Belén Esteban |
Hace apenas quince días que hablaba
con Zalabardo sobre quiénes deben asumir las culpas de que se impongan y
extiendan malos usos del lenguaje. Desconocía mientras escribía que tenía a
mano un ejemplo inestimable para ilustrar mi tesis: un artículo de Boris Izaguirre titulado Epidemias
y ‘dress code’ plagado de anglicismos reprobables, por innecesarios.
El primero de todos, ese dress
code, que repetía hasta ocho veces y sobre el que se preguntaba, no sé
con qué intención “¿Tiene traducción castellana?” No hace falta saber mucho
inglés, Zalabardo y yo estamos en ese grupo, para responder afirmativamente. La
consulta del más básico diccionario de esa lengua nos da la respuesta: código
de vestuario. Y una superficial búsqueda en Internet nos lo corrobora.
Incluso hay un diccionario en línea, www.linguee.es, que nos permite
elegir: código de vestimenta, forma de vestir apropiada, normas
de etiqueta y norma de vestir. ¿Es que acaso Izaguirre desconoce lo que es en
español etiqueta y la tendencia, por cierto nada moderna, aunque ahora
actualizada, de que haya empresas, instituciones, celebraciones, etc., que
sugieren o exigen a sus empleados o asistentes una determinada forma de vestir,
una norma
de vestuario?
Pero no paramos ahí. A ese dress
code acompañan otros anglicismos igualmente repudiables: selfie
(en lugar de autofoto), tweet (por tuiteo o, simplemente, tuit)
y swing,
empleado para indicar la ‘capacidad de una persona para comportarse con soltura
en un ambiente determinado’, que podría sustituirse por moverse o soltura
(según lo usemos como verbo o como sustantivo). Si queremos una expresión más
larga, disponemos de moverse con soltura o el castizo sentirse
como pez en el agua.
Alexander Fleming |
Porque, veamos, ¿es igual célebre
(o celebridad)
que famoso?
Si acudimos al DRAE, y otros diccionarios, tendríamos que decir que sí. Pero a
nadie se le oculta que los sinónimos exactos son difíciles de encontrar, que
casi siempre hay un matiz que diferencia a una palabra de otra. Por ejemplo, el
Diccionario
del Español Actual de Manuel
Seco nos dice que famoso es quien ‘tiene fama’, al
tiempo que define fama como ‘condición de ser conocido por mucha gente’; por su
parte, célebre es la ‘persona o cosa muy conocida por ser citada o recordada
con frecuencia’. Pero no obviemos que, hablando de célebre, dice, además,
que es conocida ‘por sus hechos dignos de admiración’. A esto, podemos añadir
que María Moliner define celebrar,
de donde procede célebre, como ‘alabar a alguien o algo o ponderar una buena
cualidad’.
Kiko Rivera |
Pero si acaso los diccionarios
modernos nos dejaran ciertas dudas sobre si célebre y famoso
son sinónimos de verdad, alguno más antiguo, el Tesoro de la lengua castellana,
de Covarrubias, nos las despeja. El
conquense, en 1611, decía que fama es ‘todo aquello que de uno se
divulga, ora sea bueno ora malo; y así decimos Fulano es hombre de buena fama o de mala fama’. Por si no fuera suficiente, continúa: famoso
es ‘aquel a quien ha divulgado y publicado la fama’. Como ejemplos,
entre otros, ofrece hombre famoso (positivo) y bellaco famoso (negativo).
Virginia Woolf |
¿Y qué dice de célebre? Empieza, como en
el caso anterior, por la palabra de la que se deriva, afirmando que celebrar
es ‘engrandecer y exagerar alguna cosa que se ha hecho o dicho’. De ahí que célebre
sea ‘notable y digno de ser celebrado’.
De esa lectura, concluimos Zalabardo
y yo que no siempre es bueno ser famoso, aunque en cualquier momento
aceptaríamos ser célebres. Pues si lo primero puede ser bueno o malo, lo segundo
siempre es bueno.
Vayamos a ejemplos de andar por casa
para entendernos: Alexander Fleming
y Belén Esteban, por coger dos nombres
al azar, coinciden en ser famosos ya que ambos son conocidos y
nombrados. Pero Fleming es, además, célebre
por sus descubrimientos, mientras que aún nos queda la duda de que el mero
hecho de aparecer en programas de cotilleo sea algo digno de admiración o alabanza.
¿A cuántas personas, o parejas, podemos acudir para discernir qué es la fama
y qué la celebridad?
Marie y Pierre Curie |
Concluyo. ¿Hay quien no conozca a Boris Izaguirre? ¿Negaremos que es famoso?
¿Necesita para serlo más presumir de su amplio dominio de la lengua inglesa,
hasta el punto de dar la impresión de que la materna le queda corta? Muchos de
los que lo leen o lo escuchan imitan sus giros y sus palabras. Como muchos
imitan a Belén Esteban y otros famosos
de su clase. Esa es la mala influencia de la que yo pretendía hablar el otro
día. Mala influencia suya y de los medios que conceden un espacio a artículos como
el de Izaguirre o a intervenciones
como la de Belén Esteban. Porque, ¿me
negará alguien que las celebridades procuran pasar con
menos ruido que los famosos?
Rosa Benito y Salvador Mohedano |
Y, para que nadie me interprete mal,
quiero dejar sentado que Boris Izaguirre
me parece una persona culta, con una esmerada preparación y unas dotes
bastantes estimables como escritor, aunque, a veces, como aquí, se exceda.
Lo que sucede, ya se lo dije en una
ocasión a Zalabardo, es que cada día proliferan más los eruditos a la violeta, es
decir, personas que, aparentando poseer gran cultura, no tienen más que
culturilla, algunos ni eso, y no pierden ocasión de mostrarse cursis y
afectados, pues aunque acierten con el dress code, perdón, el vestuario
adecuado, apenas si saben escribir la o con un canuto. Esos son los que
más daño hacen.
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