domingo, septiembre 08, 2013

SER UN VIVALAVIRGEN




            No hay dudas de que en el apunte anterior, me recrimina Zalabardo, te fuiste por las ramas al querer explicar la razón de lo que, en realidad, podía haberse expuesto con mayor simplicidad. Esperemos, me dice, que hoy los lectores no tengan que sentarse en el banco de la paciencia para aguantar tus desvaríos y vayas más al grano.
            Le prometo, otra cosa no puedo hacer, que lo intentaré. El tema que quería tratar en aquel apunte tiene cierta similitud con uno ya tratado. ¿Recordáis el que titulaba El color en el toreo? Decía entonces que, cuando una actividad se pierde, el vocabulario relacionado con ella se pierde también o, al menos, dejamos de entenderlo en su sentido primitivo. Algo así sucede con la náutica: embarcaciones, técnicas de navegación, instrumental, etc., han cambiado mucho con el tiempo. Consecuentemente, muchos términos del mundo de la marinería se han ido a pique, nunca mejor dicho. No obstante, hay palabras y locuciones que, teniendo su origen en ese ámbito, han permanecido aunque hoy no los relacionemos con él y los entendamos en otro sentido diferente.
            Son muchas las expresiones que el lenguaje común ha tomado de la lengua de la mar: bandearse como se pueda, capear el temporal, sondear a alguien, echar un cable, estar al pairo, en franquía, estar hecho un cascajo viejo, liar el petate, irse de bolina, irse algo al garete, ser una rémora… Hoy, y voy a procurar evitar todo rasgo de erudición, me quiero fijar tan solo en tres: a palo seco, ser un vivalavirgen y dar al traste.
            El primero de los tres es el más fácil. Si miramos el DRAE encontramos tres significados de esta locución adverbial, que así funciona hoy: 1. ‘escuetamente, sin nada accesorio o complementario’; 2. ‘sin comer ni beber’. Con estos valores la utilizamos hoy; más frecuentemente, ‘comer o beber (mejor esto) sin acompañamiento de nada’. Y solo como 3. leemos: ‘dicho de navegar una embarcación: con las velas recogidas’. Este tercero es el significado primigenio de la expresión, pues cuando el viento soplaba con fuerza poniendo en peligro la nave, se les cogían rizos a las velas o se aferraban (según la intensidad del viento) y el buque navegaba dejando los palos (mástiles) al descubierto, es decir, a palo seco.
            Ser un vivalavirgen tiene una explicación más curiosa y hasta cómica. El diccionario  de la Academia nos dice que un vivalavirgen (así) es una ‘persona despreocupada e informal’. Pero si consultamos diccionarios de otras épocas, hallaremos que es un ‘hombre sencillo y candoroso con ribetes de bobo’. ¿Y de dónde proviene la expresión? Hay varias teorías, pero a mí me gusta más esta: en la vida a bordo de un buque, cuando se formaba a la marinería para designar las guardias, solía ponerse en último lugar al más torpe de la tripulación, aquel en quien se confiaba menos para el desempeño de cualquier tarea. Y en la formación, cada uno iba cantando en voz alta el número de su guardia o faena; hasta que se llegaba al último, que gritaba: ¡Viva la Virgen! Eso indicaba que no había nadie más tras él. Quien esto gritaba era, según decimos, el más zoquete. De ahí se pasó, lo leo en el escrito de un marino aficionado al folclore, a aplicar este apodo a cualquiera que se mostrase descuidado, llegase tarde a la formación o fuese el último en acudir a una llamada. Ese mostraba ser un vivalavirgen.
            Y vamos con la tercera expresión: dar (con algo) al traste o irse algo al traste. Debo decir que es la que más complicaciones me ha creado a la hora de buscarle explicación. El DRAE define traste como ‘cada uno de los resaltos de metal o hueso que se colocan a trechos en el mástil de la guitarra u otros instrumentos semejantes…’ Pero, poco más adelante dice que dar al traste es ‘destruirlo, echarlo a perder, malbaratarlo’. ¿Qué tiene que ver una cosa con otra? En principio, parece que poco. 

           Y lo siento, advierto a Zalabardo, pero aquí debo incluir (procuraré ser breve) una nota filológica. En un diccionario español-francés de 1604 escrito por Jean Palet, se dice que dar al traste es donner à travers, es decir, ‘dar de lado’ o, muy libremente, ‘inclinarse a un lado’. En otro diccionario español-francés, este de 1607 y escrito por César Oudin, se traduce como donner à travers, se perdre; o sea, ‘perderse’. El italiano Lorenzo Fraciosini, en su diccionario de 1620 es algo más claro y ya relaciona la expresión con el lenguaje náutico: si dice del navilio quando va de traverso, cioè si rivolta de una banda, e v’entra l’acqua. Se parece a la definición que da Covarrubias en 1611: ‘cuando la galera se vuelca a una banda y le entra dentro agua’. Por fin, el Diccionario de Autoridades de 1732 resulta más extenso: ‘Término náutico. Tropezar la nave por los costados en alguna costa de tierra o roca, en que se deshace o vara. Dícese más comúnmente dar al través. Metafóricamente, destruir alguna cosa, abandonarla o perderla’.

           Con todo lo anterior, me seguía quedando la duda de qué tenía que ver traste con todo esto. La solución la encuentro en Joan Corominas, que explica que tanto trasto (como traste) proceden del latín transtrum, ‘banco de remero’, ‘travesaño’. Sigue diciendo que, más tarde, trasto se aplicaría a ‘cualquier mueble viejo’ o a ‘cada uno de los trastes de la guitarra’, por comparación con la serie de bancos de una galera. Y termina sosteniendo que el castellano traste hubo de tomarse del catalán trast, ‘banco de remero’, ‘trasto’, ‘banco’, ‘lugar asignado a una persona’.
            Por eso, dar, echar o irse al traste es chocar de costado o volcar de costado, en el sentido en que se colocan los bancos de los remeros en las naves. O sea, naufragar.

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