Pero la vida debe seguir. Si el refrán afirma que todos los
caminos llevan a Roma, no menos cierto es que todos los caminos conducen,
también, a Santiago. Ya os comuniqué mi intención de recorrer el Camino
portugués. Se ha convertido en tópico repetir que de los variados “camiños” este
adolece de exceso de asfalto. Y no seré yo quien lo niegue. La N-550, la Autopista
del Atlántico, el trazado del ferrocarril se han adueñado de bastantes tramos
de la antigua vía de peregrinación. Pero esta ruta, coincidente con la antigua
Vía xix romana, la que unía Braga
con Astorga, se ha visto igualmente invadida por numerosas pistas asfaltadas
que comunican las incontables parroquias de la zona. Tal vez sea el peaje que
exigen los tiempos. No obstante, uno se pregunta: ¿habrá forma de conjugar el progreso
con los viejos caminos jacobeos?
Aun así, quedan bellos senderos por
los que andar, mínimas parroquias en las que detenerse, paisajes de los que
disfrutar, lugares en los que rastrear la leyenda de Santiago. Sea por fe, por
cultura, por aventura o por cualquier razón (todas son buenas), el Camino de
Santiago es una experiencia enriquecedora y todos los Caminos, incluso el
portugués, merecen la pena.
Alguno pensará que comenzar narrando
la experiencia del Camino de Santiago hablando de calor y dificultades es un desatino. El Camino es el Camino; y el invierno es el invierno como el
verano es el verano. Lo que quiero transmitir es la dureza de estos días, con
una temperatura inhabitual en Galicia. ¿Y cómo se combatía y se soportaba? Con
paciencia, con mucho descanso, aprovechando el frescor de cualquier fuente o
río o simple regato en los que mitigar el ardor de los pies, hidratándose lo
más posible. Y, sobre todo, evitando caminar en las horas duras del día. Por
tal motivo iniciábamos la andadura de noche, antes incluso de que despertasen
los gallos y los pájaros. Eso nos impedía poder ver muchas cosas y visitar
determinados lugares, pero era una saludable medida preventiva. Porque, para
eso de las ocho y media o las nueve, el calor ya se convertía en indeseado
compañero. Sobre todo, tras una noche en la que apenas se había podido descansar.
Porque en los alojamientos de Galicia, salvo en ciudades importantes,
desconocen lo que es el aire acondicionado. Dicen que, para un día al año que
lo necesitan, la inversión no vale la pena. Hablo, por supuesto, de nuestra ruta.
Eso explica que haya escogido para
este apunte las fotos que lo ilustran: el cruceiro que hay en el cementerio de
Santa María de Alba, superado Pontecabras y dejado atrás Pontevedra; un alto en
el camino, creo que a la altura de Lavandeira, tratando de certificar, a la luz
de la linterna, dónde estábamos; una camiseta colgada entre los árboles, a la izquierda
de la cuesta que conduce a Osebe, tras salir de Rúa de Francos, con nombres,
fechas y frases de ánimo; o el despertar del sol a espaldas de la iglesia de Santa
Mariña, en Carracedo, o en O Campo, que, en Galicia, con esto de los concellos,
las parroquias y los lugares no puedo evitar despistarme.
Pero no todo fue calor y asfalto. El
Camino portugués, aparte de su sentido de peregrinación, invita a disfrutar de
lugares, enclaves y paisajes que uno se alegra de haber conocido. Lo iré
contando en los apuntes siguientes, porque, como se lee en la camiseta
abandonada en la cuesta de Osebe, la vida es un camino.
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