¿Adónde el camino irá? (Antonio
Machado)
Desea que tu camino sea largo (Constantinos
Kavafis)
Joseph
Townsend abre su Viaje por España en la época de Carlos iii, publicado en 1791, con una
serie de consejos para viajar por España. Entresaco algunos: …Debe poseer una buena constitución física y
llevar consigo dos buenos criados, cartas de crédito y una buena recomendación
para las mejores familias […]. Uno
de los criados debe ser español y el otro
suizo […] y alguno de los dos tiene
que estar familiarizado con la cocina […], un perfecto conocimiento del territorio […], capacidad para obtener una provisión de vino, pan y carne […]. Para su propio transporte, el de sus criados
y el del equipaje deberá procurarse tres mulas […]. Su equipaje deberá incluir sábanas, un colchón, una manta, un edredón,
un mantel, cuchillos, tenedores, cucharas y un recipiente de cobre donde pueda
cocer la comida…
Zalabardo, tras mantener durante
unos instantes un gesto de estupefacción, me dice que, de todo ello, lo que no
acaba de entender es que un criado tenga que ser suizo. Le contesto que tampoco
lo entiendo yo.
El libro de Townsend, como los de tantos viajeros de entonces, son documentos valiosísimos
para conocer cómo era nuestro país, y cómo nos veían aquellos forasteros que se
atrevían a transitar por nuestros abruptos caminos allá por los siglos xviii y xix. Pier
Edmond Boissier, Wilhelm von
Humboldt, William Jacob, Francis Carter, Théophile Gautier o James
Meyrick han sido fuentes inestimables en las que documentarme para
determinados episodios de mi novela Goede Hoop. La última travesía del Buena
Esperanza. Concretamente, el viaje del protagonista desde Marbella a
Málaga, atravesando Sierra Blanca por el Puerto de Ojén, el camino común en la
época, sigue bastante fielmente el que realizó Carter.
Hoy se viaja de otra manera. Por
supuesto, menos romántica y cargados con menos impedimenta que la descrita por Townsend. Aparte, está el senderismo, forma
de combinar ejercicio, (hasta el límite que uno quiera imponerse), aventura (no
tanta) y disfrute de la naturaleza y el paisaje obviando la incoherente urgencia
de la carretera y la velocidad de los automóviles. ¿Cómo puede presumir de
haber visto la hoz de Beteta quien no ha hecho otra cosa que circular por la carretera
que une Beteta con Puente Vadillos, pongo por caso? ¿Cuánto mejor es hacerlo
con un buen calzado y una mochila no excesivamente cargada? El Paseo Botánico
que se inicia en la Fuente de los Tilos, la Represa de los Tilos, las Cuevas de
Armentero y de la Ramera, el Sumidero de Mata Asnos… Nada de eso es posible
verlo desde el cómodo asiento de un automóvil.
Recientemente, la Diputación de Málaga ha habilitado y señalizado el GR-249, Gran Senda de Málaga. Es un recorrido que circunda la provincia, sobre 700 kilómetros, dividido en unas 30 etapas. Algunas son muy cómodas, aptas para cualquier persona, aunque no esté acostumbrada a andar. Otras son más duras (verdaderamente duras). A veces comento con Zalabardo que los malagueños no somos demasiado conscientes del áspero relieve de nuestra provincia. No tiene mucho que envidiar a otras que tienen fama suelo escarpado. Este GR-249 está, salvo en algunos lugares concretos, bastante bien balizado para evitar extravíos. Utiliza antiguas cañadas, caminos reales y viejas veredas que se iban perdiendo. Solo le pongo a esta Gran Senda una pega. Creo que la Diputación, que ha gastado tanto empeño en ella, ha descuidado la información a las autoridades locales: la Policía Local de Cómpeta o de Nerja, la Guardia Civil de Torrox (cito solo estos ejemplos) desconocen la existencia de esta Senda. Otra “peguilla”: alguna baliza creo que no está convenientemente colocada y cuesta verla.
De
esta Gran Senda, poco a poco voy recorriendo algunas etapas. Por lo
pronto, me he recorrido toda la costa desde Benalmádena a Nerja, la Senda del
Guadalhorce, los tramos Málaga-Alhaurín de la Torre, Fuentepiedra-Campillos,
Alcaucín-Canillas de Aceituno y otros que ahora no recuerdo.
¿Por qué hablo de estos lugares
ahora y los amontono de manera tan dispar? Tal vez sea, le confieso a
Zalabardo, porque me asalta la nostalgia de aquellos días en que, con la
mochila al hombro, un buen bastón con el que ayudarse en las cuestas, unos bocadillos
y unas latas de cerveza, más los recomendables frutos secos que ayudan a reponer
energías, parecía que uno se iba a comer el mundo. Un sorbo de agua cristalina
en un arroyo o la contemplación de un atardecer, ayudaban a olvidar el
cansancio.
Los años, ya, no permiten las caminatas
y esfuerzos de antes. Pero el consuelo es que, sea cual sea la edad, siempre
hay un camino por el que uno puede avanzar. Hasta que el cuerpo aguante.
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