Esa misma duda me asalta hoy, que
vuelvo a hablar con Zalabardo de la dejadez que muestran algunos periodistas al
decidir emplear determinadas palabras. La duda nace de que alguien pudiera considerarme
pretencioso, cuando la verdad es que solo busco la defensa de la precisión.
Tomando como arranque a san Juan, que inicia su Evangelio
afirmando que En el principio era ya el Verbo, es decir la palabra, quiero incidir
en la importancia que a la palabra conceden todos los mitos y relatos sobre la creación. El Génesis, en la llamada versión
yavista, más folclórica, popular, viva y vigorosa,
llena de imágenes basadas en la tradición oral, dice: Entonces Yavé Dios formó de la tierra todas las fieras de la planicie y
todos los pájaros del aire y los llevó al hombre para ver cómo los llamaría; y de la manera cómo el hombre llamase a todo ser
vivo, este debería ser su nombre.
Y en el Corán, no muy explícito
sobre la creación, podemos leer: E
instruyó a Adán en todos los nombres de
los seres. Luego los presentó a los ángeles, y dijo: “Informadme de los nombres de estos seres, si sois
verídicos”.
Pero resulta, le insisto a
Zalabardo, que la creación no es asunto del que se ocupen solo los textos
bíblicos y coránicos. A la tradición babilonia pertenece una epopeya llamada Enuma
Elish, ‘Cuando en las alturas’, en la que se escribe: Cuando ninguno de los dioses existía y con nombres no eran llamados… Una
versión diferente de la misma epopeya, dice: [Marduk] creó el Tigris y el Eufrates y los colocó en su lugar; proclamó sus nombres de manera
agradable… En poemas semejantes de la tradición sumeria encontramos: Después de haber sido separado el cielo y la
tierra, después de haber sido separada la tierra del cielo, después de haber sido fijado el nombre
del hombre… Y, para acabar la retahíla de citas eruditas, valga un texto egipcio que pone
en boca de Khepera, dios de la creación, estas palabras: Las cosas que creé y salieron de mi boca fueron muchas. Yo traje mi nombre a mi propia boca, o sea, lo pronuncié como una palabra de poder y enseguida surgí.
Zalabardo, que se va poniendo nervioso, me pide conclusiones. Entonces,
le pido que se fije en el hecho de que, en todos los textos citados, nombre
y palabra
y hablar
se asocian a una idea creadora. Esa es la idea que quiero extraer, que con la
lengua creamos y definimos cada realidad; que las cosas, hasta que no tienen nombre,
no son. Escribía Juan Ramón Jiménez:
Te tenía olvidado, / cielo, y no eras /
más que un vago existir de luz, / visto —sin
nombre— / […] Hoy te he mirado lentamente, / y te has ido elevando hasta tu nombre.
Sin embargo, ¡qué descuidados son,
tengo que insistir, en los medios de comunicación, que deberían ser paladines del buen hablar! ¡Y qué descuidados somos todos al escoger las palabras! (Eso no son más que palabras, o Las palabras se las lleva el viento, decimos para mostrar desprecio por algo, sin considerar que las palabras, una vez pronunciadas, son difíciles de retirar). Con motivo de la
pasada huelga de empleados de la limpieza en Málaga, una reportera de
televisión se hizo un pequeño lío, a mi entender, con los verbos recoger
y recolectar. Y, para anunciar el fin del conflicto,
utilizó hasta la saciedad la expresión recolectar la basura (no sé si se lo
oí cuatro veces) sin pronunciar en ninguna ocasión el verbo recoger.
Se me dirá que, mirando el
diccionario, se demuestra que recoger y recolectar, procedentes
ambos del mismo verbo latino recolligĕre, son sinónimos en cuanto
que los dos remiten a la idea de coger. Lo admito, pero podríamos
decir que, en esto de los sinónimos, unos son más sinónimos que otros.
Intentaré explicarme: antiguo y viejo son sinónimos; pero
hablar de libro antiguo o de libro viejo no siempre expresa la misma
noción.
Consulto el DRAE,
el María
Moliner y el Manuel Seco (en mi opinión nuestros
mejores diccionarios) y observo que, aunque puedan ser sinónimos, el significado
principal de recoger es ‘volver a coger’, ‘juntar o congregar cosas separadas’
y ‘coger cosas que se han caído’; en cambio, el significado principal de recolectar
se asocia más a ‘coger los frutos del campo’. Es decir, recogemos lo que se nos ha caído, lo que está desordenado, lo que está tirado en el suelo...; y recolectamos trigo, maíz, manzanas... Ya digo, este es el uso más frecuente entre nosotros.
Como, pese a todo, me quedaban dudas (¡qué
empalago si no las tuviéramos!), envié una consulta al departamento
correspondiente de la RAE y a Fundéu. Las respuestas recibidas no coinciden. Mientras la RAE admite
la validez de recolectar la basura, argumentando que así se dice en bastantes
lugares de América, Fundéu se inclina
por aceptar como más correcto recoger la basura. Respecto a la
opinión de la Academia, se me ocurre
pensar que también en América emplean tinto y concha con significados
que entre nosotros extrañan, sin desmerecer por ello la sinonimia, y que no utilizamos.
O sea, que vistas con cuidado las
definiciones y sin negar la sinonimia, salvo para el DRAE, la idea principal
de recolectar,
entre nosotros, es la de cosechar los frutos,
mientras que recoger tiene un sentido más vago de coger cualquier cosa que está dispersa. Esto no impide (me adelanto
a posibles objeciones) que haya frutos que se recojan; por eso se habla
de la recogida de la aceituna. Pero, vamos, le digo a Zalabardo, lo
que para mí queda claro es que aquí (no hablo de América) resulta más propio recoger
la basura que recolectarla.
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