sábado, agosto 03, 2013

EL CAMINO PORTUGUÉS 2013. 1: DOLOR Y CALOR




           Finalizadas las vacaciones, reanudado el fluir de esta Agenda y dispuesto a contar la experiencia del Camino portugués, ¿cómo no empezar recordando el trágico accidente ocurrido la víspera de la fiesta del Apóstol? Nosotros entramos en Santiago, pocos días antes, cerca de ese lugar. Conxo, acceso a Santiago para quienes hacíamos el Camino portugués queda apenas, creo, a unos seis kilómetros de Angrois, entrada para los que vienen por el Camino de la Plata.
            Pero la vida debe seguir. Si el refrán afirma que todos los caminos llevan a Roma, no menos cierto es que todos los caminos conducen, también, a Santiago. Ya os comuniqué mi intención de recorrer el Camino portugués. Se ha convertido en tópico repetir que de los variados “camiños” este adolece de exceso de asfalto. Y no seré yo quien lo niegue. La N-550, la Autopista del Atlántico, el trazado del ferrocarril se han adueñado de bastantes tramos de la antigua vía de peregrinación. Pero esta ruta, coincidente con la antigua Vía xix romana, la que unía Braga con Astorga, se ha visto igualmente invadida por numerosas pistas asfaltadas que comunican las incontables parroquias de la zona. Tal vez sea el peaje que exigen los tiempos. No obstante, uno se pregunta: ¿habrá forma de conjugar el progreso con los viejos caminos jacobeos?
            Aun así, quedan bellos senderos por los que andar, mínimas parroquias en las que detenerse, paisajes de los que disfrutar, lugares en los que rastrear la leyenda de Santiago. Sea por fe, por cultura, por aventura o por cualquier razón (todas son buenas), el Camino de Santiago es una experiencia enriquecedora y todos los Caminos, incluso el portugués, merecen la pena.

           Pero lo que este año no esperaba nadie ha sido la sofocante ola de calor que durante la primera semana de julio ha azotado de manera inmisericorde las tierras por las que discurre. Tramos ya de por sí cansinos y poco atractivos, este año se han convertido en un suplicio. A la cabeza de ellos, la travesía de casi tres kilómetros, recta interminable, del polígono de As Gándaras, cercano a Porriño. Y si cruzar ese polígono no fuera suficiente razón para preguntarse qué hace uno allí, nada más salir de él y atravesar las vías del tren hay que afrontar otros dos kilómetros de una recta que por el arcén de la N-550 nos lleva por fin, y casi deshidratados, a Porriño. Aunque también resultó dura la subida al Alto de O Viso, poco antes de llegar a Arcade. Mucha gente del lugar no entendía que cogiésemos el camino del monte en lugar de seguir la carretera, camino más corto y con menos desnivel. O el Porto do Milladoiro, ya con Santiago a unos pasos. Estos días, en algunos lugares de la provincia de Pontevedra se han superado los 42º. Y si hay que cargar con una mochila, el sufrimiento está asegurado. No me extrañó que, varios días después, al parar para refrescarnos en un bar de Infesta, A Mesa da Pedra, nos encontrásemos con José Antonio de la Riera, miembro de la Asociación Galega de Amigos del Camiño, que hacía una encuesta sobre una modificación del trazado de la etapa Tui-Porriño para evitar el polígono y recta citados y recuperar viejos senderos, que, según sus palabras, han presentado ya a la Xunta.
            Alguno pensará que comenzar narrando la experiencia del Camino de Santiago hablando de calor y dificultades es un desatino. El Camino es el Camino; y el invierno es el invierno como el verano es el verano. Lo que quiero transmitir es la dureza de estos días, con una temperatura inhabitual en Galicia. ¿Y cómo se combatía y se soportaba? Con paciencia, con mucho descanso, aprovechando el frescor de cualquier fuente o río o simple regato en los que mitigar el ardor de los pies, hidratándose lo más posible. Y, sobre todo, evitando caminar en las horas duras del día. Por tal motivo iniciábamos la andadura de noche, antes incluso de que despertasen los gallos y los pájaros. Eso nos impedía poder ver muchas cosas y visitar determinados lugares, pero era una saludable medida preventiva. Porque, para eso de las ocho y media o las nueve, el calor ya se convertía en indeseado compañero. Sobre todo, tras una noche en la que apenas se había podido descansar. Porque en los alojamientos de Galicia, salvo en ciudades importantes, desconocen lo que es el aire acondicionado. Dicen que, para un día al año que lo necesitan, la inversión no vale la pena. Hablo, por supuesto, de nuestra ruta.
            Eso explica que haya escogido para este apunte las fotos que lo ilustran: el cruceiro que hay en el cementerio de Santa María de Alba, superado Pontecabras y dejado atrás Pontevedra; un alto en el camino, creo que a la altura de Lavandeira, tratando de certificar, a la luz de la linterna, dónde estábamos; una camiseta colgada entre los árboles, a la izquierda de la cuesta que conduce a Osebe, tras salir de Rúa de Francos, con nombres, fechas y frases de ánimo; o el despertar del sol a espaldas de la iglesia de Santa Mariña, en Carracedo, o en O Campo, que, en Galicia, con esto de los concellos, las parroquias y los lugares no puedo evitar despistarme.
            Pero no todo fue calor y asfalto. El Camino portugués, aparte de su sentido de peregrinación, invita a disfrutar de lugares, enclaves y paisajes que uno se alegra de haber conocido. Lo iré contando en los apuntes siguientes, porque, como se lee en la camiseta abandonada en la cuesta de Osebe, la vida es un camino.

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