Bueno, ya han pasado las fiestas, le
comento a Zalabardo. La navidad es época en la que uno suele acordarse de mucha
gente. De los que ya no están con nosotros. De los que se hallan lejos. De los
que apreciamos… Y la alegría, muchas veces, se empaña de nostalgia. Dickens dijo que es la única época en el largo calendario del año en que hombres y
mujeres parecen, de común acuerdo, abrir sus corazones sin restricciones. Pese
a que, en ocasiones, nos hallemos como dice la canción de Concha Buika: jodidos, pero contentos.
Y, tal como afirmé en mi último
apunte del 2013, le digo a Zalabardo que no quiero caer en sensiblerías y que
deseo que este, el primero del 2014 sea también festivo. De las muchas personas que
he recordado, le cuento, no podían faltar amigos de la infancia y la
adolescencia. Aunque, no sé por qué, ha acudido a mi memoria, con más fuerza,
el padre de uno de ellos. Mariano Zamora
era un hombre entregado al cuidado de las poquitas tierras que poseía y a su
familia. No era bonachón, sino, como decía Machado, en el buen sentido de la palabra, bueno; no era solo una persona afable, sino que
resultaba divertido hasta partirse el culo de risa con sus ocurrencias.
En las noches veraniegas, en el
patio de su casa, un bellísimo patio de tipo sevillano, reunía una desinhibida
tertulia que integraban, por lo regular, él y su esposa, la inolvidable y
querida para mí Rita Torres, sus
hijos, los amigos de sus hijos y dos amigos médicos, hermanos ellos, residentes
en la vecindad, Pepe y Manolo Mazuelos. Era una tertulia en la
que se hablaba sin pelos en la lengua, aunque respetando a todo el mundo.
Aquel hombre, cuando una
conversación se encontraba en su punto más interesante, gritaba de improviso: ¡Peo
libre! Era la señal para que todos, con exclusión de una escandalizada,
aunque no dejaba de reír, Rita Torres,
comenzásemos a soltar las ventosidades que se nos antojaran. Mariano Zamora justificaba tales
expansiones diciendo a los médicos presentes que la única norma de salud que él
respetaba era la que establece el refrán que afirma Mea claro y pee bien.
Cito solo estos casos porque me
quiero centrar en la corriente del refrán que Mariano Torres citaba mirando a sus amigos médicos. Sin embargo,
dejaré constancia de que (cosa extraña) ni el Quijote ni La
Celestina, huertos de refranes sin cuento, no recogen ni uno (o yo no
los recuerdo) de carácter escatológico. A lo más que llega Rojas es a dejar constancia de la desconfianza que levantaban
médicos y cirujanos.
La primera cita que encuentro está,
¡cómo no!, en Covarrubias (1611): Mee
yo claro y una higa para el médico. Gonzalo de Correas, en su Refranero (1627), recoge estas variantes:
Si
quieres estar bueno, mea a menudo como hace el perro; Cagar
bien y mear claro, cagajón para el cirujano; Cuando meares de color de florín,
echa al médico por ruin; Mear claro y cagar duro, señal de estar
bueno el pulso. El gaditano José
Mª Sbarbi, en su póstumo Diccionario de refranes (1922),
cita: En comiendo mucho y meando claro, echa a la mierda al cirujano.
Y mi paisano Rodríguez Marín, en sus
21000
refranes… (1926), aporta los siguientes: Mear claro y de buen color y una
higa para el doctor; Mear claro, cagar duro y peer fuerte, y
darle tres higas a la muerte; Mear claro y recio y una higa para el médico.
Otros refranes parecidos son: Quien
mea y no pee, no hace lo que debe; El que va a mear y no pee es como el que va
a la escuela y no lee; Ni firmar sin leer, ni mear sin peer;
Así
come el mulo, así caga el culo; Antes de entrar en un lugar, mear y cagar;
Antes
de que te vayas a la iglesia, caga y mea. La lista sería inacabable.
Y si empecé con Quevedo, con él quiero terminar. En su ya citado Gracias
y desgracias… dice: No hay gusto más descansado que después de
haber cagado. Y cuenta esta anécdota: Claudio César, emperador romano,
promulgó un edicto mandando a todos, pena de la vida, que (aunque estuviesen
comiendo con él) no detuviesen el pedo, conociendo lo importante que es para la
salud.
Zalabardo no ha dejado de mirarme
mientras escribía. Cuando he terminado, me dice: “¿Y vas a publicar eso?” Yo le
contesto: “Después de los atracones navideños, ¿hay algo mejor?”
A propósito. En el teatro es costumbre
desear a quienes estrenan: ¡mucha mierda!. Parece que la
costumbre se remonta a tiempos ya lejanos, cuando a los teatros acudían solo
los económicamente pudientes y lo hacían en sus carruajes de caballos; el hecho
de que ante la puerta del local hubiese muchos cagajones indicaba que era alta
la asistencia. De ahí que a los actores y a los autores se les desee una buena
asistencia, un gran éxito, es decir, mucha mierda.
Pues si el mundo, como decía Calderón de la Barca, es un gran
teatro, Zalabardo y yo deseamos a quienes nos lean mucha mierda para 2014. A
ver si así cambian las cosas a mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario