domingo, enero 19, 2014

EN EL PRINCIPIO ERA YA EL VERBO




           Confieso a Zalabardo mi sorpresa ante la acogida que obtienen determinados apuntes de esta Agenda. Algunos incluso me planteaban dudas sobre la conveniencia de su publicación. Un infinitivo vicioso, que consideraba “seco” en exceso por ser muy “gramatical” (planteaba el uso de los infinitivos) ha tenido unas 350 visitas. Pero es que otro, La misma palabra lo dice, en el que me limitaba a llamar la atención sobre el descuido al usar las palabras en los medios de comunicación, lleva ya más de 700 visitas, la mitad de ellas en solo un mes. Por supuesto que ninguno llega a las más de seis mil visitas que ha tenido Dady míooo, simple comentario de la versión del Padre nuestro (Dady míooo) en la jerga de los chetos, equivalente argentino de nuestros pijos y que publiqué como mera curiosidad.
            Esa misma duda me asalta hoy, que vuelvo a hablar con Zalabardo de la dejadez que muestran algunos periodistas al decidir emplear determinadas palabras. La duda nace de que alguien pudiera considerarme pretencioso, cuando la verdad es que solo busco la defensa de la precisión.
            Tomando como arranque a san Juan, que inicia su Evangelio afirmando que En el principio era ya el Verbo, es decir la palabra, quiero incidir en la importancia que a la palabra conceden todos los mitos y relatos sobre la creación. El Génesis, en la llamada versión yavista, más folclórica, popular, viva y vigorosa, llena de imágenes basadas en la tradición oral, dice: Entonces Yavé Dios formó de la tierra todas las fieras de la planicie y todos los pájaros del aire y los llevó al hombre para ver cómo los llamaría; y de la manera cómo el hombre llamase a todo ser vivo, este debería ser su nombre.
            Y en el Corán, no muy explícito sobre la creación, podemos leer: E instruyó a Adán en todos los nombres de los seres. Luego los presentó a los ángeles, y dijo: “Informadme de los nombres de estos seres, si sois verídicos”.
            Pero resulta, le insisto a Zalabardo, que la creación no es asunto del que se ocupen solo los textos bíblicos y coránicos. A la tradición babilonia pertenece una epopeya llamada Enuma Elish, ‘Cuando en las alturas’, en la que se escribe: Cuando ninguno de los dioses existía y con nombres no eran llamados… Una versión diferente de la misma epopeya, dice: [Marduk] creó el Tigris y el Eufrates y los colocó en su lugar; proclamó sus nombres de manera agradable… En poemas semejantes de la tradición sumeria encontramos: Después de haber sido separado el cielo y la tierra, después de haber sido separada la tierra del cielo, después de haber sido fijado el nombre del hombre… Y, para acabar la retahíla de citas eruditas, valga un texto egipcio que pone en boca de Khepera, dios de la creación, estas palabras: Las cosas que creé y salieron de mi boca fueron muchas. Yo traje mi nombre a mi propia boca, o sea, lo pronuncié como una palabra de poder y enseguida surgí.
            Zalabardo, que se va poniendo nervioso, me pide conclusiones. Entonces, le pido que se fije en el hecho de que, en todos los textos citados, nombre y palabra y hablar se asocian a una idea creadora. Esa es la idea que quiero extraer, que con la lengua creamos y definimos cada realidad; que las cosas, hasta que no tienen nombre, no son. Escribía Juan Ramón Jiménez: Te tenía olvidado, / cielo, y no eras / más que un vago existir de luz, / visto —sin nombre— / […] Hoy te he mirado lentamente, / y te has ido elevando hasta tu nombre.
            Sin embargo, ¡qué descuidados son, tengo que insistir, en los medios de comunicación, que deberían ser paladines del buen hablar! ¡Y qué descuidados somos todos al escoger las palabras! (Eso no son más que palabras, o Las palabras se las lleva el viento, decimos para mostrar desprecio por algo, sin considerar que las palabras, una vez pronunciadas, son difíciles de retirar). Con motivo de la pasada huelga de empleados de la limpieza en Málaga, una reportera de televisión se hizo un pequeño lío, a mi entender, con los verbos recoger y recolectar.  Y, para anunciar el fin del conflicto, utilizó hasta la saciedad la expresión recolectar la basura (no sé si se lo oí cuatro veces) sin pronunciar en ninguna ocasión el verbo recoger.
            Se me dirá que, mirando el diccionario, se demuestra que recoger y recolectar, procedentes ambos del mismo verbo latino recolligĕre, son sinónimos en cuanto que los dos remiten a la idea de coger. Lo admito, pero podríamos decir que, en esto de los sinónimos, unos son más sinónimos que otros. Intentaré explicarme: antiguo y viejo son sinónimos; pero hablar de libro antiguo o de libro viejo no siempre expresa la misma noción.
            Consulto el DRAE, el María Moliner y el Manuel Seco (en mi opinión nuestros mejores diccionarios) y observo que, aunque puedan ser sinónimos, el significado principal de recoger es ‘volver a coger’, ‘juntar o congregar cosas separadas’ y ‘coger cosas que se han caído’; en cambio, el significado principal de recolectar se asocia más a ‘coger los frutos del campo’. Es decir, recogemos lo que se nos ha caído, lo que está desordenado, lo que está tirado en el suelo...; y recolectamos trigo, maíz, manzanas... Ya digo, este es el uso más frecuente entre nosotros.
            Como, pese a todo, me quedaban dudas (¡qué empalago si no las tuviéramos!), envié una consulta al departamento correspondiente de la RAE y a Fundéu. Las respuestas recibidas no coinciden. Mientras la RAE admite la validez de recolectar la basura, argumentando que así se dice en bastantes lugares de América, Fundéu se inclina por aceptar como más correcto recoger la basura. Respecto a la opinión de la Academia, se me ocurre pensar que también en América emplean tinto y concha con significados que entre nosotros extrañan, sin desmerecer por ello la sinonimia, y que no utilizamos.
            O sea, que vistas con cuidado las definiciones y sin negar la sinonimia, salvo para el DRAE, la idea principal de recolectar, entre nosotros, es la de cosechar los frutos, mientras que recoger tiene un sentido más vago de coger cualquier cosa que está dispersa. Esto no impide (me adelanto a posibles objeciones) que haya frutos que se recojan; por eso se habla de la recogida de la aceituna. Pero, vamos, le digo a Zalabardo, lo que para mí queda claro es que aquí (no hablo de América) resulta más propio recoger la basura que recolectarla.

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