sábado, junio 14, 2014

CURIOSAS HISTORIAS DE PALABRAS




           Cuando uno se trasplanta de ciudad debe estar preparado para que sus raíces empiecen a nutrirse de savia diferente. Nuevas costumbres, nuevos ritos, nuevos comportamientos e, incluso, una forma distinta de hablar. Puede que las cosas sean las mismas, pero sus nombres serán otros, nos sonarán con diferente música.
            Una de mis primeras sorpresas en Málaga, le he contado muchas veces a Zalabardo, a la hora de efectuar la mudanza (ya sabéis, pintar, ensamblar muebles, colgar cuadros…) fue encontrarme con que en esta ciudad no existían taladros eléctricos ni berbiquíes. Aquí había guarritos. Las tres palabras designaban el mismo utensilio, pero al foráneo eso de guarrito le chocaba.
            Hasta que me enteré por qué en Málaga se le llama guarrito. Muchos defienden el origen genuinamente malagueño del término; otros, no obstante, se inclinan por una ascendencia gaditana, concretamente de Tarifa. Aproveché para recordarle a Zalabardo mi opinión respecto a la temeridad de defender a machamartillo una cuna estricta para una palabra. Pero, ahora, lo que importa es la historia. Parece, tampoco me gusta ser taxativo en nada, que en los años siguientes a nuestra guerra civil en que el estraperlo estaba a la orden del día lo que interesaba era conseguir a precios asequibles productos que escaseaban. En Gibraltar se fabricaban, o  se vendían, unos taladros eléctricos que respondían a la marca Warrington. Cualquier profesional de la zona, fuese Málaga o Cádiz, pedía a quienes viajaban a la colonia con la idea de pasar material de matute que le trajesen un Guarrinton, un guarritón o un guarrito. Todo era cuestión del dominio del idioma. Pero el interpelado sabía lo que se le pedía.
            Lo anterior no es ni más ni menos que un ejemplo de epónimo, es decir, según definición de Manuel Seco, ‘nombre de persona o cosa que da nombre a otra’. Epónimos, y similares, hay muchos, aunque me voy a detener en solo algunos. La misma palabra estraperlo, antes citada, pertenece al club. El estraperlo no es esa forma de mercado ilegal o negro, que trata de sortear las leyes de un país para obtener un mayor beneficio. ¿De dónde viene esta palabra? Durante la Segunda República, unos judíos holandeses, Strauss y Perlowitz, utilizaron medios ilícitos, con sobornos que incluso llegaron a salpicar a algún líder político de importancia, para introducir ilegalmente una ruleta. La marca de este artilugio era un simple acrónimo, Straperlo. La relevancia de aquel escándalo extendió el nombre estraperlo a cualquier forma de comercio ilegal.
            A veces, el nombre de origen pasa por desajustes fonéticos que desembocan en palabras extrañas. En español hay una, de escaso empleo, que es sansirolé. Significa, ni más ni menos, ‘bobalicón, necio’. En 1989, un articulista de ABC decía del entonces presidente Felipe González: “…como un tocho, un panoli, un sansirolé Y en una novela de Fulgencio Argüelles, de 1993, titulada Letanías de lluvia, se escribe: Julita Odalisca sabía cómo insultar en setenta y cinco maneras diferentes (bambarria, zarramplín, ganso, mentecato, chunchumeco, zascandil, manoyo, tolón, simplicio, sansirolé). Gonzalo Ortega Aragón, en un artículo publicado en El Diario Palentino, en julio de 2010, explicaba que la palabra no es más que una deturpación de san Ciruelo, santo que, por otra parte, no existe en el santoral. Cómo se llega de san Ciruelo a sansirolé (con un paso intermedio, sancirole, hoy casi perdido) es algo que ignoro, como  también ignoro por qué arrastra esa fama de bobo el inexistente santo. En El arte de mirar: la pintura y su público en la España de Velázquez, de José Miguel  Morán y Javier Portús, de 1997, leo que fue muy común en los Siglos de Oro inventarse santos por los que jurar (san Guindo, san Junco, san Cerezo, san Ciruelo…) y que algunas obras de Tirso, Lope y otros nos dan muestras de ello. Por mi parte, he hallado dos refranes relacionados con este san Ciruelo: El día de san Ciruelo te pagaré lo que te debo y Para el día de san Ciruelo, que es un día después de la fin. Por cierto, que hay quien señala que la fiesta de san Ciruelo se celebra el 30 de febrero. Lo que ya es prueba palpable de la bobería de quien fía en tal promesa.
            Pero la cosa no queda aquí. En muchas partes de la América hispana se emplea la palabra merolico para señalar a los charlatanes, a los curanderos que prometen remedios infalibles que, en realidad, no son sino engañabobos. El origen del término está, al parecer, en el nombre de Meroil Yock, un polaco que apareció por tierras de Méjico vendiendo sus pretendidos remedios milagrosos a los sansirolés.
            Otros epónimos no ofrecen tanta deformación fonética y quedan más claros. ¿Alguien no sabe que la rebeca, esa chaquetilla de punto, debe su nombre a la protagonista de la película del mismo nombre, que aparecía casi todo el tiempo con ella? ¿O que linchar, ‘ejecutar sin juicio previo’, toma su nombre del  senador Charles Lynch, que ya amparó algunas formas de este bárbaro proceder? ¿O que el moisés, ‘cestillo ligero de mimbre u otro material que sirve de cuna portátil’ toma su nombre en recuerdo de la historia del abandono del bíblico Moisés?
            Veamos otro caso, el de la uva llamada pedro ximénez (que el DRAE prefiere recoger como pedrojiménez). Es una historia con bases oscuras. Casi todos coinciden en aceptar que su introductor en nuestro país fue un mercenario de los tercios de Flandes llamado Pedro Ximén (algunos dicen Peter Siemens), que la trajo de Alemania. Pero los viticultores desconfían de que en la región del Rin pudiera darse tal uva, por lo que dicen que era originaria de las Canarias y de Madeira y que alguien la llevaría a tierras del Rin, de donde, a su vez, la trajo el susodicho Pedro Ximén. Otro motivo de discusión es la patria del soldado: Moriles y Málaga se disputan tal honor. Y para acabar de complicar el misterio, un profesor de la Universidad de Málaga, Rafael Arévalo, sostiene que la cepa es de procedencia absolutamente mediterránea y que su nombre no es sino una deformación fonética de una expresión árabe que significaba ‘gota dorada’. Lo que no encuentro por ningún lado, pues no localizo el trabajo de ese profesor, es cuál pudiera ser esa expresión árabe que el pueblo convirtió en pedro ximén. Lo siento.
            Para terminar, un ejemplo curioso. Covarrubias dice que el verbo ciscarse significa ‘tomar uno tal miedo que parece estarse entre sí deshaciendo y particularmente cuando se corrompe’. Corromperse, según el conquense, es ‘desmayar, yéndose de cámaras’, lo que, según sus palabras, supone tener ‘flujo de vientre’. En lenguaje de hoy, ‘irse de vareta’, o sea, ‘cagarse patas abajo’, con perdón. Covarrubias hace derivar la palabra de un tal Cisca Bohemo, capitán de herejes, cruel, que por el daño tan grande que hacía  en toda la comarca, de solo oír su nombre temblaban las gentes.  De hecho, el sevillano Pero Mexía, en su Historia imperial y cesárea (1561) habla de un tal Juan Cisca, que luchó frente a las tropas del emperador Segismundo de Luxemburgo en el siglo xv. Menudo elemento sería el dichoso Cisca.

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