Confieso a Zalabardo, que a veces no
sé a qué carta quedarme cuando comento un uso lingüístico “no recomendable”.
Quiero decir, le aclaro, que me entran dudas sobre a quién culpar. Porque
alguien se encarga de difundirlo y alguien no pone los medios para evitarlo. No
podemos culpar a la gente sin hacer distingos de clase ni condición, porque la
gente tiende a ser mimética: en modas, en deportes, en ocios, en gastronomía,
en nutrición… y en el idioma. Se dice (como se viste, se come o se hace) lo que
vemos y oímos en los medios de comunicación, que tomamos por modelos. Y la gente,
en su inocencia, cree que lo hacen bien. Pero alguien lo hace mal.
Me pregunta Zalabardo si todo ello
no tiene que ver con una cuestión cultural. Estoy de acuerdo y coincido con él en
que esta preparación, esta formación cultural, se inicia en el ámbito escolar,
pero no es solo responsabilidad de la escuela. A los centros educativos hay que
darles medios y a los profesores dotarlos de un ambiente en el que puedan trabajar
como es debido. Y, lógicamente, exigirles que lo hagan. Me repito, pero hace
muchos años que nuestros dirigentes, del color político que sean, se niegan a
ver esta realidad. Les importan más las ideologías, las urnas y el clientelismo
que las ideas, la cultura y el espíritu libre. Ansían llegar al poder para derribar
lo que otros han hecho. No porque sea malo; simplemente porque no es “su programa”.
Son tan ineptos que no entienden que la educación, la cultura (o la sanidad), deben estar por
encima de ese “juego”. Y así nos va, cada día más incultos, cada vez peor
preparados, cada vez con menos habilidades, según la terminología al uso (observemos,
si no, los indicadores de la OCDE).
Atendamos a un ejemplo. Recibo una
foto obtenida en un supermercado. Es fácil distinguir su nombre. El texto reza
(aunque deberíamos rezar nosotros para que no se sigan repitiendo cosas así): Dele
rienda suelta a tu creatividad. Lo acompaña la foto de una bella mujer
que porta en la mano una brocha y que tiene cerca un buen puñado de platos. El
cartel, panel o mural, como queramos llamarlo, se exhibe encima de unas estanterías
llenas de productos de limpieza y droguería.
Empecemos por lo gramatical: ¿Qué
conocimientos tiene el diseñador del cartel acerca de los pronombres y de los
verbos? Porque resulta que dé es la segunda persona del
imperativo del verbo dar en su forma de tratamiento (la
normal es da); es decir, dé usted. Pero resulta que el texto
se dirige a alguien de manera informal, amistosa (se lo trata de tú).
Por tanto, se debería escribir Dale rienda suelta a tu creatividad.
Si quisiera tratarnos de usted, el texto habría de ser Dele
rienda suelta a su creatividad. Porque, curiosamente, usted,
siendo segunda persona, exige construirse con formas de tercera (tú
sabes, pero usted sabe). Esto es básico.
Pero, le digo a Zalabardo, me
importa menos ese error gramatical que el insulto infligido a los clientes. Da
igual que en la imagen aparezca una mujer o un hombre (aunque aparece una
mujer). El hecho es que, en adelante, huiré de un supermercado que limita nuestra
creatividad a valernos de sus estropajos, jabones y lejías. O que consideran
que no somos capaces de ir más allá de pintar las paredes de la casa o de fregar
los platos. ¿Eso es la creatividad? El anuncio es humillante y ofensivo.
Pero hay más. Escribo este apunte
después de haber leído en un periódico una entrevista con un político catalán
en la que se aborda el tema del exhonorable Pujol. El titular, que se repite en
la primera página y en el interior, dice: “Si Pujol no se hubiese apartado, lo habríamos
hecho nosotros”. El entrecomillado indica que son palabras textuales.
Sin embargo, leyendo la entrevista, compruebo que lo que el entrevistado dice
es “Si
el presidente Pujol no hubiese tomado la decisión, lo habríamos tenido que hacer nosotros”.
Hay diferencias; el titular hace que interpretemos: Si no se hubiese apartado, nos
habríamos apartado nosotros. Las palabras del político carecen de esa
ambigüedad: Si él no hubiese decidido [apartarse], habríamos decidido nosotros
[apartarlo]. Por supuesto, no es lo mismo.
Y todavía hay más. Llevamos días, en
esto del fútbol, oyendo que algunos equipos no cumplen el ratio y perderán la
categoría. O sea, que no son solventes, que sus cuentas no cuadran y que, por
lo tanto, no son de fiar como empresas, pues ni pagan a sus empleados (los
futbolistas) ni a Hacienda ni a nadie. Pues perfecto, si ellos no pagan, que no
esperen que sus deudas las asuman otros.
Pero, ¿qué es eso de el
ratio? Ratio es un latinismo, significa razón, y es, sin dudas,
de género femenino. Por tanto, hay que decir la ratio. Si miramos el DRAE,
leemos: ‘ratio. (Del lat. ratio). f. razón (|| cociente de los números)’. En el Panhispánico de Dudas se dice
que es la ‘razón o relación entre dos cantidades o magnitudes’. Se añade,
además, que ‘este latinismo es femenino y se recomienda usarlo así en español’.
Pero, y siempre hay un pero, sigue una coletilla que hace pensar: ‘pero por
influjo de la –o final se usa hoy frecuentemente en masculino, especialmente
en el ámbito de la economía’. Primero, no soy economista, pero me he preocupado
de buscar textos de tal materia y observo que muchos utilizan ratio
como femenino (ratio financiera, algunas ratios, numerosas ratios, las
ratios se pueden expresar…). Luego no es tan frecuente ese uso
masculino que se dice. Segundo, el influjo de la –o final no debería ser
excusa para ocultar una ignorancia. En español hay más de una palabra de género
femenino terminada en –o y nadie las confunde (mano,
libido,
soprano,
seo,
nao,
virago
y los acortamientos foto, disco [discoteca], moto,
polio
o quimio).
Lo que pasa, por un lado, es que las
autoridades educativas (ministerios, consejerías), alteran la ratio profesor/alumnos
reduciendo plazas de profesores (con perjuicio para los alumnos), al tiempo que
crean puestos que no sabemos para qué sirven. La Junta de Andalucía crea, no sé
en cuántos institutos, el puesto de Jefe del Departamento de Formación, Evaluación
e Innovación Educativa (—¿qué es eso?—), con su correspondiente reducción de horas
de clase. Y las autoridades lingüísticas (por ejemplo la Academia) deberían llamar al pan pan y al vino vino. Y si ratio
es femenino, no deben dar por bueno su uso como masculino aunque así lo hiciera
el mismísimo gobernador del Banco de España (que no sé si lo hará).
También Arguiñano, aunque sea un buen cocinero y yo copie sus recetas y
siga sus programas, dice almóndigas escudándose en que el
diccionario recoge la palabra. Pero el DRAE afirma que es un vulgarismo.
¿Por qué, entonces, la Academia no la
excluye del diccionario? O que dé entrada a los términos amoto, arradio,
cocretas
y similares. Al fin y al cabo, son tan vulgares como el anterior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario