En mi primer viaje a Galicia, hace ya
más de veinte años, le cuento a Zalabardo, se nos apeteció asistir, estábamos
en Vilagarcía de Arousa, a la fiesta de A
rapa das bestas, en Sabucedo. El laberinto de caminos, carreteras, carreteritas
y demás que enlazan las mil y una parroquias de aquella comunidad, nos hizo difícil llegar. Pero valió la pena. Fui testigo de una tradición
ancestral, de tintes primitivos y, en el buen sentido del término, salvaje. Disfrutamos
bajo una carpa de buen churrasco, polbo á
feira y ribeiro del lugar. A la vuelta, se me ocurrió preguntar a un
guardia civil, pensando cómo evitar las vueltas que dimos para llegar, cuál era
el camino más fácil hacia Pontevedra. Su respuesta fue antológica: “En Galicia
—me dijo—, desde cualquier sitio se llega a cualquier parte”.
Me acordé entonces de aquello de que
todos los caminos llevan a Roma, aunque la prosaica realidad nos demuestre que
hay caminos que, de tantas vueltas como dan, no llevan a ninguna. Recordé
esta anécdota mientras leía una noticia relacionada con el DRAE.
En lo que leía y oía, me encontraba apenas
con referencias a las cuestiones que atañían a lengua y género. ¿Será posible
—me preguntaba— que nadie se entere de una vez de la diferencia entre género
gramatical y sexo? Pero, tranquilos, no voy a incidir en el tema, sino en el
hecho de que el conjunto de los adoradores (y adoratrices) de lo políticamente
correcto, que pululan en más ámbitos, creen que todo se soluciona metiendo la mano
en el diccionario. Como si hacer un diccionario fuese tan simple como hacer
rosquillas. Más, lo que me parece peor, es que a veces tengo la impresión de
que la RAE, por quedar bien con
todos, cae en esa trampa.
Y me centro en un caso concreto. No
negaré nunca mi pasión por los diccionarios. Con frecuencia, cojo uno, lo abro
por cualquier página y leo. A veces, se hacen descubrimientos sorprendentes.
Hace solo dos días hojeaba el Tesoro de Covarrubias (1611) y, casi por casualidad, me encontré con el término
desposar.
Aconsejo que leáis la cantidad de tradiciones y costumbres que cuenta sobre el
matrimonio en distintos pueblos y las diferentes épocas. El lexicógrafo toledano,
uno de nuestros mayores sabios de los siglos de oro, comienza diciendo que el
término procede, algo bien sabido, del latín spondere, ‘prometer y dar
palabra’. Pero, entre las otras muchas cosas que dice, nos cuenta que, cuando una
mujer era pedida en matrimonio, el que había
de entregarla, o fuese padre o otra persona otorgando a la petición, se llamaba
sponsor, y de allí adelante ella sponsa, que vulgarmente llamamos
entregada. Así nos enteramos del origen y significado de la palabra esposa.
Pero también de que, quien la entregaba y avalaba era el sponsor.
Poco más adelante, hablando de la
costumbre de cubrir a los desposados con un velo, aclara: y porque con esa misma toca cubrían el rostro de la novia como una
nube, se dijeron de allí nuptias los
tales desposorios, y ella nupta. Las
ceremonias que la Iglesia Sancta tiene en casar los tales se llamaron velambres.
Resumiendo: tenemos que ‘quien avala,
garantiza o entrega algo’ es un sponsor; que nuptias, ‘bodas’, viene
del verbo latino nubo, nupsi, nuptum, que significa ‘casarse’, el cual a su vez
procede de nubes, -is, que significa tanto ‘nube’ como ‘velo’.
Total, que a nuestra lengua actual
ha llegado esposa, pero no nupta; que ha prevalecido nupcias,
pero no velambre. Sin embargo, si miramos el diccionario, nos sorprendemos
al observar que velambre aún aparece, con la indicación de que es término
desusado. ¡Y tanto!
Pero sigo. Un buen día, en nuestra
lengua comenzó a utilizarse el término sponsor para definir a la persona o
institución que ‘ampara, favorece o apoya económicamente una actividad’. Y se
levantaron voces en contra porque el vocablo se tomaba del inglés. ¿Por qué
usar sponsor
si tenemos patrocinador? Sabéis que yo siempre he preferido la palabra
propia a la foránea, como sigo defendiendo la opinión de Feijoo sobre los puristas. Con ello venía a decir que, aunque a
veces no nos gustara, si una palabra se imponía, porque la lengua es del pueblo
y no de los eruditos, lo procedente era españolizar su grafía y pronunciación.
Y recuerdo haber dicho que si sponsor triunfaba, la mejor solución
era espónsor.
En esta tesitura, en 2001, el DRAE
dio entrada a sponsor junto a (¡extráñense!) esponsorizar y esponsorización.
Raro criterio ese, a mi entender. Pero hay palabras que no tienen suerte,
porque resulta que las tres van a ser expulsadas de la próxima edición, con el
argumento de que ya existen patrocinador y patrocinio. Y digo yo, ¿nadie
cae en la cuenta de que, aun habiéndola recogido del inglés, la palabra espónsor
es latina y ya se había utilizado en nuestra lengua? A la cita anterior me
remito.
Y a eso me refería cuando afirmaba
que tengo la impresión de que la RAE
cae en la trampa de los defensores de la corrección política. Mucho miedo a que
el lenguaje sea, según algunos denuncian, sexista, y mucho miedo a otros tabúes
mantenidos por quienes, a lo mejor, no han mirado en su vida un diccionario ni
saben cómo funciona la lengua. Ahora bien, queda resultón discutir si juez
es palabra común en cuanto al género o debe decirse juez/jueza, como queda resultón promocionar esas barbaridades de ciudadanos/as
o funcionari@s.
Hay que modernizar el DRAE
y adaptarlo a los nuevos tiempos. Siempre lo he dicho. Pero con rigor y criterio
lógico; sin pausa, pero sin prisas; atendiendo a su conjunto y no a parcialidades.
De lo contrario, descuidamos aspectos que también habría que estudiar y valorar
a la hora de los cambios. Porque, y esto es un ejemplo insustancial, ¿tiene sentido
mantener velambre en el DRAE como ‘ceremonia nupcial de las
velaciones’?
Claro que esa es una cuestión que no
da juego en ningún telediario, ni en ninguna tertulia, ni hay grupo que se
escandalice porque aún permanezca. Como nadie se escandaliza cuando un famoso cocinero
de la tele dice almóndiga, añadiendo la coletilla: “viene en el Diccionario
de la Academia”. ¿Ha leído ese cocinero
que el diccionario indica que es término vulgar?
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