Recuerdo que, cuando niño,
me parecía mi pueblo
una blanca maravilla,
un mundo mágico, inmenso;
las casas eran palacios
y catedrales los templos;
y por las verdes campiñas
iba yo siempre contento.
(Juan R. Jiménez)
Eso es lo que tiene la dichosa
corrección política aplicada al lenguaje. Queramos o no, siempre hay un momento
en el que nos vemos atrapados en la engañosa red que nos lleva a entender en
las palabras lo que no intentan decir. Cuando estas, que son inocentes, no expresan
más que lo que nosotros queremos, no lo que otros pretenden interpretar.
Así me explico, le digo a Zalabardo,
que, en el comentario al apunte anterior de esta Agenda, Javier se haya podido sentir molesto
por el empleo que hago de pueblerino y crea observar una
generalización negativa en su uso. Nada de ello hay y procuraré explicarme. Dos
significados tiene el término, según el DRAE: uno neutro (‘perteneciente o
relativo a un pueblo’) y otro peyorativo (‘de poca cultura y modales poco refinados’),
que no tiene que ver con el primero, sino que sirve para señalar ciertas actitudes,
con exclusión del lugar en que se haya nacido.
Continuamos con frases y tópicos. Se
afirma que algo tendrá el agua cuando la bendicen. Y si, como dijo Manrique, nuestras vidas son ríos, los
ríos, que son las venas que dan vida a la tierra, suelen tener su nacimiento en
pueblos (¿quién conoce alguno que nazca en una gran urbe?). A propósito, este
mismo mes, hace pocos días, me di el gozo de dormir la siesta tendido en la
hierba, al lado mismo de la cueva donde nace el río Genal, en Igualeja, oyendo
el murmullo del agua. Pocos placeres se le asemejan.
Por todo eso me gustan los pueblos.
Por eso (y vuelvo al tema del apunte anterior), aborrezco el afán de poner
puertas al campo y abomino de las fronteras. Quien pone una cerca a su tierra y
piensa que no hay nada más fuera de ella, y cree que todo está dentro, no solo
es un inculto, sino que es un ignorante y un pueblerino retrógrado.
Y acabemos con otra frase. Se alaba
a alguien afirmando de él que es más bueno que el pan. En estos
días, por otras cuestiones, estoy leyendo la Topografía médica de la ciudad de
Málaga, de D. Vicente Martínez,
escrito en 1852. Este señor, hablando del pan que se consumía en Málaga, hace
gran elogio del que se cocía en Churriana y en Alhaurín de la Torre. En
Sevilla, siempre ha tenido fama el pan de Alcalá de Guadaira; en Granada, el de
Alfacar; en Córdoba, el de Doña Mencía. Es decir, panes de pueblo. ¿Y qué
mejor, si queremos elaborar un buen gazpacho o un insuperable salmorejo (ese es
el nombre que se le da en mi pueblo, pues aquí es porra), que un pan cateto?
Así que, Javier, no te preocupes del uso que yo haga del término pueblerino.
De esa clase de pueblerinos insufribles hablaba al citar a los independentistas, soberanistas,
separatistas o como queramos llamarlos que no ven más que su propio ombligo. Para
los otros, esos que tú y yo sabemos, no tengo más que palabras de elogio.
Ah, y Zalabardo también es de
pueblo, como las amapolas.
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