sábado, agosto 10, 2013

EL CAMINO PORTUGUÉS 2013. 3: BUSCANDO A LA REINA LUPA



            Todo propósito, ya lo dije, es válido para hacer el Camino. Solo se precisa voluntad para cargar la mochila al hombro y ganas de echarse a andar. Sin miedo al cansancio ni a las ampollas, que, al fin, todo se supera. Cada uno debe marcar su ritmo.
            Le había indicado a Zalabardo, y aquí lo dejé anotado, que este año aprovecharía para ahondar en los albores de la leyenda jacobea, para hablar con la gente sobre los orígenes. Y, en este aspecto, debo reconocerlo, el viaje ha sido un pequeño fracaso.
            Aymeric Picaud cuenta en el Códice
Calixtino que, tras su regreso desde Galicia a Palestina, Santiago fue condenado a muerte por Herodes. Algunos discípulos, se habla de Atanasio y Teodoro, robaron su cuerpo y lo depositaron en una barca que lanzaron al mar y, milagrosamente, llegó, siete días después, a Iria (la actual Iria Flavia, en Padrón). Unos afirman que la barca vino sola, con el cuerpo del santo. Otros, que la pilotaban sus discípulos. Hay quien sostiene que era de piedra. Los más niegan esto último y sostienen que la única piedra verdadera es el pedrón que da nombre al pueblo  y al que amarraron la barca. Aún puede verse bajo el altar de la iglesia de Santiago.
            Llegados a Galicia, sigue Aymeric, se presentaron ante la reina Lupa para que les concediera un terreno donde sepultar el cuerpo y erigir un templo. La reina, maliciosamente, los envió a Dugio (la actual Duio, junto a Finisterre) donde sería atendida su petición. Una vez allí, Atanasio y Teodoro fueron apresados. Sin embargo, con ayuda divina, escaparon. En la persecución, tras atravesar un río por un puente, este se hundió provocando la muerte de los perseguidores.
            Ne nuevo en el palacio de Lupa, le afearon su conducta y reiteraron la petición. Lupa los envió a un monte en el que hallarían unos bueyes; podrían coger los que necesitaran para uncirlos a un carro y transportar el cuerpo al lugar que creyeran conveniente. Pero en lugar de mansos bueyes encontraron fieros toros que, a la vista de la cruz, se amansaron. Tales portentos fueron causa del arrepentimiento y conversión de Lupa.
            Luego viene eso de que, en la conducción del cadáver del apóstol, sus discípulos vieron una noche cómo una brillante estrella iluminaba la cima de un cerro. Tomaron aquello como una señal divina y decidieron que allí tendría su sepultura el santo. Eso es lo que significa Compostela, campus stellae, ‘lugar de la estrella’.

            Aunque muchos piensan que el Camino de Santiago por antonomasia es el llamado francés, los lugares de la leyenda están más ligados al portugués, que también es más literario (se camina por la tierra de Mendinho, de Martín Codax, del rey don Denís). Pero, lo que son las cosas, el tiempo lo ha ido alterando todo y, para los viajeros actuales, y no sé si para la Xunta de Galicia y el Xacobeo, la cuestión parece asunto menor. En Rua de Francos, a escasos doce kilómetros de Santiago, nos detuvimos solo con la intención de visitar el Castro Lupario, solar de la reina Lupa. Gracias a quienes regentaban el alojamiento (que empezaron por extrañarse de nuestro deseo) supimos por dónde se accedía, aunque llegar a él no fue fácil. No había ni una sola señal, ni una indicación. Perdimos el camino y hubimos de volver dos veces sobre nuestros pasos; hallada la senda correcta, cuando nos vimos en la cima (eran las siete de la tarde y el calor aún apretaba) nada permitía imaginar la existencia de ruinas. Fue preciso exponernos a los arañazos de los zarzales y atravesar una espesa maleza (y uno no está ya para emular a Quatermain) para dar al fin con lo que resta del Castro Lupario: breves restos de muretes y amontonamiento de piedras que la vegetación ha ido engullendo y que, de no poner remedio, pronto hará desaparecer. A las fotos me remito.
            ¿Y qué queda de Dugio? No lo sé. El último día, aprovechando las horas que restaban para coger el avión de vuelta, fuimos a Finisterre. Pero ningún mapa de carreteras de Galicia, llevábamos el oficial de la Xunta, marca cómo se llega Duio, el pueblecito actual. El dueño del restaurante donde comimos trazó, sobre un mapa que adjunta a la publicidad de su local, tres diseños diferentes porque no estaba seguro de que ninguno fuese fácil de interpretar. Y eso que, afirmaba, estábamos solo a tres o cuatro kilómetros. Pues bien, no lo encontramos. Ignoro si por torpeza nuestra o por falta de señalización adecuada. Tal vez por las dos cosas. También espero que podáis apreciarlo en la foto.

            Hablar con la gente sirvió de poco. Encontramos pocas personas que supieran de la leyenda. Si acaso, conocían lo de la barca, aunque se mostraban incrédulos (tal vez sea cosa de los tiempos) sobre su pétrea naturaleza: “¿Quién ha visto alguna vez”, decía uno, “que una barca de piedra flote en el agua?” En tierra de poetas, parece no quedar mucho espacio para la poesía. En Tui, en la terraza de un bar coincidimos, mesa con mesa, con dos matrimonios mayores, ambos gallegos. El inusual calor fue el tema que dio pie a la conversación. Luego pasamos a lo que yo buscaba. Uno de los hombres sostenía, muy serio, que Santiago no desembarcó en Padrón, sino en Tui. “Compostela”, mantenía, “arrebató el santo a Padrón, que antes se lo había arrebatado a Tui”. El otro, con mayor seriedad aún, replicó: “Yo soy gallego como el que más, pero aunque nos pese, la historia es la historia: Santiago no llegó a España ni por Tui ni por Padrón; llegó por Cartagena”. Y no dijo más.
            Lo único de que puedo dar fe es de que, en Padrón, a orillas del  Sar y cerca de la iglesia de Santiago, hay una fuente sobre la que se puede ver tallada la escena de Atanasio y Teodoro transportando el cuerpo difunto de Santiago sobre la barca y encima, en una hornacina, Santiago bautizando a la reina Lupa. Llamativo anacronismo si no, en verdad, portentoso milagro; porque cuando ella se convirtió, si atendemos a la leyenda, el santo llevaba ya un tiempo separado de su cabeza.

No hay comentarios: