¿Os habéis preguntado alguna vez de
dónde proviene la creencia de que contar ovejas ayuda a combatir el insomnio?
Zalabardo y yo, que ya por eso de la edad dormimos menos, sí nos lo hemos
preguntado, sobre todo tras comprobar que el remedio ayuda poco. Al menos a
nosotros.
Un día, tratamos de hallar la
solución y escribimos en esa especie de adivinancero universal que es google: “¿Por
qué se cuentan ovejas para dormir?" Y, junto a respuestas harto estúpidas, vimos
otras, de esas que se disfrazan de seudocientíficas, que citaban estudios al
respecto de Oxford y otras universidades que, lógicamente, ni aclaraban nada ni
conducían a ningún lado.
Fue entonces cuando recordé un
episodio del Quijote que se ajusta bastante a la técnica de los cuentos de
nunca acabar que, en mi niñez, mi madre me contaba, con voz suave, para
inducirme al sueño: “¿Te cuento el cuento de la buena pipa?” Si respondía que
sí, me decía: “No te pido que me digas que sí, sino que si quieres que te
cuente el cuento de la buena pipa”. Si respondía que no, decía ella: “No te pido que me digas que no, sino que si
quieres que te cuente el cuento de la buena pipa”. Y así ad infinitum, hasta que me cansaba o me quedaba dormido. Y si con
ese cuento de nunca acabar no lo conseguía, sentenciaba: “¡Pues cuenta ovejas!
“Entró
el pescador en el barco y pasó una
cabra; volvió y pasó otra; tornó a volver y tornó a pasar otra. Tenga vuesa
merced en cuenta las cabras que el pescador va pasando, porque si se pierde una
de la memoria, se acabará el cuento y no será posible contar más palabra dél
[…] Con todo esto, volvió por otra
cabra, y otra, y otra…” “Haz cuenta que las pasó todas”, dijo don Quijote, “no andes yendo y viniendo desa manera, que no acabarás de
pasarlas en un año”. “¿Cuántas han pasado hasta agora?”, dijo Sancho. “¡Yo qué
diablos sé!”, respondió don Quijote. “He
ahí lo que yo dije; que tuviese buena cuenta. Pues por Dios que se ha acabado
el cuento […] porque así como yo
pregunté a vuestra merced que me dijese cuántas cabras habían pasado, y me
respondió que no sabía, en aquel mesmo
instante se me fue a mí de la memoria
cuanto me quedaba por decir”.
Con esta excusa, nuestro buen Sancho, se echó a dormir dejando a su señor sin
cuento. Los comentaristas del Quijote coinciden en afirmar que Cervantes no hace en esta historia sino
seguir una tradición popular. Como a Zalabardo y a mí lo que nos sobra es
tiempo, creímos buena idea ponernos a buscar.
Y, como si Ariadna nos hubiese dado
un ovillo, su hilo nos condujo hasta el final, o casi. Porque, dale que te
pego, topamos con una colección anónima italiana de cuentos, Novellino,
del siglo xiii, que en su cuento xxxi
narra la historia de micer Azzolino y su criado
cuentista. En las noches largas, Azzolino pedía a su criado que lo entretuviese contándole
cuentos. Pero una noche en la que el criado tenía mucho sueño decidió contarle el
de un campesino que se encontró con gran cantidad de dinero y creyó conveniente
comprar doscientas ovejas. De vuelta a casa, halló el río crecido y solicitó la
ayuda de un pescador para pasar las ovejas; mas, al ser una barca pequeña, no cabía
sino una por viaje. El campesino subió una oveja y cruzó; volvió, subió otra y
cruzó. En este instante, el cuentista se durmió. Azzolino lo despertó: ¿Qué haces? Continúa el cuento. A lo que el criado respondió: Señor, dejad que pasen todas las ovejas y luego continuaremos.
Podría decirse que aquí se acaba todo,
pero no es así. Porque más cerca en el espacio, aunque más lejos en el tiempo
(siglos xi-xii), tenemos un libro escrito en latín titulado Disciplina
clericalis que compuso el judío aragonés Pedro Alfonso (¿1062-1140?). En el cuento xii narra la historia de un rey que pedía cada noche a un
criado que le narrase cinco cuentos. Una noche que no tenía sueño, le exigió que siguiera contando
más. Empieza a contar, entonces, el del paisano que en una feria compró dos mil
ovejas. Llega a un río, no puede vadearlo, encuentra una pequeña embarcación y
comienza el trasiego de una orilla a la otra. En mitad de la historia, el
criado se echa a dormir y el rey lo recrimina. El criado responde: Se
trata de un río muy ancho, la embarcación es muy pequeña, y el rebaño muy grande. Deja, pues,
que el paisano pase todas sus ovejas y, cuando termine, seguiré la historia.
Le aclaro a Zalabardo que este libro
de Pedro Alfonso es la primera
muestra conocida de la introducción en la literatura europea de la cuentística
oriental, lo que significa que habría que remontarse aún más para llegar al final
del ovillo. Pero mi amigo me contesta, con sorna, que sigamos cuando todas las
ovejas hayan pasado.
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