera, enfrentamientos
entre integrantes de diferentes cofradías que confluían en idéntica calle y a
similar hora y disputaban por ver quién debía ceder el paso.
He querido unir a este apunte dos
imágenes claramente ilustrativas. El cuadro de 1860 pintado por Eugenio Lucas Velázquez que se puede
ver en el Museo Carmen Thyssen, de Málaga y el que, en 1882 pintó José García y Ramos y que se expone en
el Museo
de Cádiz. Los dos tienen el mismo título: El Rosario de la aurora.
Contemplándolos, entenderéis que
Zalabardo no quiera terminar así conmigo, a farolazo limpio. Él es persona
pacífica y, además, poco noctámbulo. En esto último sí me parezco a él.
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