Una de mis primeras sorpresas en
Málaga, le he contado muchas veces a Zalabardo, a la hora de efectuar la
mudanza (ya sabéis, pintar, ensamblar muebles, colgar cuadros…) fue encontrarme
con que en esta ciudad no existían taladros eléctricos ni berbiquíes.
Aquí había guarritos. Las tres palabras designaban el mismo utensilio, pero
al foráneo eso de guarrito le chocaba.
Hasta que me enteré por qué en
Málaga se le llama guarrito. Muchos defienden el origen genuinamente malagueño
del término; otros, no obstante, se inclinan por una ascendencia gaditana, concretamente
de Tarifa. Aproveché para recordarle a Zalabardo mi opinión respecto a la
temeridad de defender a machamartillo una cuna estricta para una palabra. Pero,
ahora, lo que importa es la historia. Parece, tampoco me gusta ser taxativo en
nada, que en los años siguientes a nuestra guerra civil en que el estraperlo
estaba a la orden del día lo que interesaba era conseguir a precios asequibles productos
que escaseaban. En Gibraltar se fabricaban, o
se vendían, unos taladros eléctricos que respondían a
la marca Warrington. Cualquier profesional de la zona, fuese Málaga o
Cádiz, pedía a quienes viajaban a la colonia con la idea de pasar material de
matute que le trajesen un Guarrinton, un guarritón o un guarrito.
Todo era cuestión del dominio del idioma. Pero el interpelado sabía lo que se
le pedía.
Lo anterior no es ni más ni menos
que un ejemplo de epónimo, es decir, según definición de Manuel Seco, ‘nombre de persona o cosa que da nombre a otra’. Epónimos,
y similares, hay muchos, aunque me voy a detener en solo algunos. La misma palabra
estraperlo,
antes citada, pertenece al club. El estraperlo no es esa forma de mercado
ilegal o negro, que trata de sortear las leyes de un país para obtener un mayor
beneficio. ¿De dónde viene esta palabra? Durante la Segunda República, unos judíos
holandeses, Strauss y Perlowitz, utilizaron medios ilícitos,
con sobornos que incluso llegaron a salpicar a algún líder político de
importancia, para introducir ilegalmente una ruleta. La marca de este artilugio
era un simple acrónimo, Straperlo. La relevancia de aquel
escándalo extendió el nombre estraperlo a cualquier forma de comercio ilegal.
A veces, el nombre de origen pasa
por desajustes fonéticos que desembocan en palabras extrañas. En español hay
una, de escaso empleo, que es sansirolé. Significa, ni más ni
menos, ‘bobalicón, necio’. En 1989, un articulista de ABC decía del entonces
presidente Felipe González: “…como un tocho, un panoli, un sansirolé… Y en una novela de Fulgencio Argüelles, de 1993, titulada Letanías
de lluvia, se escribe: Julita
Odalisca sabía cómo insultar en setenta y cinco maneras diferentes (bambarria,
zarramplín, ganso, mentecato, chunchumeco, zascandil, manoyo, tolón, simplicio,
sansirolé…). Gonzalo Ortega Aragón, en un artículo publicado
en El
Diario Palentino, en julio de 2010, explicaba que la palabra no es más
que una deturpación de san Ciruelo,
santo que, por otra parte, no existe en el santoral. Cómo se llega de san Ciruelo a sansirolé (con un paso
intermedio, sancirole, hoy casi perdido) es algo que ignoro, como también ignoro por qué arrastra esa fama de
bobo el inexistente santo. En El arte de mirar: la pintura y su público en
la España de Velázquez, de José
Miguel Morán y Javier Portús, de 1997, leo que fue muy común en los Siglos de Oro
inventarse santos por los que jurar (san Guindo, san Junco, san
Cerezo, san Ciruelo…) y que algunas obras de Tirso, Lope y otros nos
dan muestras de ello. Por mi parte, he hallado dos refranes relacionados con este
san
Ciruelo: El día de san Ciruelo te pagaré lo que te debo y Para
el día de san Ciruelo, que es un día después de la fin. Por cierto, que
hay quien señala que la fiesta de san Ciruelo se celebra el 30 de
febrero. Lo que ya es prueba palpable de la bobería de quien fía en tal promesa.
Pero la cosa no queda aquí. En
muchas partes de la América hispana se emplea la palabra merolico para señalar a
los charlatanes,
a los curanderos que prometen remedios infalibles que, en realidad,
no son sino engañabobos. El origen del término está, al parecer, en el nombre
de Meroil Yock, un polaco que
apareció por tierras de Méjico vendiendo sus pretendidos remedios milagrosos a
los sansirolés.
Otros epónimos no ofrecen tanta
deformación fonética y quedan más claros. ¿Alguien no sabe que la rebeca,
esa chaquetilla de punto, debe su nombre a la protagonista de la película del
mismo nombre, que aparecía casi todo el tiempo con ella? ¿O que linchar,
‘ejecutar sin juicio previo’, toma su nombre del senador Charles
Lynch, que ya amparó algunas formas de este bárbaro proceder? ¿O que el moisés,
‘cestillo ligero de mimbre u otro material que sirve de cuna portátil’ toma su
nombre en recuerdo de la historia del abandono del bíblico Moisés?
Veamos otro caso, el de la uva
llamada pedro ximénez (que el DRAE prefiere recoger como pedrojiménez).
Es una historia con bases oscuras. Casi todos coinciden en aceptar que su
introductor en nuestro país fue un mercenario de los tercios de Flandes llamado
Pedro Ximén (algunos dicen Peter Siemens), que la trajo de
Alemania. Pero los viticultores desconfían de que en la región del Rin pudiera
darse tal uva, por lo que dicen que era originaria de las Canarias y de Madeira
y que alguien la llevaría a tierras del Rin, de donde, a su vez, la trajo el
susodicho Pedro Ximén. Otro motivo
de discusión es la patria del soldado: Moriles y Málaga se disputan tal honor.
Y para acabar de complicar el misterio, un profesor de la Universidad de Málaga, Rafael
Arévalo, sostiene que la cepa es de procedencia absolutamente mediterránea
y que su nombre no es sino una deformación fonética de una expresión árabe que
significaba ‘gota dorada’. Lo que no encuentro por ningún lado, pues no localizo el
trabajo de ese profesor, es cuál pudiera ser esa expresión árabe que el pueblo
convirtió en pedro ximén. Lo siento.
Para terminar, un ejemplo curioso. Covarrubias dice que el verbo ciscarse
significa ‘tomar uno tal miedo que parece estarse entre sí deshaciendo y particularmente
cuando se corrompe’. Corromperse, según el conquense, es
‘desmayar, yéndose de cámaras’, lo que, según sus palabras, supone tener ‘flujo
de vientre’. En lenguaje de hoy, ‘irse de vareta’, o sea, ‘cagarse patas
abajo’, con perdón. Covarrubias hace
derivar la palabra de un tal Cisca Bohemo, capitán de herejes, cruel, que por el daño tan grande que hacía en toda la comarca, de solo oír su nombre
temblaban las gentes. De hecho, el
sevillano Pero Mexía, en su Historia
imperial y cesárea (1561) habla de un tal Juan Cisca, que luchó frente a las tropas del emperador Segismundo de Luxemburgo en el siglo
xv. Menudo elemento sería el dichoso Cisca.
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