domingo, diciembre 22, 2013

ANÉCDOTAS Y ATRIBUCIONES APÓCRIFAS



            Dudaba sobre el tema que ocuparía el apunte de hoy. No quería caer en el tópico sensiblero de estas fechas. Prefería un tema desinhibido y que, a la vez, pudiera ser curioso. En esas estaba cuando he recordado una pregunta que me ha lanzado Zalabardo muchas veces: ¿hay en nuestra literatura escritores a los que se les adjudiquen más anécdotas y situaciones jocosas, ingeniosas o, simplemente, llamativas, que a Quevedo, Benavente o Valle-Inclán?. Además, muchas de ellas carentes de fundamento.
            Entonces se me encendió una bombillita y recordé la historia de la manquedad de este último y el origen épico de la misma que él se encargó de propalar. Pero hay otras que carecen de esa épica. De entre ellas, durante mucho tiempo ha circulado una que se daba como real y que no es sino un refrito de otras que, ¡vaya usted a saber!, a lo mejor tampoco contienen toda la verdad. Se dice que, en una tertulia madrileña, Valle-Inclán vertió unos juicios negativos sobre una persona, ante los que el joven escritor Manuel Bueno se levantó airado: “No le consiento que hable usted así de esa persona. Es mi padre”. A lo que Valle respondió: “¿Está usted seguro, joven?” Manuel Bueno fue a darle un bastonazo a Valle; este trató de evitarlo, pero el golpe hizo que un gemelo de la camisa se le clavara en la muñeca. La herida evolucionó mal, se gangrenó y ya sabemos las consecuencias finales.
            Esta historia, al parecer, es mezcla de otras dos. Ambas las cuenta Ramón Gómez de la Serna en su libro Don Ramón María del Valle-Inclán, de 1944. Copio la primera:
            En el Café de la Montaña —entre las calles de Alcalá y la carrera de San Jerónimo— que es donde se reunían Valle, Benavente, Manuel Bueno, Fernández Bahamonde, Palomero y Ricardo Baroja, se puso a discusión aquel duelo pendiente [una disputa entre el caricaturista portugués Leal da Cámara y un tal López del Castillo]. “Es inútil que traten ustedes de ese duelo —dijo Manuel Bueno—. No puede verificarse porque Leal da Cámara no tiene edad para batirse”. “No sea usted majadero, que usted no sabe una palabra de eso” —replicó Valle-Inclán. Manuel Bueno, al oírse insultado así, dio un paso atrás y levantó en el aire su bastón con barra de hierro. (págs. 46-47)
            El final de la historia (el gemelo, la gangrena…) es el conocido. La otra versión, en la que hay cambio de protagonistas, es la siguiente. En una discusión sobre Echegaray, Valle-Inclán dijo:
            “¡Ese don José tiene la obsesión de la infidelidad conyugal! Todos sus dramas son autobiografía de marido burlado”. Un joven que había cerca de él le interpeló: “Opine usted de la obra, pero no de la vida privada”. “¿Y quién es usted para intervenir?”, preguntó don Ramón. “El hijo de don José Echegaray”. “¿Está usted seguro, joven?” (pág. 79)
            Y el revuelo consiguiente puede imaginarse. Aun así, hay elementos coincidentes y la consecuencia final es la misma y verdadera. Pero quiero traer aquí otra anécdota con la que quiero demostrar cómo discurren ciertas historias que se pretende que sean verdaderas con la añagaza de presentar como protagonistas a personajes históricos aunque luego resultan un fiasco. Pienso en una que se puede leer en el mismo libro. Sucedió, según Gómez de la Serna, en una tertulia en el café de Levante (pág. 78):
            Un día irán a decirle a Benavente, que suele hablar bien de don Ramón: “Pues él bien se desahoga contra usted”. Benavente empalidecerá un poco, se llevará su puro habano a los labios y exclamará: “¡Quizá estemos equivocados los dos!”
            La escena intenta mostrarnos el ingenio y rapidez de reflejos de don Jacinto Benavente, que en ese aspecto no tenía nada que envidiar a Valle-Inclán. Pero, casi por casualidad, me encuentro en internet la misma anécdota aplicada a dos protagonistas diferentes: Voltaire y el médico suizo Albrecht von Haller y las palabras que Gómez de la Serna pone en boca de Benavente, en esta versión las pronuncia el autor de Candide cuando le preguntan cómo es que elogia al suizo si este solo habla mal de él.
            Lo que ya ignora mucha gente es que en un divertido libro de Juan de Timoneda titulado Sobremesa y alivio de caminantes (Valencia, 1568) encontramos este breve cuento:
            Eran dos amigos, el uno  texedor y el otro sastre. Vinieron por tiempo a ser enemigos, de tal manera que el sastre decía en absencia del texedor mucho mal, y el texedor mucho bien en absencia del sastre. Visto por una señora que passava, preguntó al texedor qué era la causa que dezía bien del sastre, diciendo el otro tanto mal dél. Respondió: “Señora, porque mintamos los dos”.
            Le pregunto a Zalabardo si sería posible que de este cuentecito obtengamos la enseñanza de que es preciso cuidar nuestras palabras de modo que nadie nos las pueda criticar como mendaces ni tengamos que recurrir, como el tejedor de la historia, a justificar que “quizá mintamos todos”. Sobre todo, ahora que con la navidad no hacemos más que dedicarnos parabienes. Por nuestra parte, la de Zalabardo y la mía, deseamos sinceramente que quienes lean este apunte sean felices. No ya estos días, sino siempre.

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